Hilario Wynarczyk (2010). Sal y luz a las naciones. Evangélicos y política en la Argentina (1980-2001). Buenos Aires: Instituto Di Tella – Siglo XXI Iberoamericana. Buenos Aires, 224 páginas.
El libro “Sal y luz a las naciones” es el producto de una investigación realizada por el doctor Hilario Wynarczyk sobre la participación de actores evangélicos en la esfera partidaria, en las dos primeras décadas de la recuperación democrática en Argentina (1983-2001). Este estudio, por sus dimensiones y profundidad analítica, representa el principal antecedente en el abordaje de las intersecciones entre el mundo evangélico y lo político-partidario. Sus hallazgos teóricos y sus descripciones del fenómeno constituyen elementos analíticos cuya utilidad trasciende el período indicado, hasta la actualidad. Y este hecho le da una especial fuerza al trabajo.
En el primer capítulo, el autor sienta la perspectiva teórica desde la cuál será analizado el fenómeno en cuestión. Al igual que en su tesis doctoral, luego convertida en el libro “Ciudadanos de dos mundos”, Wynarczyk plantea que esta modalidad de participación se inscribe en el interior de un proceso de revisión teológica acerca de la actitud hacia lo político. Si hasta la llegada de la democracia predominaba una visión de la política como un espacio asociado al pecado y a la corrupción del hombre, el nuevo marco interpretativo de la acción social, acompaña un cambio de mentalidad, que empieza a conceptualizar a la esfera política como un campo de misión, en el cual los evangélicos son llamados a participar. Este pasaje de un marco dualista negativo a otro positivo (de acuerdo con la teoría desarrollada en “Ciudadanos de dos mundos” y en este libro vuelta a instalar) acontece fundamentalmente entre los sectores más tradicionalistas y conservadores del espacio evangélico, que Wynarczyk denomina el “polo conservador-bíblico”, formado por dos sectores, evangelicales y pentecostales. Un aspecto sobresaliente en este estudio es el hecho de que estas re-construcciones de los marcos interpretativos de tipo teológico son hechas por individuos académicamente legos y que no ocupan roles centrales en las federaciones evangélicas ni en sus denominaciones.
Los capítulos restantes se concentran en los casos empíricos de estas proyecciones evangélicas partidarias. Las primeras iniciativas tras la recuperación democrática (1983) fueron la Asociación Alianza Evangélica Argentina (ALEVA) y posteriormente, Civismo en Acción (CEA). Se trataba de grupos conformados por abogados y empresarios de congregaciones bautistas y de hermanos libres (evangelicales), que procuraron reflexionar y motivar la participación de sus hermanos en la fe en las estructuras partidarias. Wynarczyk señala que estos grupos de reflexión, debate y estudio sobre la praxis política no derivaron directamente en una vía partidaria. Algunos de sus miembros, sin embargo, pasaron a las filas del Partido Demócrata Progresista y el Socialismo Democrático.
Ya a comienzos de la década de 1990, varios integrantes de la experiencia de ALEVA y CEA constituyeron lo que Wynarczyk dio en llamar el “Grupo Rochester”, porque se reunían en el Hotel Rochester. Nuevamente los evangelicales se propusieron una entrada en la esfera cívico-política, pero esta vez invitaron a los pentecostales, mayormente del Conurbano Bonaerense.
El autor resalta la importancia de esta etapa transicional, porque significó el encuentro entre tradiciones y perspectivas evangélicas disímiles: por un lado, los grupos evangelicales, que provenían de familias tradicionalmente evangélicas, de clase media y alta y con tendencias políticas afines al liberalismo. Por el otro, grupos pentecostales conformados por personas “convertidas” al evangelismo, de clase media y baja, y con identificaciones políticas más cercanas al peronismo.
La convivencia de ambas formaciones en el interior de un mismo espacio no duró mucho tiempo, en la medida en que se impusieron las discordancias en torno a las estrategias a seguir en la vía política: mientras los evangelicales apostaban por un modelo de producción de una “ciudadanía evangélica” a partir de una adaptación gradual a las estructuras partidarias argentinas, los sectores pentecostales reivindicaban la opción del armado de un partido propio, en sintonía con las experiencias que tenían lugar en otros países latinoamericanos. Y tenían por otra parte una mayor capacidad de convocatoria. Este momento derivó en el alejamiento de los evangelicales de la Capital Federal. Los pentecostales siguieron luego sus reuniones, llamativamente, en el primer piso de una panadería en la ciudad de San Justo, en el Conurbano Bonaerense.
Dentro de este lineamiento, Wynarczyk centra el análisis en las experiencias centrales del libro: los partidos confesionales evangélicos de la década del noventa. En 1993 tuvo lugar en la provincia de Buenos Aires la conformación del primer partido evangélico, el Movimiento Cristiano Independiente (MCI), que obtuvo personalidad jurídica y participó en las elecciones generales de 1993 y 1995, además de la convocatoria a la Asamblea Constituyente en 1994, siempre con varias decenas de miles de votos pero insuficientes para colocar legisladores, de manera que el MCI perdió finalmente su personalidad jurídica. En esta fase, Wynarczyk enfatiza el análisis de lo que denomina “reconstruccionismo bíblico”: el deseo de sujetar la sociedad a los mandatos de la Biblia, principalmente del Antiguo Testamento.
El Movimiento Reformador Independiente (MRI) resultó ser la expresión de esta misma fuerza política en la provincia de Córdoba, en la cual tampoco obtuvo réditos políticos encumbrados. En ambos casos se trataba de agrupaciones políticas conformadas por sectores pentecostales herederos del período de apertura democrática de los 80 y de la visión del “evangelio del poder” que entonces se había difundido en la Argentina.
Su propuesta política se ajustaba a una estrategia de profundización en la perspectiva transformadora ante el mundo, manteniendo el marco interpretativo dualista como dualismo positivo o de avance hacia el mundo. Así como los pastores se ocupaban, por mandato divino, de la salvación de las almas; los evangélicos en política serían los elegidos para iniciar la redención y reconstrucción de lo político, a partir de la postulación de los principios bíblicos como ejes medulares de esta tarea. En el orden estratégico, estos dirigentes, que llegaban a desempeñar roles eclesiásticos menores (“obreros cristianos”) procuraban afianzar sus bases electorales en el interior de las congregaciones evangélicas, por lo que organizaban campañas en los templos, presentándose como los portadores de una misión, propia de un “ministerio de tipo político” que resultaba complementaria a la ejercida por los especialistas religiosos, los pastores o “siervos”.
El marco de la Asamblea Constituyente de 1994 complejizó la apuesta política del MCI, en la medida en que procuró vincularse con la demanda en torno a la desigualdad religiosa en Argentina. Los contactos con dirigentes de las federaciones y la presentación de pastores reconocidos en el ambiente evangélico como candidatos propios informaron una estrategia política más ambiciosa , orientada a la representación electoral de una minoría discriminada y a la movilización de fieles en torno a su programa. En este proceso, Wynarczyk hace notar, el único éxito del campo evangélico, fue el del teólogo y profesor José Míguez Bonino, metodista (polo histórico liberacionista), que llegó a ser elegido miembro del Congreso para la Reforma de la Constitución, tras participar de un frente político de centro-izquierda.
Las derrotas sucesivas en los comicios electorales de 1993, 1994 y 1995 impactaron en la experiencia del MCI, provocando su desmembramiento. Una fracción de dicho espacio fundó el Movimiento Reformador (MR) cuya performance política presentó novedades, tanto en su concepción de lo político como en el plano estratégico y las articulaciones entre afinidades religiosas y políticas. En primer lugar, el MR abandonó la idea de un partido confesional y apostó por una política de alianzas, comportándose como un espacio evangélico en el interior de estructuras políticas “seculares”. Sin dudas éste era además el único camino posible, porque el MR ya no tenía una personalidad jurídica.
Bajo esta perspectiva, se postuló un nuevo marco dominante para la acción social, que reemplazó el esquema del reconstruccionismo bíblico, propio de la experiencia del MCI. En la nueva visión, de carácter más populista, fueron incorporadas ideas como la búsqueda de la justicia social, la reivindicación de los intereses del pueblo y la lucha contra la corrupción, marcada como un cáncer del Gobierno Nacional (conducido por “el menemismo”, la corriente del presidente Carlos Saúl Ménem, que a su modo también era peronista pero se había orientado hacia la economía neoliberal). La afinidad de este ideario con la tradición peronista habilitó la construcción de un antagonismo con el liderazgo político oficialista y un acercamiento sucesivo a diferentes formaciones asociadas al “peronismo disidente”. De este modo los integrantes del MR se unieron primero al FREPASO (Frente para un País Solidario), luego la Democracia Cristiana y por último, el Polo Social dirigido por el sacerdote católico Luis Farinello.
Para Wynarczyk, las raíces cristianas de la doctrina justicialista allanaron el encuentro y el trabajo en conjunto entre militantes pentecostales y católicos en el interior de estructuras políticas seculares, en particular, en la Democracia Cristiana y en el Polo Social. Bajo esas circunstancias, en la propuesta de materializar “el evangelio social” medió la articulación de pertenencias religiosas antagónicas en otros planos de la dinámica social.
En el contexto de la Democracia Cristiana algunos activistas del MR alcanzaron a ejercer roles significativos como organizadores de campañas para conseguir afiliados dentro de su campo evangélico, que Wynarczyk en forma técnica denomina el “campo de acción” del movimiento. No obstante, y pese al cambio estratégico y a las adaptaciones realizadas a sus propuestas políticas, el MR tampoco alcanzó cargos públicos en sus sucesivas participaciones en alianza con estructuras partidarias seculares, y tras el cierre de la experiencia del Polo Social, cuyo líder el Padre Luis Farinello tampoco tuvo éxito electoral, la agrupación política evangélica se disolvió.
En las conclusiones, Wynarczyk aborda los motivos del fracaso reiterado de estas experiencias de partidos confesionales en Argentina, y brinda una explicación doble. Por un lado, a nivel interno, para este autor, la propuesta de movilización de fieles en el interior de las comunidades chocó con la férrea aversión de los pastores, quienes en su mayoría se negaban a la politización de las comunidades y así mismo observaban a los “políticos evangélicos” como competidores a su liderazgo. En idéntico sentido, tampoco contaron con el apoyo de los dirigentes de las federaciones, quiénes paralelamente, durante esa misma década habían construido un modelo representativo exitoso en torno a la causa de la desigualdad religiosa, que Wynarczyk estudia en un libro anterior (“Ciudadanos de dos mundos”)[1]. Los dirigentes de ACIERA, FeCEP y FAIE conceptualizaron la propuesta partidaria como un elemento que propiciaba la desarticulación y el antagonismo antes que la unidad en el interior del campo evangélico.
A nivel externo, el potencial éxito en el campo político de las experiencias confesionales se sustentó (equivocadamente) en un imaginario acerca de la existencia de un “voto evangélico”, es decir, del peso de la identificación religiosa como directriz de la orientación política de los votantes. El escaso caudal electoral obtenido en las sucesivas presentaciones afirmó, por el contrario, el peso y la densidad histórica de las identidades políticas tradicionales. Aún cuando la estrategia de los militantes evangélicos se reconfiguró en torno a una política de alianzas y a una oferta electoral más compleja (que incluía demandas sociales y un discurso ético enmarcado en la lucha anti-corrupción) su performance electoral se vio drásticamente erosionada por la mayor competitividad y arraigo de la afiliación peronista, inclusive en el interior del propio espacio evangélico. En este sentido, Wynarczyk sostiene que el habitus religioso pentecostal no modificó el habitus político de los sectores populares, asociado históricamente al discurso cuasi mítico del primer peronismo y la doctrina justicialista. Y confirma además hipótesis teóricas de otros autores[2], según las cuales donde existen partidos políticos capaces de representar intereses de clase los partidos protestantes conservadores no logran éxitos.
La posición social de los actores estudiados en este libro constituye el vértice de dos orientaciones disociadas desde un punto de vista político, una hacia el pentecostalismo y otra hacia el peronismo. De este modo Hilario Wynarczyk cierra su libro con la manifestación del sentido implícito en la metáfora con la que lo abre: “El ángulo agudo está formado por dos líneas rectas que tienen un origen común denominado vértice pero corren separadas por una abertura menor a 90 grados”.–
[1] Wynarczyk, H. 2009. Ciudadanos de dos mundos. El movimiento evangélico en la vida pública argentina. Buenos Aires: UNSAM Edita. 392 páginas.
[2] Wallis Roy y Bruce Steve. 1985. “Sketch for a theory of conservative Protestant Politics”. Social Compass 43 (2-3): 145-161.