“…el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.” (Salmo 1:6, LPD)
Siempre fue así, desde el comienzo de los tiempos:
hubo, hay y habrá personas justas y personas malvadas,
comunidades de fe que quieran vivir a la luz del Evangelio
y otras que justifiquen las peores aberraciones,
sociedades más equitativas e inclusivas
y sociedades más perversas y egoístas,
modelos económicos que redistribuyen
y otros modelos económicos que concentran la riqueza.
No es nuevo y no debe sorprendernos.
¿Cómo discernir, buen Dios,
si transitamos el camino de las personas justas
o si estamos equivocando el rumbo?
¿Cómo saber si, como ciudadanos/as,
aportamos a la construcción del mundo que te agrada?
El mismo salmista nos orienta:
amar las enseñanzas de Dios, su ley,
y meditar en ella de día y de noche.
En la Palabra está la luz,
está la orientación necesaria y suficiente
para saber cómo servir al proyecto de Dios
y para descubrir cómo andar por sus caminos.
La persona justa lo demuestra en sus hechos,
en sus gestos y acciones en favor de los demás.
La persona justa está junto a las que sufren
discriminación, violencia, exclusión, persecución,
hambre, maltrato, indiferencia social.
La persona justa tiende la mano y abre el alma
y, en el encuentro con otros y otras,
busca construir y alimentar una comunidad
con espacio, respetuosa de lo diverso,
generosa en el compartir,
privilegiando siempre a los más sencillos.
El Dios que se adviene humano en Jesús,
que abraza a los niños y conversa con las mujeres,
que sana a las personas marginadas
por un sistema que excluía a los enfermos,
que da de comer a los pobres
y que invita a los ricos a la conversión,
nos indica claramente un horizonte.
Marchar hacia allí, aún en nuestras contradicciones,
es acercarnos a su justicia, que nos justifica.
Ir por otros rumbos… ya sabemos dónde nos coloca.
Leer más textos de Adviento de Gerardo Oberman pulsando aquí.