Posted On 22/11/2012 By In Biblia With 4180 Views

Parábola del buen LGBT. La resonancia del mensaje de Jesús hoy

En las sociedades de seres humanos libres la verdad no tiene derechos,

porque quienes sí los tienen son las personas que las conforman

Plutarco Bonilla

“Jesús respondió:

Subía un hombre de Marruecos a España, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote católico quien, al verlo, se desvió y siguió de largo.  Así también llegó a aquel lugar un pastor evangélico, y al verlo, se desvió y siguió de largo.  Pero una persona homosexual que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él.  Se acercó, le curó las heridas con antibióticos y ungüentos medicinales, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó.  Al día siguiente, sacó doscientos euros y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva.”  ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? —El que se compadeció de él—contestó el experto en la ley. —   Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús”[1].

Es probable que hoy las palabras de Jesús hayan perdido la resonancia y el escándalo que tuvieron en su momento para la audiencia mediterránea del siglo I. No solo porque estamos a muchos años de diferencia, sino porque quienes leen hoy los evangelios, lo hacen desde un mundo muy distinto al de Jesús. Como diría mi profesor “los textos bíblicos son rebeldes; no dicen lo que queremos oír.  Dicen lo que dicen, y sus palabras, aun en buen castellano, provienen de otro idioma y este de los lenguajes en que las gentes convivían”[2]. Pero esta “rebeldía” de los textos con la que tenemos que mediar los lectores hoy, no es caprichosa ni misteriosa, sino propia de la naturaleza de cualquier texto, en el caso de los textos bíblicos “son rebeldes”, porque “no están sujetos a nuestro sistema social, desde donde se configura nuestro lenguaje y luego nuestro idioma. La diferencia entre lenguaje e idioma podría mostrarse en la imagen de fondo y forma. El lenguaje es el fondo: el conjunto de interacciones recurrentes en la convivencia en el tiempo, es una manera de crear y recrear el mundo en congruencia con el entorno en donde realizamos la vida. El idioma es el ritmo que esa interacción va tomando en sonidos (fonética) y maneras de agrupar los sonidos que van significando cosas (gramática, sintaxis)”[3].

Nuestro desafío por lo tanto, implica desarrollar una mayor consciencia y actitud hacia los textos, de las que se desprenden algunos criterios: 1) Leemos los textos desde su útero social del siglo I, “un sistema organizado de símbolos en virtud del cual personas, cosas y acontecimientos están dotados de significados y valores compartidos más bien específicos y sociales”[4]; 2) Interpretamos los textos desde los patrones del mundo occidental (ideología, cultura, confesión religiosa, costumbres y practicas); y, 3) Actitud de sospecha[5]; ya que es probable que lo que leemos e interpretamos no sea más que la comprensión del texto desde lo que nuestro propio mundo configura, y se pierda gran parte del efecto y resonancia que tuvo el texto en su momento para quienes fue dirigido.

Para el intento de considerar la resonancia del texto de Lucas 10, 30-37, generado por la pregunta evasiva: ¿Y quién es mi prójimo? y la manera ¿Cómo se lee las Escrituras? vs.26-29, haremos dos preguntas elementales en torno al personaje del samaritano:

¿Qué es ser samaritano en el mundo mediterráneo?

Es representar un estigma social de discriminación; pues ser samaritano era símbolo de impureza racial para los judíos, y un atentado a los códigos de pureza-contaminación de la sociedad, del que cuidan su cumplimiento el sacerdote y el levita en el relato. Tanto el hombre moribundo como el samaritano eran personas despreciadas. El samaritano es el prototipo de persona odiada, rechazada, que resulta incómoda porque su sola presencia ponía en riesgo la pureza legal[6]. Gómez Acebo comenta que “un samaritano, es un grupo social poco considerado por los judíos, pues sentarse a la mesa con uno de ellos equivalía a comer con un cerdo[7]. Si hay quienes saben lo que es ser mal vistos por otros, sin duda son los samaritanos, ellos despertaban el más “cínico cariño” de sus sociedades, y no faltaría quienes pensaban que el mundo estaría mejor sin ellos (Lc 9, 52-55). Evidentemente que en la teología lucana los excluidos sociales son los protagonistas y elogiados de la buena noticia (Lc 1, 46-50; 5,27-32; 6,24-26,31-36; 7,46-50; 8,1-3,40-56; 9,46-62; 10,38-42; 13,1-5,10-17; 14,1-5; 15, 1-32; 16,19-31, 17,11-19; 18,1-17; 19,1-9). Sin embargo, la teología matiana mantiene sus reservas con los samaritanos (Mt 10,5) es más abierta a reconocer que los recaudadores de impuestos y prostitutas llevan la delantera en el reino de Dios (Mt 21, 31-32), antes que a un samaritano.

¿Qué es ser samaritano hoy?

Nuestra tarea como intérpretes siempre será “descifrar esa distancia del mundo mediterráneo del primer siglo y crear un espacio de diálogo creativo con nuestro mundo”. No se trata de una imposición a ultranza de lo que a priori comprendemos. Es posible que hoy para la gran mayoría ser samaritano no signifique  más que un simple dato del gentilicio de un hombre, y la novedad del evangelio de Jesús haya perdido lo que Peláez llama “el aguijón del evangelio”[8] con el que todos hemos salido perjudicados. En un intento para generar  resonancia del texto a nuestro hoy (sentir-pensar-actuar y su aguijón de shock), se ha identificado al samaritano del evangelio con una persona LGBT*. La comunidad LGBT representa hoy un prototipo de exclusión y odio en muchas sociedades, desde lo moral, religioso y político (homofobias). Se tiende a pensar de ellos como una amenaza que refleja la perversión del “mundo sodomita”. Ser amigo de ellos o ellas, impone una cierta marca y desprestigio; peor aún, reconocer algo de  bondad y ejemplo en estos “inmorales”, suelen decir los defensores de la moral y las buenas costumbres.

Jesús y la otra lectura de los evangelios

Pero, para Jesús esta persona marginada social, religiosa y políticamente es un loable ejemplo de lo que es la solidaridad (la falta de ésta es el peor pecado). En el samaritano al igual que en personas LGBT hay una espiritualidad revolucionaria que los lleva a no ser unos simples espectadores del drama humano, sino que desde sus propias heridas, saben sanar a otros (sanadores heridos) con misericordia activa que los mueve a la acción solidaria comprometida con la hermandad y que supera las buenas intenciones paralizadas de muchos, v.33.

Desde América Latina, en un rincón del sur, vemos la realidad dramática de la crisis económica europea, la inflexibilidad económica, los migrantes (que pudieran ser considerados como causantes del problema), el desempleo, los desahucios; una realidad vista y sentida por la experiencia de los pueblos latinoamericanos que por muchos años parecía algo natural a los países mal llamados del tercer mundo. Sin embargo, esta realidad aparece como invitación constante a la solidaridad; de ella los fundamentalismos económicos poco saben, leales a mantener el sistema, prefieren sacrificar vidas (ancianos, migrantes, niños, niñas, personas con discapacidad, jóvenes, mujeres embarazadas, padres sin empleo).

Más no todo está perdido; la nobleza humana y la sorpresa de la solidaridad de quienes menos nos esperamos nos invitan a la conversión de nuestros prejuicios, son evangelio para nuestros días, con su resonancia, escándalo y talente crítico social para resucitar la esperanza.

Jesús fue crítico con la moral de su época (clave para examinar toda producción cristológica hoy[9]), desenmascara la falsa ética del deber por la compasión revolucionaria  de aquellos por los que la sociedad no apuesta nada; ¡cosas solo de Dios!, pues lo que la sociedad llama “lo vil, débil y menospreciado del mundo” fue a quienes Dios escogió para “avergonzar a los fuertes y sabios”.


* LGBT o GLTBI son las siglas que designan colectivamente a las lesbianas, a los gays los bisexuales, las personas transgénero y las personas intersexuales. En uso desde los años 90, el término «LGBT» es una prolongación de las siglas «LGB», que a su vez habían remplazado a la expresión «comunidad gay» que muchos homosexuales, bisexuales y transexuales sentían que no les representaba adecuadamente.

[1] De la versión NVI, y las cursivas son mías, basada en el pasaje de Lucas 10,30-37.

[2] Francisco Mena, El oficio del exégeta (Texto del curso fundamentos de la exégesis con perspectiva latinoamericana, San José,  Costa Rica, p.31.

[3] Ibid, 33.

[4] Bruce J. Malina, El mundo del Nuevos Testamento-perspectivas desde la antropología cultural, Editorial Verbo Divino, Navarra, 1995, p. 22.

[5] En la teología latinoamericana se trata de la sospecha hermenéutica, la que nos lleva a la sospecha teológica.

[6] Biblia del Peregrino América Latina, traducción de Luis Alfonso Schökel, comentario del texto 10,25-37, p.1976.

[7] Isabel Gómez Acebo, Lucas-Guía de lectura del Nuevo Testamento, Editorial Verbo Divino, Navarra, 2008, p.309

[8] Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios I, Ediciones El Almendro, Córdoba, 1987, p.11.

[9] Considérense las obras de Elisabeth Schüssler, Cristología feminista crítica, Editorial Trotta, Madrid, 2000; Jon Sobrino, El principio misericordia, Editorial Sal Terrae, Madrid, 1992 y Leonardo Boff, Jesucristo liberador. Ensayo de cristología crítica para nuestro tiempo, Editorial Sal Terrae, Santander, 1985.




Ángel Manzo Montesdeoca

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