19 de febrero, 2021
“De ti el corazón me dice: “¡Busca mi rostro!”. Y yo, Señor, tu rostro estoy buscando” (Sal. 27:8 BTI)
Es en las conversaciones del corazón donde se muestran nuestros intereses, nuestros amores y nuestros rencores. De ahí que debamos pastorearlo a través de su escucha atenta, la meditación pausada en las Escrituras y la oración constante. Cuando el motor de la vida está a punto, todo es menos complicado desde el punto de vista de la fe en el Mesías Jesús.
Es necesario acompañar a nuestro corazón hasta lograr situar en el centro de sus intereses a Jesús de Nazaret, a nuestro prójimo y al reinado de Dios y su justicia. Y a partir de ahí, actuar en todo momento, y hasta en la cuestión más nimia, en plena coherencia con lo que nuestro corazón nos dicte.
«De la abundancia del corazón habla la boca«, dijo Jesús de Nazaret, y también hablan nuestras acciones. Podremos poner límite a nuestras palabras a fin de encubrir lo que hay en nuestro corazón, pero tarde o temprano saldrá a luz lo que realmente somos por dentro. De ahí, reitero, la necesidad de pastorear nuestro corazón.
A través de la experiencia del Espíritu se dan todas las condiciones de posibilidad para que nuestro corazón de piedra sea transformado en un corazón de carne, sensible a la Palabra de Dios, a las necesidades de mi prójimo y a la búsqueda de una sociedad más justa. La gracia y la misericordia de Dios hacen posible ese milagro.
Recordemos el texto del salmo que encabeza esta meditación: «De ti el corazón me dice: “¡Busca mi rostro!”. Y yo, Señor, tu rostro estoy buscando«. El salmista armoniza lo que su sensible corazón le dicta con su conducta. De ahí que debamos hacernos constantemente, y ante las diversas situaciones que la vida nos depara, la pregunta, «¿qué dice mi corazón?«, y a continuación sin pensarlo dos veces, obrar en consecuencia.
Soli Deo Gloria
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