Juan María Tellería Larrañaga

Posted On 04/12/2011 By In Biblia With 1712 Views

Adviento

 

¡El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado! ¡Arrepentíos y creed en el evangelio! (Marcos 1, 15).

Cada vez que nos adentramos en el tiempo litúrgico del Adviento, se nos brinda una hermosa oportunidad de recordar una vez más el porqué de la venida de Nuestro Señor y de replantearnos la esencia de nuestra proclamación cristiana, el contenido fundamental de la predicación que, domingo tras domingo, ocupa los púlpitos de nuestras congregaciones. Muy en consonancia con todo ello, el texto que encabeza esta nuestra reflexión de hoy nos conduce de manera directa al núcleo del mensaje proclamado por el propio Jesús en su venida.

Juan María Tellería LarrañagaNos llama la atención, ya de entrada, la clara noción de cumplimiento que colorea toda la declaración. Jesús proclama desde el principio que hay algo que ya se ha cumplido, que no se ha retrasado ni se ha diferido para otra ocasión, sino que está ahí, es una realidad presente. La Palabra del Señor nos habla del tiempo, más literalmente, del momento exacto (el kairós, como gustan decir quienes estudian griego) al que apunta la profecía del Antiguo Testamento en su conjunto, y que nos permite vislumbrar el destello de un propósito eterno, anterior a nuestra concepción espacio-temporal humana, propósito que solo obedece a la voluntad y el imperio de quien es Señor del universo. Dicho de forma sencilla: los profetas de Dios habían anunciado para un período posterior algo que ya es una realidad patente en el ahora de Jesús y que solo se entiende en clave de salvación.

Por eso, hallamos en segundo lugar la idea de actualidad que transmiten las palabras del Carpintero de Nazaret cuando dice: el reino de Dios se ha acercado, que tal como se expresa en el idioma en que se escribe el evangelio marcano, significa en realidad: el reino de Dios está aquí. No que esté cerca, como traducen por lo general las versiones en nuestra lengua castellana, sino que su realidad es patente a los ojos de Jesús. Con razón puede decir el Nazareno a su auditorio que el reino está en medio de vosotros (Lucas 17, 21). Y la existencia del reino supone el dominio efectivo que Dios ejerce sobre la creación entera, desde los seres inanimados hasta el propio hombre, a pesar de las apariencias. El reino no queda postergado para un futuro incierto, ni adquiere colores puramente terrenales —entiéndase “políticos”—, como al parecer los discípulos hubieran esperado (cfr. Hechos 1, 6), sino que ya está aquí en una dimensión mucho más completa que abarca todo el ser interior y exterior de la persona humana.

De ahí el llamado al arrepentimiento, o si lo preferimos, al cambio que conllevan estas realidades. Del indicativo pasa Jesús al imperativo. La realidad del cumplimiento y de la cercanía del reino no pueden dejar indiferente a nadie. O se cree o no se cree. O se acepta o se rechaza. Ahora bien, si se aceptan las implicaciones del dominio de Dios en el mundo en cumplimiento de lo que había sido profetizado, la primera consecuencia es el arrepentimiento. Ante la constatación del señorío divino, el quebrantamiento de la conciencia del ser humano. No podemos pensar igual, ni concebir la existencia como antes, a partir del momento en que sabemos que algo extraordinario ha tenido lugar, algo ha acontecido en el devenir del tiempo y de la historia que ha cambiado por completo el rumbo de nuestra especie. Nada permanece estático frente a la irrupción del reino de Dios, como los profetas habían indicado y se ha cumplido. El arrepentimiento de que habla Jesús implica más que un simple dolor de contricción por los males realizados o los pecados cometidos, que en muchos casos no es sino la lógica reacción de quien sabe que no ha actuado correctamente. Lo que Jesús indica con este imperativo arrepentíos es la necesidad de un nuevo enfoque de nuestra existencia y su entorno. Un enfoque al que el apóstol Pablo dará el nombre de fe.

Por eso el mensaje concluye con un último imperativo: creed, que implica la confianza en la Buena Nueva. Jesús no predica un mensaje de condenación ni de destrucción. No pierde el tiempo con amenazas apocalípticas ni con alardes de guerras cósmicas. Ante el indicativo de la acción salvadora de Dios, únicamente presenta el imperativo de la respuesta humana confiada, es decir, gozosa, es decir, impregnada de esperanza.

Adviento significa cumplimiento, actualidad de la presencia de Dios, cambio radical de forma de entender la existencia y confianza en aquel que todo lo dirige para nuestro bien. ¿Hasta qué punto reflejan hoy nuestros púlpitos este mensaje proclamado por Jesús?

Juan María Tellería

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