Posted On 08/04/2012 By In Opinión, Teología With 2380 Views

Resucitando al cristianismo: recuperar sus mitos y recrear sus ritos

Hay algo mal en el cristianismo actual, todos y todas lo sentimos. Nos inclinamos a pensar en que el problema está en las instituciones, es decir, en las iglesias, sus líderes, sus normas, sus objetivos, etc. Las instituciones cristianas parecen haber traicionado a su maestro fundador y, como consecuencia, el cristianismo parece estar agonizando. Sin embargo, podemos afirmar que el problema es más profundo. De acuerdo a Karen Armstrong, una conocida historiadora de las religiones, los occidentales contemporáneos tenemos un problema con el hecho religioso como tal, y no sólo con la forma institucional de la religión.

Luis Marcos TapiaSegún Armstrong, los occidentales hemos perdido nuestra compresión de los sagrado y de cómo este se comunica y manifiesta. Hemos privilegiado una forma de pensar, hablar y adquirir conocimiento, esto es, el logos, en detrimento de otra que es igual de importante y esencial, el mythos. Según Armstrong, estas dos formas de llegar a la verdad son complementarias, ya que cada una tiene un área de competencia. A la racionalidad mítica le interesa llegar al sentido o significado último de la realidad, enfocándose en lo eterno y universal. Su valor está en que revela las verdades más intuitivas del ser humano, verdades que no pueden ser probadas empíricamente. Por otra parte, la racionalidad lógica es más pragmática. El ser humano se sirve de ella para funcionar bien en el mundo, para hacer cosas o persuadir a otro para que las haga. Con el logos se busca controlar y manejar las cosas.

El problema del cristianismo en el mundo occidental actual estaría dentro de esta misma línea, se ha abandonado completamente la racionalidad mítica del cristianismo y se le ha reducido a un mero logos. Ser cristiano parece consistir sólo en creer determinadas afirmaciones o proposiciones, llamadas tradicionalmente doctrinas o dogmas, e intentar vivir de acuerdo a las normas morales que de ellas se derivan. Como consecuencia, algunos cristianos rechazan el pensamiento mítico y hacen de las creencias religiosas un mero logos. Como ejemplo, Armstrong señala que afirmar que el éxodo de Egipto fue exactamente como la Biblia lo narra, apelando a una supuesta evidencia histórica y científica para probar que es una verdad histórica, es cometer un grave error al desconocer la naturaleza y el propósito de ese relato. De esta manera se elimina la racionalidad mítica de la religión y se la reduce a creencias cuya racionalidad, por no estar en la lógica del logos, no puede sostenerse efectivamente desde éste. Nace el fanatismo fundamentalista y su contrapartida natural, el secularismo ateo, tan dañino como el primero.

A partir de lo señalado anteriormente no sólo se hace evidente la validez de la opción agnóstica o incluso atea, pues la religión efectivamente no tiene sentido cuando se la reduce al logos occidental, sino que además se hace evidente una posible solución y superación de la crisis, esto es, volver al cristianismo como religión, redescubrir su racionalidad mítica y, especialmente, recrear sus ritos.

Armstrong señala que el mito sólo se vuelve real y significativo cuando se incorpora a un culto o a una ceremonia. Estos elementos, cuya centralidad está en los ritos que en ellos se desarrollan, tocan las fibras estéticas de los participantes, evocan la presencia de un sentido sagrado y los capacitan para aprehender los significados últimos de la existencia. El mito y el culto son tan inseparables que aún se debate cuál fue primero, si los relatos míticos o los rituales cúlticos. Según Armstrong, sin el rito o las prácticas místicas, los mitos religiosos no tienen sentido sino que se mantienen abstractos y carentes de veracidad.

Es evidente que en el cristianismo contemporáneo sí se practican ciertos ritos, tanto dentro de la iglesia católica como dentro de las múltiples iglesias protestantes o evangélicas. Sin embargo, estos ritos ya no parecen funcionar, tanto porque se ha perdido el enlace con el origen de ellos, como por el hecho de que no se han renovado. Muchos evangélicos y católicos están fuera de las iglesias porque el culto o la misa ya no tiene sentido para ellos, y miran con curiosidad y admiración a otras religiones y espiritualidades. Pareciera que en las religiones de tradición oriental hay ciertas prácticas, hábitos y ritos que sí ofrecen una efectiva conexión con el misterio de los sagrado y lo divino. Muchas personas hoy practican yoga y otras técnicas de meditación sin siquiera buscar intencionalmente una experiencia religiosa, sino algo que simplemente transforme la rutina de sus vidas en algo distinto, en algo que les haga sentirse plenos, tanto corporal como emocionalmente. Aunque se pueda secularizar la práctica del yoga, siempre será una práctica religiosa, y siempre estará conectada a una determinada cosmovisión o mito, aunque ni siquiera se tenga consciencia de ello.

La respuesta cristiana frente a esta necesidad humana no se debe centrar en la condena sino en la propuesta. Es necesario que los pastores y teólogos den espacio a los artistas, a los músicos, poetas, cineastas, comunicadores audiovisuales, bailarines, actores, diseñadores, arquitectos, etc. Son ellos los más indicados para recrear los ritos centrales del cristianismo y hacer que sean significativos para el hombre y la mujer de hoy. “Es bueno que haya ritos” – le dijo el zorro al Principito – “es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas”. Es bueno que haya ritos en el cristianismo, es lo que hace que el misterio de Dios se pueda experimentar, con todo el cuerpo, la mente y los sentimientos. De lo contrario, sólo se queda en doctrinas y deberes. Los ritos, reconfigurados y actualizados, son una de las formas en que el cristianismo pueda superar su crisis y resucitar, recuperando su lugar como una religión relevante en la actualidad.

Luis Marcos Tapia

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