El período litúrgico del Adviento, en el que ahora nos encontramos, siempre ha tenido en la tradición cristiana más enraizada una doble vertiente. Por un lado, se ha entendido como la preparación inmediata para el ciclo de Navidad, en el que celebramos con regocijo la venida del Señor a este mundo; por el otro, como una preparación permanente de la Iglesia en relación la Parusía del Señor, su segunda venida al final de los tiempos. Y es que la Parusía del Señor, que se halla mencionada unas trescientas diecisiete veces a lo largo del todo el Nuevo Testamento, pronto encontró su lugar en los credos cristianos, esas sistematizaciones de la doctrina que aún hoy emplea la Iglesia universal en la liturgia y en la catequización de los creyentes:
“Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos” (Credo Apostólico, siglos III-IV)
“Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos” (Credo Niceno-Constantinopolitano, elaborado en Nicea el año 325, y revisado en Constantinopla el año 381)
“De donde vendrá a juzgar a los vivos y los muertos” (Credo Atanasiano, siglos IV-V)
Así se conformó desde el principio la escatología cristiana en su estado más puro, un entendimiento de las últimas cosas lleno de esperanza para los fieles.
Uno de los textos neotestamentarios capitales para la escatología, y muy apropiado además para el período en el que nos hallamos, es 1 Tes. 4:16-17, favorito de muchos creyentes. Dice literalmente así:
“El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Entonces, los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. (RV1995)
Nada de extraño tiene que el versículo siguiente (18) añada:
“Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”.
Efectivamente, escatología implica aliento, ánimo para la Iglesia, jamás lo contrario, y jamás tampoco especulación absurda sobre eventos históricos futuros. Esto último sería más bien “escatología ficción”, propia de las sectas fundamentalistas y sus peculiarísimas lecturas sobre el Apocalipsis de San Juan o ciertos pasajes del Antiguo Testamento, entendidos completamente fuera de su medio vital primero y de su contexto bíblico y canónico.
Las palabras de San Pablo en 1 Tesalonicenses apuntan a esa venida gloriosa y majestuosa del Señor Jesús en el último día que pondrá el punto final a la historia humana —el “Yom YHWH” o “Día de Jehová” (RV) de algunos profetas veterotestamentarios— y que tendrá un doble efecto en el pueblo de Dios:
En primer lugar, la resurrección de los fieles difuntos (San Pablo está hablando en exclusiva a creyentes, por lo que solo enfoca la situación de los fieles, no menciona para nada a quienes no lo son), y luego la ascensión hasta el Señor de cuantos cristianos no hayan fallecido en aquel momento (el propio apóstol se incluye entre ellos, creyendo que tal evento tendrá lugar en sus días). Todos, vivos y muertos, somos convocados ante la presencia de Cristo en aquel momento crucial y definitivo de la existencia.
Esta escatología cristiana en estado puro no deja lugar alguno a veleidades fantásticas ni en relación con los cielos ni tampoco en relación con eventos terrestres. No queda resquicio alguno ni para teorías disparatadas sobre “raptos secretos”, ni para rehacer el mapa político del Oriente Medio. No busca ni tampoco fuerza “señales proféticas” indicadoras de tiempos computables. Se limita a decirnos que, cuando llegue el momento final, todos estaremos ante nuestro Señor, vivos y muertos, y estaremos para siempre con él.
La Iglesia está llamada a proclamar esperanza, máxime cuando se viven circunstancias adversas, cuando la humanidad necesita aliento. Dios nos ha legado en la Santa Biblia mensajes que cumplen tales expectativas, sin necesidad de adornos ni añadidos.
Adviento y escatología cristiana, por tanto, pueden muy bien ir de la mano para beneficio del pueblo de Dios y de cuantos entren en su área de influencia.
Feliz Navidad a todos nuestros amables lectores.