Posted On 27/09/2012 By In Biblia, Opinión With 2874 Views

¿Y si Jesús estuvo casado?

¡Qué falta de respeto decir que Jesús estuvo casado…!  Esta fue la reacción de la suegra de un amigo después de enterarse por las noticias del hallazgo de un fragmento de pergamino antiguo escrito en copto, del siglo IV, donde se puede leer: “Jesus y su esposa”.

La nota vuelve a encender el debate de siglos sobre el posible estado civil de Jesús.  Y no es para menos. Una ligera búsqueda en la red y más de dieciocho millones de artículos o anuncios relacionados, colocan el tema como noticia relevante.  Esto a pesar de que la investigadora Karen King de Harvard Divinity School, anunció que el documento requiere más análisis y otros expertos se mantienen escépticos.[1]

Jesús y su esposa no es algo novedoso. Algunos escritores, entre ellos novelistas, han coqueteado con la idea. Dan Brown en El Código Da Vinci, Saramago en su libro: El Evangelio Según Jesucristo y ya para el siglo III de nuestra era, algunos libros seudoepígrafas gnósticos mencionan que Jesús se casó con María Magdalena. [2]

Pero, más allá de tomar su estado civil como un ancla para un punto de debate teológico, más que hacer apología en contra de los residuos ebanistas del siglo IV, que negaba la naturaleza divina de Jesús, o el docetismo que rechazaba la humanidad de Cristo, me parece que existen otras causas subyacentes para “cuidar” con vehemencia la soltería de Cristo.

Las Escrituras nos dicen que Jesús, desde la ley, defendió y resaltó el valor del matrimonio (Mateo 19:5ss).  El consideró este vínculo como algo bueno y acorde con el propósito de Dios.  Por tanto, no podemos afirmar que si Jesús hubiera optado por casarse, hubiese incurrido en algo malo, desagradable o que esto fuera un inconveniente para cumplir su misión en la tierra.

Si Jesús estuvo casado, ¿dónde estaría el pecado?  ¿Por qué nos cuesta imaginar a Cristo en pleno ejercicio de sus facultades físicas y biológicas, y a la vez relacionarlo como una persona santa y devota?

Las ideas griegas y platónicas aún continúan presentes en nuestra Iglesia hoy en día, así como en el pasado. Prueba de ello es que continuamos divorciando lo espiritual de lo material, asumiendo con total desprecio el cuerpo como algo malo y sucio. Argumentos que se establecieron en la Iglesia por influencia de Agustín de Hipona, quien consideró que el cuerpo era  la cárcel del alma.

Sin duda, las dificultades de comprender a Jesús en su corporalidad provienen de nuestra propia limitación de entender la naturaleza de Cristo como ser humano.  Esta es una de las razones por las que nos costaría pensar en Jesús como una persona casada porque, de cierto modo, sería como  rebajarlo  y convertirlo en un pecador.  ¡Una total blasfemia! (al menos esta era la observación implícita que hacía la suegra de mi amigo cuando se dice que Jesús tuvo esposa).

De presunciones como estas se ha asumido que castidad es sinónimo de santidad y nos  sentiríamos más cómodos manejando el concepto de un Jesús asexuado con tal de no restarle autoridad moral y espiritual a su vida.

Me inclino a pensar que la defensa de la soltería de Cristo, más que una preocupación doctrinal de su naturaleza, refleja un enorme vació conceptual sobre el orden y la importancia de la vida corpórea en armonía con la vida espiritual.

Por último, pese a que en las Escrituras no hay referencias que aseguren que Cristo se casó, la opinión de la Iglesia de que se mantuvo célibe tienen más peso.  Solamente que su soltería fue intencional y en función del desarrollo de su corto ministerio, y no porque considerará el matrimonio como algo intrínsecamente sucio en sí mismo.

Las declaraciones de la suegra de mi amigo, la resistencia comunitaria de las iglesias para guardar silencio ante el tema sexual, son más que evidencias para afirmar que tenemos un gran reto por deconstruir nuestra percepción en cuanto a la formación y la educación sexual y así, dar el paso para salir del oscurantismo en el que hemos permanecido durante siglos.



[2] El Evangelio de Felipe y el Evangelio de María Magdalena, ambos descartados por la Iglesia por confirmarse  que los autores utilizaron los nombres de Felipe y María Magdalena,  para tratar de lograr la aprobación.




Alexander Cabezas

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