Posted On 08/04/2012 By In Opinión, Teología With 1385 Views

Va de magia

La capacidad de fascinación es inherente al hombre. En los albores de la humanidad, el ser humano se sintió sorprendido y atraído por lo que desconocía y lo que le sobrepasaba como podían ser los hechos naturales (estaciones, días, noches…); los fenómenos naturales (truenos, relámpagos, lluvia, nieve, viento…) y las catástrofes sobre las que no tenía ningún tipo de control (incendios, terremotos, ríos desbordados…).

Jaume TriginéHoy nos asombramos por lo que conocemos. Las leyes físicas que rigen el universo, la composición del átomo, el mundo de la química, los principios biológicos… Nos maravilla el Big Bang, la contemplación del cielo estrellado, el proceso evolutivo del ser humano a lo largo de los siglos, el desarrollo embrionario que dará lugar a una nueva vida…

Esta capacidad de fascinación ha sido habitual y hábilmente explotada por los chamanes de turno de las diferentes religiones que, a través del rito, han domesticado las conciencias en beneficio propio o del stablishment político-religioso. Ritos cercanos a la magia con los que han ejercido un poder omnímodo sobre pensamientos, sentimientos y conductas. Es el poder de quien maneja el rito frente a quien se asombra sin posterior reflexión.

Muy probablemente fue el pensamiento mágico el que indujo al hombre de Altamira a plasmar pictóricamente, en las paredes y techo de sus cuevas, los caballos, ciervos y búfalos que pretendía cazar para, con ello, lograr el favor de las fuerzas de la naturaleza en su cometido.

Los hechiceros de Egipto convirtieron varas en serpientes para fascinación del Faraón y de su corte. Respondieron, de este modo, a las señales de Moisés y Aarón con encantamientos y magia.

El ceremonial mágico podemos reseguirlo en los ritos del zoroastrismo, en los rituales mistéricos del mundo grecorromano y también en el cristianismo. Ya en el primer siglo, Simón, llamado el mago, confunde las señales que acompañaban a Felipe en su predicación en Samaria con una forma superior de magia con la que había estado engañando a sus conciudadanos. Al observar que las gentes recibían el Espíritu Santo, tras la imposición de las manos de los apóstoles, pretendió comprar el truco de la transmisión del Espíritu. No entendió que el cristianismo nada tenía que ver con el ritualismo mágico en el que él se desenvolvía.

Qué diremos del valor mágico de las reliquias y relicarios. Ya en los principios del cristianismo, las reliquias fueron consideradas como una protección especial para la persona que las poseía y una ayuda para conseguir lo inalcanzable por los caminos de la realidad existencial. Qué decir del uso de los escapularios como amuletos protectores de todo tipo de mal. ¡Ay, el pensamiento mágico!

Siglo XVI. La necesidad de fondos para hacer frente a la construcción de la basílica de San Pedro en Roma genera el comercio de las indulgencias. Es bien conocida la labor del dominico Johann Tetzel, elocuente orador, que predicaba que, en el mismo momento que la moneda tocaba el fondo del cofre, el alma de la persona por la que se compraba la indulgencia pasaba, ¡oh magia!, del purgatorio al cielo.

Lutero hizo frente al pensamiento mágico que infantiliza. La reforma religiosa del siglo XVI se distanció del uso del poder ritual para ahondar en la práctica reflexiva de la fe. Cambios en la liturgia: empleo de las lenguas vernáculas, participación de los laicos a través de la música, la lectura y la oración. Papel central de la exégesis bíblica. Recuperación del culto racional del nuevo testamento.

Pero parece que se hace difícil sustraerse completamente del ritual mágico. Este aparece una y otra vez y no tan solo en el mundo esotérico. En ocasiones surge también en quienes se autodefinen como herederos de la reforma protestante. ¡Paradojas de la vida! Grupos que otorgan poderes sobrenaturales a objetos como botellas de agua del río Jordán. Curaciones colocando una mano en el transistor en el que resuena la voz del nuevo chamán y la otra en la parte doliente del cuerpo. Caries que desaparecen. Extremidades que modifican su longitud. Exorcismos para erradicar demonios, como si nos hicieran falta para tentarnos cuando todos sabemos bien que nos bastamos solos para ello.

Dios no es causa de los efectos mundanos, entendiéndolos como cuanto acontece en el espacio-tiempo. ¿Habrá que recordar el concepto de la autonomía de la creación y que el mundo se rige por sus propias leyes? ¿Hemos olvidado que el ámbito de Dios no es el espacio-tiempo sino la eternidad? ¿Tendremos que hacer memoria de que Dios hace salir el sol sobre justos e injustos y que todos estamos expuestos a las vicisitudes de la existencia?

Manos levantadas para convertirse en cristiano. Repetición de oraciones estandarizadas por la multinacional de turno para recibir a Cristo. ¿Cómo es posible simplificar hasta tales extremos el mensaje cristiano? La respuesta está en el poder del ritual mágico que continúa fascinando al hombre y a la mujer postmodernos. En ausencia de fundamentos sólidos es suficiente aquello que encandila o, mejor, deslumbra. Cabe recordar la afortunada frase de C. Arrastra: Cristo no vino a entretener, sino a redimir.

Como en la experiencia de Jesús en el desierto, la tentación continúa siendo convertir la religión en magia o espectáculo al servicio de intereses narcisistas y egocéntricos. Someterse a cambio de una ridícula cuota de poder eclesial. Asumir una creencia desprovista de los criterios de racionabilidad inherentes al cristianismo.

De nuevo, al igual que los reformadores, nos corresponde distanciaros del ritualismo mágico para profundizar en el contenido doctrinal y teológico de la fe. Debemos recuperar la experiencia fundante de la iglesia con manifestaciones del poder de Dios, sin necesidad de elementos mágicos. Debemos mantener aquellas esencias del protestantismo que se entronca con los inicios de la reforma religiosa del siglo XVI y que, como expresaba el pastor E. Capó, ha ido madurando en su reflexión teológica y humana hasta convertirse en una importante corriente de pensamiento que configura una forma de ser iglesia en el mundo. Por favor, no más magia.

Jaume Triginé

Jaume Triginé

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