Dejemos de hacer locuras
y obedezcamos a Dios.
Salmo 85:8a, TLA
La locura es no obedecer a Dios.
Locura sería negar que nos invita
a caminar a su lado,
abrazando y sanando,
anunciando y bendiciendo,
denunciando y maldiciendo,
enseñando y compartiendo.
Locura sería negar
que las premisas de su mensaje
eran y son la compasión, el amor, la solidaridad.
Locura sería creer que evangelio
es apenas cumplir rituales o normas,
saberse alguna oración
o defender a ultranza viejos dogmas.
Locura sería temerle a la cruz
y renunciar a nuestra vocación,
doblegados por el miedo a los poderosos.
Locura sería negar la gracia
que transforma muerte en vida
y que anuncia el triunfo
de la justicia de Dios,
que deja en ridículo
a los sacerdotes de una religión
que negocia con los mercaderes
de un sistema perverso y demoníaco.
Locura es perder la esperanza
en la realización del proyecto de Dios,
porque vendrá, ciertamente vendrá,
el día en que
“el amor y la lealtad,
la paz y la justicia,
sellarán su encuentro con un beso.” (Salmo 85:10)