Posted On 04/10/2012 By In Opinión, Teología With 2701 Views

La espiritualidad ecuménica como defensora de los Derechos Humanos

V Congreso Ecuménico, Madrid, septiembre, 2012

Introducción

El hermano Roger de Taizé, en su libro ¿Presientes la felicidad?  publicado quince días antes de su muerte, escribió estas palabras: “¿Puedo decir que mi abuela materna descubrió intuitivamente una clave de la vocación ecuménica y que ella me abrió una idea de concreción? Después de la Primera Guerra Mundial, ella estaba habitada por el deseo de que nadie tuviera que revivir lo que ella había vivido: cristianos combatiendo una guerra en Europa; que al menos los cristianos se reconcilien para tratar de impedir una nueva guerra, pensaba ella. Ella tenía antiguas raíces evangélicas, cumpliendo en ella misma una reconciliación, se puso en camino a la iglesia católica, sin por ello manifestar una ruptura con los suyos.” (Traducción española en PPC, 2006).

Estas breves y sencillas palabras resumen perfectamente en qué consiste la espiritualidad ecuménica e introducen los aspectos que se tratarán en esta ponencia: el valor de la diversidad, la riqueza de la integración, la defensa de los derechos sociales, culturales y religiosos, y la necesidad de una reconciliación global. A nadie se le escapa que sin estos principios básicos el respeto y la consecución de los derechos humanos es imposible.

La iglesia a la que pertenezco es miembro activo del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), considerado como la expresión más representativa del movimiento ecuménico contemporáneo. Como es sabido, el objetivo del CMI es la unidad de los cristianos, sin menoscabo del diálogo interreligioso.

El CMI agrupa a más de 340 iglesias en más de 100 países de todo el mundo: ortodoxos, la mayoría de las tradiciones históricas de la Reforma Protestante e iglesias unidas e independientes. Para todos los que formamos parte, este es un espacio en el que podemos reflexionar, dialogar y actuar interpelándonos unos a otros desde el respeto y la consideración. Por eso, estamos llamados a:

a)    Alcanzar el objetivo de una unidad visible.

b)    Promover un testimonio común.

c)    Realizar un servicio cristiano que atienda a las necesidades humanas, que elimine las barreras que separan a los seres humanos, que busque la paz, la justicia y la reconciliación, y que cuide la integridad de la creación.

Esta forma de entender el ecumenismo será nuestro punto de partida para abordar nuestra reflexión.

1. La espiritualidad ecuménica como práctica de la diversidad

Cuando decimos que el objetivo del ecumenismo debe ser la unidad de los cristianos, de acuerdo con el CMI, no estamos afirmando en absoluto que dicho objetivo se identifique con su unificación. Todo lo contrario: la unidad verdadera sólo será posible si se reconoce la realidad de un mundo diverso con diversas maneras de interpretarlo, todas ellas respetables y enriquecedoras.

Ilustraré lo que quiero decir con dos episodios relacionados que nos encontramos en el NT. El primero de ellos es Pentecostés: “Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse.

Y había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo.

Y al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno les oía hablar en su propia lengua.

Y estaban asombrados y se maravillaban diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que están hablando?

¿Cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua en la que hemos nacido?

Partos, medos y elamitas, de Mesopotámia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Erigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia alrededor de Cirene, viajeros de Roma, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestro idioma de las maravillas de Dios.

Todos estaban asombrados y perplejos…”  (Hc. 2, 4-12).

Esta fiesta de la diversidad dio lugar a una segunda, no menos emocionante, a la que podríamos llamar fiesta de la unidad: “Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todos sus bienes y los compartían con todos según la necesidad de cada uno.

Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón…” (Hc. 2, 44-46).

Estas dos narraciones ponen de manifiesto hasta qué punto unidad y diversidad están íntimamente relacionadas.

Sin embargo, la experiencia actual es muy distinta. Lejos de celebrar la diversidad de culturas, religiones, lenguas, etnias, etc., nos estamos dejando llevar por el miedo, la sospecha y el rechazo al otro simplemente porque nos parece diferente o equivocado. Las luchas por el poder, la riqueza, los recursos y las diferentes identidades han hecho de nuestro mundo una realidad violenta, insolidária e injusta.

Esta experiencia no es ajena al ámbito de las religiones. La mayoría de ellas pretende estar en posesión de la única y universal verdad divina, cuya consecuencia directa es la práctica de la exclusión y el rechazo de todo aquello que no acepte sin condiciones ni reservas su forma de entender e interpretar el mundo.

Y es en este sentido en el que la espiritualidad ecuménica tiene algo que aportar. En su lucha por la unidad está defendiendo y celebrando la práctica de la diversidad en el más amplio e inclusivo aspecto de la palabra. Por eso, deberíamos considerar dos retos importantes:

a)    Intentar identificar formaciones o prácticas que pretenden manipular ideológicamente a las personas y explotarlas bajo la justificación de profesar la única y verdadera religión. Esto no sólo es una distorsión, sobre todo de la fe cristiana, sino que es un servicio a los poderes de turno.

b)    Debemos hacer un esfuerzo por inculturizarnos en los diferentes contextos sociales, culturales e históricos que nos han tocado vivir, sin olvidar que también debemos ser beligerantes con aquellos aspectos y prácticas que hacen peligrar la dignidad, la vida y la libertad de las personas.

2.    La espiritualidad ecuménica como favorecedora de la integración

Buscar la unidad sin practicar la diversidad es una quimera. Pero, ambas sólo son posibles si se crean espacios en los que las personas se sientan plenamente integradas. En mi opinión, la espiritualidad ecuménica es uno de esos espacios.

Como punto de partida de este aspecto haré mención a otro relato bíblico, en este caso una profecía[1]: “Así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel a todos los desterrados que envié al desierto de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed su fruto.

Tomad mujeres y engendrad hijos e hijas, tomad mujeres para vuestros hijos y dad hijas a maridos para que den a luz hijos e hijas, y multiplicaos allí y no disminuyáis.

Y buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado, y rogad al Señor por ella, porque en su bienestar tendréis bienestar.”  (Jer. 29, 4-7).

Israel iba a ser deportado a Babilonia y, por las palabras del profeta, el destierro sería muy largo. La única posibilidad de esperanza y de futuro para ese pueblo exiliado no era otra que la integración plena de sus gentes en la nueva tierra que les esperaba. Una tierra extraña y probablemente hostil. Sin embargo, el profeta, en nombre del Dios al que adoraban, les da un sabio consejo: Sólo si vivís en esa tierra como si fuera la vuestra tendréis la esperanza y la posibilidad de construir vuestro futuro.

El Occidente cristiano ha sido testigo y protagonista de multitud de migraciones y, desgraciadamente, no ha sido precisamente un modelo de integración en el pleno sentido de la palabra. Sin ir más lejos y por poner un ejemplo, en los últimos meses hemos asistido a la aprobación de una reforma sanitaria que excluye a los “sin papeles” al derecho a la asistencia médica, lo cual es un ejemplo claro de desintegración absoluta.

La espiritualidad ecuménica, en su trayectoria, es un ejemplo de defensa de integración cultural, social y religiosa, generando espacios en los que nos podemos sentir acogidos y representados, aunque todavía nos queda mucho trabajo por hacer. Rosemary Radford Ruether[2] nos ofrece algunas sugerencias en este sentido:

a)    Reconocer y promover el multiculturalismo. El mestizaje forma parte de nuestras vidas y, por tanto, es un anacronismo creer que la cultura occidental es normativa y que debe ser impuesta en todo el planeta. Esto quiere decir que debemos investigar, proclamar y celebrar la diversidad, estableciendo un diálogo que nos enriquezca mutuamente.

b)    Establecer un compromiso vital con los pobres y oprimidos. Ellos, ahora más que nunca, deberían ser nuestra opción preferencial.

c)    Trabajar en la construcción de una sociedad liberada del sexismo y la homofobia.

d)     Luchar por una democracia participativa, sin la cual nunca será posible una sociedad igualitaria, respetuosa y sin abusos.

e)    Reconocer nuestras limitaciones y nuestra falibilidad. Nadie es perfecto. Por tanto, debemos liberarnos de la necesidad infantil de tener ciertas certezas, para poder llevar a cabo una búsqueda inteligente de otras perspectivas verdaderas que pueden ser construidas.

Como hemos podido observar, unidad, diversidad e integración están íntimamente unidas. Pero, unidad diversidad e integración todavía necesitan otro componente que, en mi opinión, también forma parte de la espiritualidad ecuménica: la defensa de los derechos sociales.

3.    La espiritualidad ecuménica como defensora de los derechos sociales

Todo lo que hemos dicho hasta ahora está absolutamente vinculado al respeto y a la defensa de los derechos sociales de todos los seres humanos: paz, seguridad, salud, educación, prosperidad, etc., en fin, lo que procura que las personas vivan su vida con dignidad.

También utilizaré una ilustración bíblica: “… dice el Señor… No traigáis más vuestras vanas ofrendas, el incienso me es abominación.

Luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas; ¡no tolero iniquidad y asamblea solemne!

Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas señaladas las aborrece mi alma; se han vuelto una carga para mí, estoy cansado de soportarlas.

Y cuando extendáis vuestras manos, esconderé mis ojos de vosotros; sí, aunque multipliquéis las oraciones, no escucharé.

Vuestras manos están llenas de sangre.

Lavaos, limpiaos, quitad la maldad de vuestras obras de delante de mis ojos; cesad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad la justicia, reprended al opresor, defended al huérfano, abogad por la viuda.” (Is.1, 13-17).

Una vez más, el texto sagrado nos ofrece una especie de definición de la verdadera dimensión de la espiritualidad: un compromiso activo con el bien, la justicia y el cuidado de los más desprotegidos.

En mi opinión, la espiritualidad ecuménica quiere avanzar en ese sentido. El periodo 2001-2010 fue proclamado por el CMI como “Decenio para Superar la Violencia: Iglesias que buscan la reconciliación y la paz” y en el documento de evaluación que se hizo en 2005 se expresa lo siguiente: “La preocupación por la seguridad ha llegado a ser el motivo principal de las decisiones individuales, así como de las sociales y las políticas. La “seguridad humana” es el fruto de las relaciones en comunidad justas. Reconocemos que la seguridad está siendo cada vez más amenazada por los efectos de la mundialización económica. Por lo tanto, la búsqueda de “una mundialización en la que se tenga en cuenta a las personas y la tierra” tiene que entenderse como una contribución decisiva del Decenio.

El respeto por la dignidad humana, la preocupación por el bienestar del vecino y la promoción activa del bien común son imperativos del Evangelio de Jesucristo. Hombres y mujeres son creados igualmente a imagen de Dios y justificados por la gracia. Por lo tanto, los derechos humanos son elementos para impedir la violencia en todos los planos: individual, interpersonal y colectivo, especialmente la violencia contra mujeres y niños. Esto debe incluir el esfuerzo por crear y perfeccionar el estado de derecho en todas partes. Debemos seguir tratando de entender la justicia “restauradora” o “transformadora” con el objetivo de establecer relaciones viables y justas en las comunidades.” (www.oikumene.org).

Por regla general, las religiones, sobre todo las más jerarquizadas, tienen la tendencia a violentar los derechos de las personas a diferentes niveles, de ahí que la espiritualidad ecuménica deba seguir presentando alternativas ideológicas y prácticas para poder seguir avanzando en hacer real el bienestar humano.

Pero, todavía nos queda un cuarto aspecto a considerar, no menos importante ni relevante que los anteriores y que tiene que ver con una reconciliación global.

4.    La espiritualidad ecuménica como signo de la reconciliación global

A nadie se le escapa que estamos asistiendo a una crisis mundial sin precedentes. Dicha crisis no sólo tiene que ver con la economía o los mercados, sino con los valores de un mundo decadente que, al parecer, carece de las iniciativas necesarias para encauzar su futuro. Las luchas por el poder, el dinero, los recursos… y las desigualdades, la violencia indiscriminada, el calentamiento del planeta, etc., amenazan con dar por finiquitado un sueño compartido, al que me referiré con una nueva ilustración bíblica: “El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos, y un niño los conducirá.

La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja.

El niño de pecho jugará junto a la cueva de la cobra, y el niño destetado extenderá su mano sobre la guarida de la víbora.

No dañarán ni destruirán en todo mi santo monte, porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar. (Is. 11, 1-9).

Los pueblos… “Forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en podaderas.

No alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.” (Is. 2, 4). Es decir, el sueño que compartimos con Dios: la reconciliación global.

El apóstol Pablo lo expresaría de la siguiente manera: “Pues sabemos que la creación entera gime a una y sufre dolores de parto hasta ahora.

Y no sólo ella, sino que también nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo.” (Rom. 8, 22-23).

¿Qué puede aportar la espiritualidad ecuménica al deseo compartido de reconciliación global? Creo que el movimiento ecuménico ha hecho un gran trabajo en este sentido y en diferentes aspectos, pero todavía nos queda mucho por hacer y el camino no será fácil. Me permito sugerir a algunos aspectos para su reflexión:

a)     La cuestión de la reconciliación está adquiriendo cada vez más relevancia. Cuestión que, por otra parte, está en el centro de la fe cristiana. Esto debería llevarnos a decidir seguir comprometidos con los diferentes procesos que puedan darse –que, de hecho se están dando- en este sentido.

b)     Los seres humanos tenemos muchas cosas en común, pero también muchas discrepancias que provocan conflictos que nos parecen insalvables. Es urgente seguir llevando a cabo iniciativas que fomenten la reconciliación a través de procesos de verdad. La paz y la justicia son absolutamente necesarias para dichos procesos y debemos trabajar para favorecerlas.

c)     Estamos asistiendo, desde hace ya demasiado tiempo, al acoso y a la especulación de los mercados que han hecho de la economía real algo insoportable. Los ricos lo son cada vez más y los pobres son cada vez más pobres. Incluso, me atrevería a decir que las clases medias están en peligro de extinción. Por tanto, es necesario insistir en la Campaña de Jubilieo contra la Deuda para seguir creando conciencia sobre la necesidad de una reconciliación que implique, sobre todo, justicia para los pobres y para el planeta.

d)     Deberíamos seguir comprometidos con la búsqueda de modelos de sociedad alternativos más equitativos, justos y respetuosos con el medio ambiente.

e)     El creciente éxito de los fundamentalismos religiosos es un hecho, así como la búsqueda de nuevas formas de experiencias espirituales. Esto conlleva, a su vez, un fuerte enfrentamiento entre religiones que puede deberse tanto a factores internos como externos y esto, en buena medida, ha dado lugar a una justificación de la violencia y a métodos bastante agresivos de propaganda religiosa. Y, en esta situación, el movimiento ecuménico debería poder aportar su capacidad de seguir profundizando en una espiritualidad verdaderamente reconciliadora.

Y, tal vez, si seguimos en este camino, como diría Joaquim Menacho: “Veremos, por tanto, en el futuro próximo cómo encontrar un camino de vida a través de los retos de la historia. Veremos cómo sabemos organizar colectivamente una forma de trabajar sin expoliar, de consumir sin depredar. Haciendo eso seguramente descubriremos maneras de vivir más humanas.”[3]

Conclusión

¿Qué significa “espiritualidad”? Tal vez deberíamos haber empezado por definirla, porque estoy segura de que no hay un consenso acerca de su significado.

Por regla general, “espiritualidad” se identifica con algo místico, desencarnado, que no tiene nada que ver con la vida cotidiana. Sin embargo, y en la segunda acepción de la definición de la palabra espíritu en el diccionario de la RAE se nos aclara que es “Vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para obrar.” Y creo firmemente que la verdadera espiritualidad, o es real en el más amplio sentido de la palabra, o no es tal.

¿Es la espiritualidad ecuménica un ejemplo de realidad en su práctica? ¿Es la espiritualidad ecuménica defensora de los derechos humanos? En mi opinión, sí. Y espero que esta disertación haya hecho alguna aportación al respecto.

En su trayectoria, el movimiento ecuménico, con el objetivo de conseguir la unidad, ha trabajado intensamente a favor de la diversidad, de la integración, de los derechos sociales y de la reconciliación global. Los obstáculos han sido muchos y lo seguirán siendo, pero la lucha continua porque nos queda mucho trabajo por hacer y, para hacerlo nunca debemos olvidar que Dios es un Dios universal y sus promesas son para todas las familias de la tierra.[4]

 

Preguntas para la reflexión

  1. Desde una espiritualidad ecuménica, ¿Cómo podemos actualizar la doble experiencia de Pentecostés?
  2. ¿En que sentido el concepto, cada vez más interiorizado, de globalización podría hacer peligrar una verdadera integración de las personas?
  3. ¿Qué nuevas alternativas ideológicas y prácticas que defiendan y fomenten los derechos humanos se pueden presentar desde la espiritualidad ecuménica ante una situación de profunda crisis global?
  4. ¿Qué puede seguir aportando la espiritualidad ecuménica para hacer realidad una reconciliación global?


[1] Esta idea está inspirada en el artículo de Italo Benedetti publicado en Lupa Protestante, “Como si estuviéramos en el Reino de Cristo”. www.lupaprotestante.com

[2] “Being a Catholic Feminist at the End of the Twentieth Century”, Feminist Theology, nº. 10, septiembre, 1995.

[3] Menacho, Joaquim. “El repte de la terra, ecología i justicia en el s. XXI”. Cristianisme i Justicia, nº. 89, Barcelona, abril 1999.

[4] Benedetti, Italo. Lupa Protestante (www. Lupaprotestante.com)




Joana Ortega Raya
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