A la sombra de la cruz de Jesús hay cientos de otros y otras crucificadas que están representados por el crucificado nazareno. Si hay un evento innegable en la fe del cristianismo es que Jesús fue crucificado por las autoridades coloniales romanas en colaboración con las autoridades de la colonia, un viernes previo a la Pascua judía, en los primeros años de la tercera década del primer milenio.
La ejecución de Jesús era un asunto de conocimiento público en las tradiciones del imperio persa, el imperio griego y ahora bajo el dominio de Roma. Para los escritores grecorromanos, la pena de crucifixión era el más grande suplicio (Paulo, Sent. 5.12). Plauto, el escritor de obras de teatro del tercer siglo a.e.c. llamaba a la crucifixión la más grande de las calamidades (Capt 469). Cicerón, quien fuera ejecutado por Marco Antonio en el año 43 a.e.c., por su parte, define la crucifixión como el suplicio más cruel y horroroso (Cicerón, In Verr. 2.5,265). La crucifixión estaba reservada para esclavos que se habían rebelado contra las autoridades esclavistas romanas o contra subversivos que se habían enfrentado al imperio.
Los evangelios nos cuentan un relato que tiene un fondo histórico y en el cual Jesús de Nazaret es humillado públicamente y ejecutado en una cruz. La crucifixión es recordada en los cuatro evangelios, el Evangelio de Pedro, escrito alrededor del año 125 e.c., en que Jesús resucita con todo y cruz, y en algunos relatos de la literatura y la iconografía grecorromana.
La primera alusión a la crucifixión nos la narra el historiador judío Flavio Josefo, el historiador a finales del primer siglo, en su obra Antigüedades de los judíos, que es posterior por lo menos a Marcos y Mateo. Escrita alrededor del año 95 e.c., hizo referencia a la vida, ejecución de Jesús y continuidad del movimiento de Jesús posterior a su ejecución (Ant.18,63-64). Narra Josefo que «Pilatos lo condenó [a Jesús] a la crucifixión». La ejecución de Jesús en la obra de Josefo aparece tanto en la versión griega como en la traducción antigua de la misma al árabe, por lo que sabemos hoy que no es una interpolación. Obviamente, la crucifixión, el movimiento de Jesús, las enseñanzas de Jesús eran conocidas por Flavio Josefo, aunque su relato fue posteriormente interpolado por los copistas cristianos que vieron en su narración evidencia histórica de la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, en detrimento de los miticistas que hoy insisten en negar la historicidad de Jesús de Nazaret.
Una imagen temprana en la historia sobre Jesús crucificado es conocida como “El grafito de Alexámenos”. Este se encuentra en una mansión en el Palatino en unas ruinas arqueológicas en la ciudad de Roma, pero ha sido fechado por los arqueólogos alrededor de finales del segundo siglo e.c. El grafito se burla de la ejecución de Jesús al cambiar su cuerpo por un burro y señalar, irónicamente, que Alexámenos adoraba a su dios crucificado. Esta es la evidencia más antigua de una imagen de la ejecución, desde luego en una cruz.
El tercer relato que nos parece importante para ampliar nuestra comprensión de la ejecución de Jesús es el referido en el Talmud de Babilonia, Sanedrín 43. Este relato nos recuerda que entre los judíos del segundo siglo había un conocimiento de la ejecución de Jesús de Nazaret. Dice el Talmud: «[f]ue transmitido: en la vigilia del sábado y de la pascua se colgó a Jesús el nazareno…». Es coherente con los Cuatro Evangelios, la fecha, la Pascua. Además, es coherente mencionar el cargo religioso: magia. Jesús de Nazaret era un hacedor de milagros, con todas las implicaciones religiosas y sociales que esto implicaba. Los milagros no eran meramente manifestaciones religiosas, sino que eran la forma de señalar a quien le tocaba gobernar. Roma entendió muy bien que, en el desafío de los milagros de Jesús, había otro reino que no era de aquel imperio, sino su contrario. Para la tradición judía del segundo siglo e.c., Jesús era un mago, título que las elites le ponen a los que hacen milagros contra la elite. Los Evangelios están llenos de milagros, con todas las implicaciones de desafío a las autoridades romanas y judías (Mc 5.1-20).
La literatura grecolatina también menciona la ejecución de Jesús. Así, en Los Anales de Tácito, a principios del segundo siglo, se menciona que los cristianos del tiempo de Nerón habían tomado el nombre de Cristo que “había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilatos” (Anales 15, 44). Nuevamente, la información independiente de los escritores grecorromanos presenta un argumento coherente con los Cuatro Evangelios que presentan una vista judicial de Jesús ante Pilatos.
Suetonio, alrededor del año 120 e.c., en La vida de los doce césares, y específicamente en La Vida de Claudio, argumenta que este último «[e]xpulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto» (Claudio 25). Muchos eruditos de nuestro tiempo son de la opinión que Suetonio no pudo distinguir entre Cristo y Cresto, que era un nombre común en la antigüedad. Esto implica que a finales de la década del 40 e.c. ya había cristianos en Roma y que ya se conocía la ejecución de Jesús, aunque todavía sin desligar a los cristianos de los judíos de su tiempo.
Desde luego, la pregunta sobre la motivación de la ejecución de Jesús es importante. Algo dijo y/o hizo Jesús que las autoridades romanas en la colonia de Judea y Galilea, y los colaboradores de la colonia entre los judíos, procedieran a ejecutar de la forma más abominable a Jesús. Las fuentes primarias y los evangelios nos permiten echar un vistazo a las motivaciones de la ejecución de Jesús. Roma y la elite sacerdotal judía percibieron a Jesús como un subversivo político. Por eso el texto bíblico menciona que Jesús fue ejecutado con dos ladrones, que es una traducción errónea: la palabra lestes realmente se refiere a opositores del régimen imperial y colonial. Jesús había entrado a Jerusalén como el mesías de los empobrecidos en Galilea y había sido aclamado por estos como el rey. Además, estos le pedían a Jesús que salvara ahora (Hosanna) a aquella sociedad de la opresión. ¿Cuál? Desde luego la opresión del coloniaje romano y sus colaboradores en la elite nativa. Jesús de Nazaret se había distinguido por sus historias de milagro que en la antigüedad eran señales de un cambio político. Tácito menciona que el nuevo emperador Vespasiano (70—79 e.c.), cuando llegó a Egipto, tuvo que hacer dos milagros en un ciego y un paralítico para que lo aceptaran legítimamente como emperador en Roma. Cuando Jesús echó la legión de soldados romanos del endemoniado en Gerasa/Gadara (Mc 5.1), era obvio que el reino de Dios implicaba el arrojo del imperio romano de la tierra de Palestina del primer siglo. Por esto, era obvio que a Jesús le esperaba la violencia del imperio y sus aliados coloniales.
Las parábolas y dichos de Jesús eran historias de desafío que sus interlocutores entendieron perfectamente, pero que nosotros/as, por la distancia, hoy entendemos como historias de bondad. Estas denunciaban la violencia estructural y su capa de legitimación religiosa.
El tema de la predicación de Jesús era un cambio de gobierno, el reinado de Dios, a favor de los y las marginadas contra la elite de su tiempo.
Roma y la elite judía no toleraron a Jesús. Lo acusaron, con razón, de insurrección, y por esta razón lo ejecutaron. La respuesta del imperio fue la violenta humillación de la crucifixión. No obstante, las causas que había expuesto Jesús en sus dichos, parábolas e historias de milagro, junto con la experiencia de la resurrección, señalaron que el cambio de gobierno, la utopía, se había hecho inminente y continuaría hasta que un día adviniera a este mundo ese mundo a favor de las víctimas de las opresiones nuestras de cada día.
La sombra de la cruz nos invita a pensar en otras cruces de nuestro tiempo. Una mirada a la prensa cotidiana nos muestra, por ejemplo, el genocidio en Gaza. Continúa la matanza de gazatíes ya a un número que si fueran israelíes hace rato que Estados Unidos y Europa habrían intervenido. Los indefensos son, sin embargo, los y las palestinas.
La sombra de la cruz aparece en la guerra en Ucrania, donde se sigue derramando sangre de los jóvenes de Ucrania y de Rusia hasta el último centavo a favor del complejo militar industrial de Estados Unidos y Europa. Ahora sabemos que además de la guerra entre Estados Unidos y Rusia, (a través de proxis), están las tierras raras que han justificado esta crucifixión en masa de jóvenes de ambos países.
Hay muchas otras cruces hoy: las mujeres, víctimas de violencia doméstica y los otros discrimen que sufren a diario, la comunidad LGBTQI, que hoy es negada en su existencia por un estado autoritario, el abandono de muchas personas de tercera edad, la violencia del maltrato y negligencia contra la niñez en nuestro país, un proceso de despido masivo de empleados del estado federal vinculado a la baja de contribuciones a favor de la elite y, especialmente, la saña de las autoridades federales contra los inmigrantes en nuestro país y en los Estados Unidos de América. Todo esto en un contexto en que está en entredicho una sociedad con un estado de derecho donde haya verdadera separación de poderes, donde la libertad de expresión y asociación sean posibles, especialmente para las personas que difieren con su opinión y práctica. Todas estas personas e instituciones civiles están a la sombra de la cruz, pero en sus propias cruces, con la esperanza puesta en que ya pronto la insurrección por la justicia logrará la resurrección de la vida en plena justicia y paz a la que Dios ha apostado con la resurrección de Jesucristo.
- A la sombra de una cruz | Ediberto López Rodríguez - 25/04/2025