Introducción
Gerhard Lohfink, en su libro ¿Necesita Dios la Iglesia? escribe: “La iglesia vive otra vez en el mundo bajo persecuciones o en medio de un paganismo nuevo. En esta situación sólo sobrevivirá si regresa a comunidades constituidas “neotestariamente”, pero no a un falso romanticismo de iglesia primitiva… La palabra “regreso” aún no expresa del todo la cuestión. Se trata de una nueva andadura, pero ahora con una conciencia de la historia mucho mayor.” (286).
Estoy convencida de que una de las reflexiones más convenientes y pertinentes para la iglesia actual debería consistir, sin duda, en una revisión exhaustiva, honesta y profunda de nuestra eclesiología, y la principal pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Cómo es que la iglesia del siglo XXI en todas sus manifestaciones ha perdido la vitalidad y la relevancia que caracterizaran a la iglesia de los primeros siglos?
Algunos pueden pensar que eso no es cierto; que en realidad estamos asistiendo a un renacer de la fe cristiana a través de nuevas expresiones eclesiológicas –todas ellas bastante fundamentalistas, por cierto: renacidos, carismáticos, predicadores del avivamiento, telepredicadores, milagreros, chamanes, vividores… y otras especies. Creo que esas expresiones y esos renaceres no son más que versiones baratas e incultas de un “neoplatonismo” pagano, chabacano y trasnochado.
Pero, ¿Realmente la iglesia cristiana contemporánea es la iglesia que Jesús quería? ¿Nuestros modelos eclesiológicos son un reflejo del carácter y de la voluntad de Dios en el mundo en el que nos movemos y somos? No quiero ser pesimista pero, me temo que la respuesta a estas pregunta es un rotundo NO.
Por eso, y utilizando un texto del evangelio de Lucas, concretamente una parábola, me gustaría reflexionar brevemente sobre dos posibles modelos eclesiológicos, con la esperanza de que nuestra iglesia se decida y continúe trabajando en la construcción de un modelo capaz de poner de manifiesto el alcance y la importancia de las buenas noticias del evangelio en una sociedad como la nuestra.
Lc. 18, 9-14
Haciendo una lectura de este texto en clave eclesiológica me gustaría proponer dos modelos de ser iglesia:
1. El modelo fariseo (9-12)
El modelo fariseo se fundamenta en la autocomplacencia y en el desprecio por las demás personas (9). Se trata de creer que somos mejores que el resto de los mortales, lo cual nos da derecho a menospreciarles y a no tener en cuenta su forma de entender el mundo.
¿Cuáles son las características de una iglesia farisea?
a) La prepotencia
Una iglesia que opta por un modelo fariseo siempre se muestra prepotentey exclusivista. Cree que su relación con Dios es única, que Dios sólo la favorece y cuenta con ella, sin considerar a otros seres humanos o, incluso, otras maneras de entender la relación con Dios.
Esa prepotencia queda patente en el texto a través de la postura del hombre fariseo (“puesto en pie”) y de su forma de practicar la oración (“te doy gracias porque no soy como lo demás hombres…”).
Estoy prácticamente convencida de que la iglesia cristiana, a lo largo de su historia, ha estado continuamente expuesta a la tentación de mostrarse prepotente. En muchas ocasiones, más de las que desearíamos, lo cierto es que ha caído en dicha tentación y se ha aliado con los poderosos en aras de adquirir o mantener una serie de privilegios políticos, sociales o culturales.
Pero, tal vez la prepotencia no sea el camino adecuado para recuperar la relevancia y la importancia que la iglesia cristiana tanto necesita en una sociedad como la nuestra.
b) La inmisericordia
Muy unida a la prepotencia, y casi como una consecuencia de ésta, podríamos apuntar que una segunda característica de una iglesia que opta por un modelo fariseo es la inmisericordia.
Una vez que el fariseo dice de sí mismo: “no soy como los demás hombres…”, a continuación viene la sentencia de qué son el resto de los seres humanos: “estafadores, injustos, adúlteros…”. Ni siquiera muestra un poco de misericordia por el recaudador de impuestos que está junto a él haciendo lo mismo: elevar sus plegarias.
Como el fariseo, una iglesia que opta por ese modelo, además de prepotente, será inmisericorde, ya que se sentirá y se entenderá a sí misma como lo mejor. Todo lo demás será basura y por tanto indigno de atención y respeto.
Es más que probable que tampoco queramos transitar por esta vía, al menos a mí me gustaría creerlo.
c) La infalibilidad
Una tercera característica de la iglesia farisea, muy unida a las dos anteriores, es creerse infalible: “Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano.” Afirma el orgulloso fariseo. Nos engañamos si pensamos que por cumplir con unas determinadas ordenanzas o por permanecer fieles a una determinada tradición teológica a pesar de todo, somos infalibles, o lo que es lo mismo, que tenemos acceso a la verdad absoluta, universal, clara y distinta.
La infalibilidad no es precisamente una de las características de las diferentes expresiones humanas, ni siquiera de la iglesia, aunque algunos así lo crean.
Pero, la narración en la que estamos meditando nos muestra un modelo alternativo de hacer iglesia:
2) El modelo publicano
Siguiendo con la lectura eclesiológica de la parábola de Lucas que nos ocupa en este momento, podemos considerar el ejemplo del publicano como un modelo alternativo al fariseo de construir comunidad. El modelo publicano es radicalmente diferente, sus características son:
a) Conciencia de las propias limitaciones
Como el fariseo, el publicano también está de pie en el momento de la oración, pero Lucas nos informa de que “está a cierta distancia” y “no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo”.
Una iglesia que opta por un modelo “publicano” sabe muy bien cual es la diferencia entre ella y Dios. Sabe perfectamente que su existencia y su permanencia no dependen de ella, sino de Aquél que la sustenta y la cuida.
Una iglesia que es consciente de sus limitaciones también es una iglesia que:
b) Se compromete con y practica la misericordia
Mientras que el fariseo siente que es mejor que el resto de lo seres humanos y, por tanto, no toma conciencia de lo que realmente es y se dirige a Dios utilizando un tono prepotente, inmisericorde y haciendo gala de su infalibilidad, el publicano se sabe impotente para superar sus propias contradicciones. Por eso, apela a la misericordia de Dios: “Ten piedad de mí”.
Si una iglesia es consciente de que necesita la misericordia de Dios para continuar caminando y construyéndose, sin duda se comprometerá con una comprensión y una práctica que contemple la misericordia como un valor importante en su trayectoria.
Además, una iglesia que se sabe limitada, que se compromete con una visión y una práctica misericordiosa del mundo, también se reconoce como:
c) Una iglesia falible
Frente a una iglesia farisea que se siente infalible porque ha recibido la revelación, la misión, etc., del mismísimo Dios, está esa iglesia que es consciente de su propia debilidad: “Dios, ten piedad de mí, pecador.”
No somos infalibles. Debemos reconocer nuestra debilidad y reivindicar nuestro derecho a equivocarnos y a rectificar nuestras equivocaciones, con la ayuda de Dios que siempre está dispuesto a echarnos una mano, cuando es necesario.
Conclusión
¿Qué modelo de iglesia queremos seguir construyendo? ¿Una iglesia farisea o una iglesia publicana? Depende de nosotros, pero yo, sin duda opto por el segundo modelo, para lo cual me gustaría hacer algunas propuesta.
Rosemary Radford Ruether dice que “ser iglesia, el cuerpo de Cristo, es básicamente ser una comunidad que vive en y a través de la gracia.”, y nos proporciona seis elementos necesarios para llegar a ser esa Iglesia del futuro, que vive en y por la gracia:
1. Multiculturalismo
Debemos aprender a ser auténticamente una Iglesia universal, no hegemónica, de hombres occidentales, blancos y europeos, que confunde la cultura occidental como normativa y cristiana que debe ser impuesta al resto de mundo. Debemos, por lo tanto, investigar, proclamar y celebrar la actual diversidad de los cristianos, estableciendo un diálogo que nos enriquezca mutuamente.
2. Compromiso con los pobres y con los oprimidos
La Iglesia cristiana es, auténticamente, el cuerpo de Cristo cuando vive en solidaridad con aquella parte de la comunidad que es tratada injustamente, marginada, maltratada y silenciada por el poder institucional.
3. Una Iglesia liberada del sexismo
Debemos trabajar por una iglesia liberada del sexismo, que realmente viva la comunidad de iguales: hombres y mujeres liberados de las patologías sexuales, que valoran su sexualidad, que rechazan la homofobia, y son capaces de reconocer la diversidad de las orientaciones sexuales.
4. Una Iglesia democrática
Se trata de procurar una política de iglesia participativa e igualitaria, es decir algo totalmente opuesto a la política patriarcal, aristocrática y monárquica que muchas iglesias practican.
5. Una Iglesia que reconoce su falibilidad
Una Iglesia que se cree ella misma infalible en el establecimiento de sus reglas está encerrada en su propia apostasía, y hace esta apostasía irredimible. Cualquier pecado es perdonable, excepto el de presunción de infalibilidad, porque este es el pecado contra el Espíritu Santo. Debemos ser capaces de reconocer que podemos caer en el error, no ya tanto como individuos, sino como instituciones que ejercen su capacidad institucional.
Reconocer que podemos fallar nos liberará para ser humanos y reconocernos como seres finitos y falibles, viendo en parte y no totalmente. También nos liberará para ser cristianos que viven por fe, celebrando la oportunidad de arrepentirnos y de vivir en la gracia de la transformación, sin lo cual no podemos experimentar una auténtica vida en Cristo.
Debemos liberarnos, por tanto de la necesidad infantil de tener ciertas certezas, para poder llevar a cabo una búsqueda inteligente de otras perspectivas verdaderas que podemos construir, sin necesidad de que se constituyan en la única base de nuestra vida.
6. Una Iglesia que vive por gracia
Una vez más, queremos insistir en que la Iglesia que buscamos, en la que podemos vivir plenamente, es la iglesia que vive por gracia, no en el sentido de la gracia que excluye el conocimiento, la experiencia y el cambio histórico, sino una gracia que nos sostiene y apoya en y a través de nuestra búsqueda de significado y justicia, y en nuestra libertad para arrepentirnos, liberándonos para abandonar ideas y sistemas obsoletos, lo cual nos permitirá la experiencia de una renovación constante.
Algunas sugerencias para transitar por ese camino de la gracia:
1. Necesitamos madurar, y darnos cuenta de lo realmente difícil que es liberarnos de los residuos de un espiritualidad infantil que ha sido absolutamente interiorizada a lo largo de nuestra tradición eclesial.
Esa tradición nos sitúa entre la rebelión y la sumisión, adoptando a veces formas de sumisión para redimirnos de la culpabilidad de la rebelión, lo cual no favorece nuestro camino hacia una responsabilidad adulta. Ser adultos significa tener confianza en nuestra propia autonomía sin necesidad de autoinfligirnos o autonegarnos, siendo capaces de asumir la responsabilidad de participar en la construcción del futuro de la comunidad desde las relaciones de servicio y no desde las relaciones de poder.
2. Necesitamos ser gente de oración. Esto significa que debemos encontrar el equilibrio entre la acción social y la espiritualidad; para recuperar una espiritualidad que práctica la oración, la meditación, y cultiva la presencia de Dios en nuestras vidas utilizándola no para alienarnos de la realidad, sino para adquirir un verdadero compromiso con ella.
3. Necesitamos ser conocedores de la historia y de la teología de la Iglesia para entender por qué estamos donde estamos, pero también para poder cuestionar esa historia y esa teología, como un camino posible para la continua renovación de la Iglesia.
4. Necesitamos estar comprometidos socialmente. Debemos encontrar caminos para la solidaridad con los desprotegidos de la historia. Ellos deben ser nuestra opción preferencial.
También debemos comprometernos con el futuro ecológico del planeta y actuar de forma comprometida y responsable.
El modelo “publicano” reflejado en estas cuatro formas de futuro para la iglesia: madurez, oración, conocimiento y compromiso social y ecológico deben reflejarse no solo en nuestras relaciones sociales, sino sobre todo en nuestras relaciones comunitarias.
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