Lo afirma Manuel Vicent en su columna de El País en la Nochebuena de 2011. Vicent, como tantos otros periodistas y escritores españoles, confunde Iglesia católica con Iglesia, confiriéndole a la de Roma un sentido de exclusividad; equipara Vaticano con Cristianismo, ignorando la realidad plural de la fe cristiana; identifica dogmas eclesiales con fe evangélica; y rodea su magistral literatura secular revestida de adornos teológicos con chascarrillos propios de una suerte de populismo religioso ajeno a la narración bíblica, postura que tanto abunda en nuestros lares.
Lo más cercano que tenemos para hacer un perfil de Dios son las palabras del evangelista Juan cuando afirma que Dios se encarnó, se hizo Palabra, y habitó entre nosotros, refiriéndose concretamente a Jesús de Nazaret. Y, para completar el perfil, atribuye a Dios dos atributos, afirmando que “es amor” y “es luz”. Con estas definiciones se termina de perfilar la visión del “Dios del cristianismo”, que adquiere perfiles específicos con respecto a la imagen del “Dios veterotestamentario”.
Así, pues, si queremos hablar de Dios con un cierto rigor, fuera de bromas, anécdotas u ocurrencias populistas, tenemos que poner nuestra mirada en Jesús de Nazaret y extraer de su figura, de su mensaje y de su conducta la imagen más cercana que nos sea posible, ya que “a Dios nadie le vio jamás”, tal y como afirma el mismo autor (cfr. Juan 1:18); nadie, aclara, salvo “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. Y ahí se acaba toda posible especulación. Queda fuera de lugar, por consiguiente, adjudicarle a Dios cualquier otra cualidad fuera de las mostradas por Jesús. O dicho con otras palabras, Dios es lo que percibidos a través de Jesús de Nazaret. Y ahí nos encontramos con las incongruencias de Manuel Vicent.
Dios no es de derechas; tampoco de izquierdas; ni de la derecha de Rajoy ni de la izquierda de Sartre o de sus respectivos seguidores. No lo es tampoco de la estructura jerárquica de la Conferencia Episcopal de Rouco, ni de los manejos de los “profetas”, “apóstoles” o “visionarios” de los movimientos sectarios que se cobijan bajo el manto histórico del cristianismo reformado, ajenos a las esencias de libertad y respeto que emana de la Biblia y que pretenden, unos de una forma y otros de otra, actuar de vicarios exclusivos y excluyentes del Dios universal quien, por otra parte, sopla de donde quiere y hacia donde quiere.
El Dios que conocemos a través de Jesús de Nazaret es el Dios de los pobres, de los más necesitados, de los de limpio corazón, que se junta con pecadores y marginados, que denosta cualquier tiranía y que, efectivamente, como reconoce Vicent, comparte las miserias del género humano, cura enfermos y promete que los últimos serán los primeros, aunque cueste trabajo verlo. Un Dios que no se alía con los déspotas ni con los corruptos, que no compadrea con el poder, que no se une con los triunfadores.
El Dios de Jesús de Nazaret o el Jesús de Nazaret de Dios, no se presta a componendas políticas, económicas o eclesiales; es más, no suele mantener relaciones muy estrechas ni con los políticos, ni con los “mercados”, ni con las jerarquías religiosas. Como Dios de luz, propugna la transparencia, la honestidad, la ética; y como Dios de amor, fomenta las relaciones armónicas entre los hombres y mujeres de buena voluntad.
Diciembre de 2011.