“¡Quiero que me protejas
bajo la sombra de tus alas
hasta que pase el peligro!” (Salmo 57:1b, TLA)
En la oscura hora en que los fantasmas regresan,
en la noche cerrada, cuando los miedos asoman,
protégenos, buen Dios, de la perversión de los malos.
Presérvanos de las acciones que violentan la vida
y que amputan el derecho a lo justo y a lo bueno.
Resguárdanos del golpe que lastima,
de la bala que mata,
del poder que reprime
y de la palabra que hiere.
Líbranos de quienes, indiferentes,
transitan las calles
sin sentir una pizca de compasión
por las víctimas de sistemas que excluyen
y que dejan a nuestros prójimos
en la periferia de la dignidad.
Más aún, sálvanos de quienes,
en tu nombre, sí, en tu nombre,
odian en vez de amar,
acaparan en lugar de compartir,
se esconden para no actuar,
gritan para no oír
y van a los templos para justificarse
y lucir su piedad de fantasía.
Llévanos junto a tu pecho,
amorosa ternura,
cántanos alguna olvidada canción,
recuérdanos las viejas profecías,
renuévanos en la calidez de tu abrazo
y dinos que todo estará bien,
que pronto la noche pasará,
que ya llega el día
y que este mundo en tinieblas
brillará a la luz de tu gracia.
Hasta que pase el peligro,
este peligro cruel que oprime el alma
y que ignora necesidades y sentires,
cúbrenos bajo tus alas.
Hasta que el Adviento nos anuncie
que la aurora luminosa ha llegado.