Ha llegado la hora de la creatividad y la imaginación, pero también de la solidaridad y el testimonio profético. No se sabría bien en qué orden colocar todas estas cosas. Ayer, miércoles 19 de septiembre de 2012, fecha de marca indeleble por el recuerdo de una tragedia, ha sucedido otra: sonaron los tambores de la ignominia y la represión disfrazadas de sana espiritualidad cristiana y preocupación por la marcha de la Iglesia, en este caso, una fracción muy pequeña de la misma: la ya irreconocible Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM). Es también la hora del dogmatismo y la traición, aunque ambas realidades y prácticas fueron asumidas por muchos integrantes de ese membrete desde hace mucho tiempo como algo normal y cotidiano, es decir, sin ninguna incomodidad o cargo de conciencia.
Y hay que empezar por orden: acerca del dogmatismo, a nadie puede sorprender que personas tales como el presidente en turno de la directiva de la Respetable Asamblea General, cuya actuación en directivas anteriores, especialmente a la hora del manejo de los dineros, nunca haya quedado clara, y que, mediante una muy peculiar interpretación de la superada “teoría de la retribución” accedió a ese puesto tan bien remunerado, actúe ahora como un juez que maneja las leyes y reglamentos como coto personal y que, sin ningún rubor, y pasando por encima de las más elemental ética, ya no digamos “cristiana” (acerca de la cual no conoce teológicamente mucho, y lo digo con conocimiento de causa) y del respeto a los derechos humanos, amenazó públicamente a uno de los pastores y ponentes a favor de los ministerios femeninos delante del pleno de la Asamblea General. Ahora cumple cabalmente con esas lamentables y esperpénticas expresiones al aplicar “todo el peso de la ley”, la enemiga número uno de Jesús de Nazaret (Franz Hinkelammert) y descarga la ira pseudo-divina administrada, a través de interpósitas personas y de su representación tan ganada a pulso, sobre seis de sus hermanos en la fe que osaron cuestionar, en el fondo, sus escasísimas luces teológicas y sus limitadísimos horizontes eclesiológicos.
De la vicepresidencia ni hablemos, porque, en rigor, la persona que ejerce ese cargo literalmente no existe, dado que su pálida voz y, también, su nula representación eclesial, no amerita el uso de más palabras. El secretario en funciones, integrante de una generación estudiantil en la que se depositaron algunas esperanzas en su momento, negado lingüística y gramaticalmente por la naturaleza para ejercer ese puesto que exige una capacidad escritural mínima y que poco esfuerzo ha hecho por hacerse entender siquiera un poco, únicamente ha sido un amanuense (lo que es mucho decir) al servicio de las fuerzas más oscuras que se han adueñado a trasmano, aunque desde hace un buen tiempo, de la INPM. Ese ser indigno y sin ningún sentido del espíritu cristiano dirige hoy, pomposamente uno de los ministerios más importantes de la INPM. Además, se ha propuesto, por consigna, “erradicar el cáncer” que para su estrecha mentalidad significa la urgentísima necesidad de que esta iglesia sea verdaderamente reformada y no el remedo semi-sectario en el que la están convirtiendo. Esta intención, muchas veces explicitada y de diversas formas realizada, en palabra y acto, viene mostrándose desde los años sesenta del siglo pasado, cuando surgió el cuerpo eclesiástico básico que con los años, y como parte de esa estrategia de zapa y combate a los “fantasmas” de la renovación espiritual, teológica e intelectual, ha escalado otro nivel hasta convertirse en sínodo, pero siempre con las mismas acciones sectarias, cismáticas y supuestamente defensoras de la “sana doctrina”, como herencia de un fundamentalismo que jamás se ha querido ocultar, aunque en ocasiones se haya amalgamado con tendencias, esas sí, verdaderamente heréticas, como el “dispensacionalismo” y otras más. La actuación de la persona aludida en el Concilio Teológico llevado a cabo en agosto de 2011 pasó por encima de todas las normas de la ética y, por lo demás, estableció el cinismo trasvestido de “orden eclesiástico” como consigna, junto con la cohorte de incondicionales que lo rodean, reos como son de una deplorable formación teológica con la que, lamentablemente, aseguran, “pastorean” a las iglesias a su cargo.
Y el tesorero, surgido del auténtico presbiterio que lleva el nombre del reformador francés, continuador de la obra y tradición del otro dirigente suizo, fundador de la vertiente reformada del protestantismo en el siglo XVI. Esa persona, en vez de cumplir con el reglamento interno de dicho cuerpo, participó (y lo sigue haciendo) de la serie de irregularidades que, una a una, ha deslegitimado cada día que pasa a la directiva de la que formó parte, del desconocimiento de los acuerdos legales que dicho cuerpo eclesiástico tomó en su momento, en tiempo y forma, y conforme a derecho. Es cómplice del delito de asumir una representación que no le corresponde a quienes, a nombre de dicho presbiterio, siguen usufructuándola ilegalmente, dentro y fuera de la INPM. Cualquier ciudadano/a puede corroborar esta información en la Secretaría de Gobernación, donde dicho señor no apareció ni aparece registrado como directivo del presbiterio mencionado, pues jamás cumplió la directiva a la que perteneció con el trámite que debió realizar. Asimismo, aceptó el cargo a nivel nacional como “premio” por traicionar los principios y propósitos del presbiterio que lo prohijó y cobijó, aunque siempre aducía, en el ejercicio del cargo, que no tenía el suficiente tiempo para ejercerlo. Claro, no era remunerado, pero ahora que lo es el que ejerce, el tiempo le sobra.
Ya en el cuerpo eclesiástico en cuestión, el presidente que fue desconocido junto con la directiva que presidió, violó flagrantemente el reglamento interior que debía defender, y promovió el ejercicio de la máxima traición al cuerpo que presidía al declararse, como mesa directiva completa como “incompetente” para aplicar los acuerdos de la Asamblea General derivados del mencionado Concilio Teológico. Semejante acción, ajena por completo a la más elemental “ética ministerial” ha hecho de esta persona un instrumento de otros dirigentes que, ahora, lo han colocado como “secretario” del sínodo que inició la disciplina en contra de sus ex compañeros de presbiterio, faltando con ello a los principios de la fraternidad, la solidaridad y el apoyo que había jurado guardar. De ahí que toda determinación firmada por él se deslegitima automáticamente, pues siendo juez y parte, y habiéndose prestado a la realización de la represión, muestra su verdadera “calidad” humana y el tipo de mentalidad con que conduce a la comunidad a su cargo. Tampoco es de extrañarse este comportamiento sospechosamente patológico, pues a sus reiteradas carencias bíblico-teológicas, exhibidas en innumerables ocasiones y que pone en tela de juicio la ligereza con que se ordena a individuos al Santo Ministerio, pues si se practicaran estudios psicológicos serios y responsables, se evitaría poner en manos de personas así a la grey del Señor Jesucristo, que debe ser tenida en la más alta consideración. Desgraciadamente, las porciones de las “cartas pastorales” paulinas que se refieren directamente a esas responsabilidades no merecen la suficiente atención y sí, por supuesto, las que en apariencia condenan a las mujeres al ostracismo y la marginación en la iglesia. Este señor demostró, y lo sigue haciendo, el grado de desconocimiento de los orígenes del presbiterio que lo recibió y ordenó, y con su traición evidenció hasta dónde puede llegar la pequeñez y la mezquindad en un “siervo de Dios”. Es de esperarse que ahora reciba una “remuneración” más grande por sus puntuales servicios a la causa del oscurantismo y la cerrazón. Pero hay algo peor aún: cree todavía en la posibilidad de hacer cambios desde dentro de la INPM ¡y ha argumentado ante sus nuevos compañeros que seguirá en la lucha por “los ministerios femeninos”!
Otro personaje de amplia experiencia eclesiástica, pastoral y burocrática, que se sirvió del “cargo más alto” en la “jerarquía presbiteriana” para su beneficio personal, es el ejecutante visible de la justicia inmoral que ahora se aplica tan irresponsablemente. Él, que en otros tiempos fue adalid y defensor de causas afines al avance incluso ecuménico de la INPM y que logró, al mismo tiempo, dirigirla y ser el “referente número uno” del ecumenismo en México ante los ojos de dirigentes latinoamericanos, ha dejado, desde mucho tiempo atrás la posibilidad de ser mínimamente fiel a lo que creyó en sus épocas de estudiante, cuando inclusive promovió un manifiesto que revivió hace siete años en otro contexto. Qué razón tienen los versos de José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos a los veinte años” (“Antiguos compañeros se reúnen”, en Desde entonces, 1980).
Por su parte, otras personas, colegas de larga trayectoria, que decían compartir la causa tantas veces mencionada, han optado por la sabia decisión de “alinearse”, porque consideran, también, que existe un “tercerismo”, una “vía posible” de transformación de la vetusta INPM, y que cuestionarla o salir de ella constituyen acciones de ingratitud ante quien “nos formó” y prácticamente alimentó con su savia centenaria. Políticamente cuestionable, esta actitud es espiritual y moralmente insostenible, pues “se es o no se es”, se creen en los principios o no se cree en ellos. Posponer determinaciones personales sólidas, enmascarar posturas críticas en nombre de una conciencia supuestamente limpia y, sobre todo, recriminar a otros acerca de sus decisiones olvidando agravios y hasta humillaciones pasadas (y documentadas) forma parte de un conjunto bastante dudoso de argumentos que se caen por sí solos. Es posible entender que una parte importante del “ministerio” resulte tenga para algunos un aspecto eminentemente “alimenticio”, cotidiano, y que muchos factores han bloqueado e impedido realizar alternativas de desarrollo académico o laboral, pero resulta inaceptable esgrimir esos motivos al mismo tiempo que se afirma estar del lado de la renovación o el cambio. Nuevamente, el “tercerismo”, aunque ciertamente más “epidérmico”.
De modo que, ante este panorama de dogmatismo y traición acumulada, evidenciados ahora con las flamantes determinaciones eclesiásticas que condenan, estigmatizan y expulsan a estos hermanos en Cristo que han tenido el infortunio de pensar diferente, sólo nos queda apelar, como Lutero, a la gracia divina y a las Sagradas Escrituras, únicas fuentes de riqueza moral y garantes, ellos sí, absolutos, de las genuinas acciones al servicio de un Reino cuyo advenimiento, según lo volvemos a ver en esta ocasión, incomoda, lastima y ofende profundamente a quienes creen más en instituciones que en la acción renovadora del Espíritu. Ya lo ha dicho uno de estos colegas y amigos, con esta nueva violación de sus derechos y la exhibición de las carencias para el diálogo y el avance, se está ante “una puerta abierta para nuevos horizontes”.
Como consecuencia de lo anterior, es una exigencia obligada demandar a los auto-asumidos como verdugos, que al mismo tiempo presumen de tanta autoridad moral y espiritual, una salida digna de la situación para este grupo de militantes cristianos, así como la expedición de un documento que no los exhiba en ningún sentido y que les permita continuar su camino, junto con su familia y allegados/as, con toda la dignidad que merecen. El hecho de no pertenecer ya a la INPM de manera involuntaria no los descalifica para proseguir en su compromiso con la fe que ostentan y, por el hecho de ser ciudadanos mexicanos, tienen el derecho a que se les respete en su integridad como personas. No hacerlo así será, indudablemente, otro atentado contra la libertad de conciencia y contra las garantías individuales establecidas en la Constitución mexicana.
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