Posted On 06/09/2012 By In Biblia With 1467 Views

Como si estuviéramos en el Reino de Cristo

“Así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel, a todos los que he deportado de Jerusalén a Babilonia: Construid casas y habítadlas; plantad huertos y comed de su fruto. Casaos, y tened hijos e hijas; y casad a vuestros hijos e hijas, para que a su vez ellos os den nietos. Multiplícaos allá, y no disminuyáís.  Además, buscad el bienestar de la ciudad adonde os he deportado, y pedid al Señor por ella, porque el bienestar de vosotros depende del bienestar de la ciudad.» (Jer. 29:4-7)

La iglesia y la fe cristiana, en Occidente, se han vuelto marginales y las iglesias están tratando de remediarlo. Desde luego, ser puesto a un lado cada día más por una nueva religión, una nueva espiritualidad, una nueva asociación de voluntariado o recreativa, no es agradable para quien antes tenía un monopolio de origen divino. ¿Qué hay que hacer en esta situación?

La profecía de Jeremías puede ayudarnos porque fue pronunciada en una situación parecida.

El exilio babilónico fue como un terrible terremoto que minó la estabilidad de la fe de Israel, pero el profeta habla explícitamente de habitar el país en el que ha sido deportado. Su profecía hace cuatro afirmaciones impresionantes, destinadas a modificar de manera permanente la actitud de la fe del pueblo israelita.

En primer lugar la profecía afirma que Dios está detrás del exilio del pueblo de Israel en  Babilonia. “Así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel, a todos los que he deportado de Jerusalén a Babilonia”. Esto quiere decir que Dios no se manifestó como el libertador de Israel, sino como su opresor. Contra toda tradición bíblica hasta aquel entonces, aquí Dios no se manifiesta como redentor de Israel, sino como su juez. Por eso Jeremías será considerado un falso profeta. Se trata de una afirmación radical y de una dureza inexplicable para el pueblo de Dios que la recibe. Sobre todo, aquí hay condenación, pero no hay culpa. ¿Por qué este juicio tan severo? ¿Cuál ha sido el pecado del pueblo que le ha hecho merecer una perdida tan grande? Tal vez podríamos leer algunas páginas anteriores del profeta para comprender cuál es el pecado del pueblo, pero queda claro el hecho de que aquí la profecía en sí misma carece de la explicación del pecado del pueblo, es decir, no tiene una justificación. Ya en el pasado, Dios había castigado al pueblo por su pecado, e Israel estaba preparado para aceptarlo, pero ahora no se le explica el porqué! Acaso ¿ha cambiado algo en su relación con su pueblo? Todo esto resulta inaceptable para Israel, pero Jeremías le llama a aceptar el juicio. A hechos consumados, nosotros podemos ver que, con la aceptación de este juicio tan incomprensible, Dios está guiando a su pueblo hacia el cumplimiento de la promesa hecha a Abram “por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra”. (Gen. 12:3)

En efecto, justamente a partir de la diáspora babilónica surgirá el judaísmo de los tiempos de Jesús, en cuyo álveo nacerá el cristianismo. De todas maneras, está claro que con esta profecía el panorama de la fe de Israel cambia para siempre.

En segundo lugar la profecía afirma que Israel debe vivir en Babilonia como si estuviera en la tierra prometida. « Construid casas y habítadlas; plantad huertos y comed de su fruto.  Casaos, y tened hijos e hijas; y casad a vuestros hijos e hijas, para que a su vez ellos os den nietos. Multiplícaos allá, y no disminuyáís.»   

Aunque no lo parezca, en la profecía Jeremías está ofreciendo una esperanza y una precisa indicación de cómo el pueblo tendrá que vivir en esta situación tan peculiar. “Si Dios ha cambiado tan radicalmente su actitud para con nosotros”, se pregunta el pueblo, “¿cómo podemos vivir aquí?”. Muchos falsos profetas, que no tenían una verdadera visión, veían una sola posibilidad: Dios habría hecho volver enseguida al pueblo a casa. Y su mensaje estaba en contra del de Jeremías, es decir, animaba a los israelitas a que no se adaptaran y a que estuvieran listos para volver a su país (el mensaje más obvio, el más bíblico y teologícamente coherente). El pueblo se encontraba en un estado de profundo sufrimiento e incertidumbre a causa de un liderazgo ciego que no lograba entender realmente lo que estaba ocurriendo.

Aunque el mensaje de Jeremías no era el que el pueblo quería escuchar – pues afirmaba que el exilio sería largo – sin embargo, la profecía le da una precisa indicación: “Construid casas, pues nos quedaremos aquí” (los falsos profetas no sabían qué hacer).  Además, Jeremías ofrece también una esperanza al pueblo; tres versículos más adelante en la misma profecía dice: “Porque yo sé muy bien los planes que tengo para vosotros —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de daros un futuro y una esperanza.”(v. 11), es decir, vuestro futuro está en las manos seguras y bondadosas de Dios y Él os hará conocer sus bendiciones (como de hecho así sucederá).  Jeremías dice: “vivid como si estuvierais en Jerusalén”. Decirlo es fácil, pero ¿cómo se puede realizar? En Babilonia falta todo: no sólo no es la tierra prometida, sino que aquí faltan el reino davídico y la misma Jerusalén que es el lugar en el que todas las promesas se habrían de cumplir; sobre todo no está el templo para los sacrificios. ¿Cómo puede Israel mantenerse fiel en Babilonia?

Sin embargo, gracias a la profecía de Jeremías, en Babilonia los israelitas harán nacer un nuevo modo de ser hebreos. Inventarán la sinagoga; surgirá un nuevo grupo de líderes, los fariseos; la fe se fundará en la ley, ya no en el templo. En Babilonia nace el futuro de Israel, nace el judaísmo.

En tercer lugar la profecía afirma que Dios ama a los babilonios. “Buscad el bienestar de la ciudad adonde os he deportado, y pedid al Señor por ella”. También esta afirmación cae como un balde de agua fría. Israel no es el único pueblo que Dios cuida y que bendice. Yahwe no es el ídolo de una pequeña nación del Oriente Medio, sino el Dios creador del cielo y de la tierra, el que guia a los pueblos y la historia. Dios ha hecho un pacto eterno de alianza con Israel, sin embargo, el mundo y las naciones son suyos. Dios ha elegido a un pueblo como su herencia particular, pero no ha abandonado a todos los demás. Es verdad, Babilonia no lo reconoce, pero él sigue siendo su Dios. Nadie tiene el monopolio sobre Dios, ni siquiera Israel (o la Iglesia). Dios es un Dios universal.

Por último la profecía afirma que Israel tiene una misión en Babilonia. “el bienestar de vosotros depende del bienestar de la ciudad”. Ha llegado el momento en el que Israel ha de entender y cumplir su mandato, el que estaba al origen de la vocación de Abram “por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra”. Esto incluye a Babilonia también. Israel, igual que el profeta Jonás, es arrastrado hacia su misión.

En conclusión quisiera que fuera clara la entidad del trastorno al que fue sometido la fe de Israel: Dios es un Dios universal; su promesa es para todas las familias de la tierra; Israel viene a ser integrado en un panorama totalmente transformado y se ve obligado a encontrar nuevas formas de fidelidad porque la suya ya se ha convertido en una misión: observar la ley del Señor en una tierra difícil y hostil. El exilio en Babilonia fue de verdad como un terrible terremoto que modificó de manera permanente la geografía de un lugar. Lo que el pueblo aprendió en Babilonia es precisamente lo que le permitió que sobreviviera a la diáspora tras la caída de Jerusalén y la supresión de Israel como entidad geográfica y política después del 70 d.c.

Yo creo que hoy en día, así como para Israel durante el exilio, también para nosotros, creyentes occidentales, la geografía de la fe cristiana ha cambiado por completo y se ha hecho necesaria una nueva reflexión sobre la misión de la iglesia. Se necesitan nuevas propuestas. Israel salió de la experiencia del exilio profundamente transformado y a lo mejor también nosotros somos llamados a cambios radicales parecidos.

Tal vez, detrás de estos grandes cambios sociales que han afectado a la iglesia, algunos de los cuales dolorosos, esté la mano de Dios; quizá, deberíamos reconocer que Dios no ama sólo a la iglesia, sino a todo hombre y mujer y a toda la creación; posiblemente, el bienestar del mundo sea también nuestro propio bienestar y nosotros deberíamos hacernos cargo de esta responsabilidad; tal vez  nuestra misión haya cambiado.

Hemos vuelto a vivir la fe como una minoría en tierra ajena. Esto parece precisamente un juicio divino sobre la iglesia, y tal vez lo sea, pero ¿qué podemos hacer entonces? En mi opinión, las iglesias podrían abandonar el sueño de volver a los antiguos fastos, basados más en el poder que en la obediencia, y aceptar la nueva situación “construyendo casas y habitándolas”. No se trata de una declaración de quiebra. El Evangelio que anunciamos es que Jesús es la victoria de Dios en el mundo, por lo tanto creemos que el Señor nos ha dado un futuro que llamamos Reino de Cristo.

Entonces, podríamos, con plena confianza, dejar a un lado la mentalidad de la reconquista del terreno perdido y, en cambio, empezar a reflexionar sobre cómo vivir en el mundo como si estuviéramos en el Reino de Cristo.

Agosto 2012

(Traducción del italiano: Patrizia Tortora)

Italo Benedetti
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