<<Cuando pase mucho tiempo, quedará afianzado el monte de la casa del Señor: el primero entre los montes, descollando entre las colinas. A él confluirán todas las naciones, acudirán cantidad de pueblos, que dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; él nos indicará sus caminos, nosotros iremos por sus sendas”. Y es que saldrá de Sión la ley; de Jerusalén la palabra del Señor>> (Isa.S 2:2-3 BTI)
Bastantes malas noticias nos comunican los medios, como para que nosotros añadamos una más al bucle infinito que divulgan cada día los diarios, televisión, la red, etcétera. Estamos sumergidos en la madre de todas las malas nuevas: el sistema padece de vías de agua por todos sus costados.
¿Hay esperanza? Pienso que sí. Y lo afirmo desde la fe que los cristianos depositamos en el Dios que se hizo manifiesto al mundo a través del mensaje y la vida de Jesús de Nazaret. Creemos, con San Pablo, que la creación está de dolores de parto (Rom. 8:22) hasta su culminación en el alumbramiento del mundo nuevo que nuestro Señor traerá.
De ahí que podamos afirmar que la vida en el interior de las comunidades cristianas debe ser un destello del inicio del alumbramiento del futuro de Dios. Las comunidades cristianas deben parir esperanza en medio de la historia. Una esperanza que debiera ser visible y palpable para todas las gentes.
Y la esperanza se hace visible en la manera que tenemos de relacionarnos, de acompañarnos, de protegernos, de consolarnos, de animarnos y de hacernos cargo de la realidad de nuestros hermanos y hermanas. De ser así, las iglesias transparentarían la inteligencia de Dios y su deseo para todo el orbe. Ello establecería un radical contraste con el estilo de vida que el presente sistema alimenta y alienta.
La visión del profeta Isaías (Isa. 2:1-4) nos informa que las gentes, pasado mucho tiempo, confluirán y acudirán a la casa del Dios de Jacob y de Jesús de Nazaret a fin de adherirse al proyecto de vida y justicia que se hará visible en el «monte del Señor». Y hemos de decirlo claramente, ha pasado mucho tiempo, y la casa de Dios, en lugar de crear atracción, crea rechazo. Y el problema esencial no es tanto la progresiva secularización del mundo, como la falta de expectativas que el pueblo de Dios levanta entre las gentes que lo observan.
Adviento nos anuncia la esperanza que vendrá, pero también nos declara que hoy es posible subvertir el orden injusto que experimentamos cada día, y que ahoga todo atisbo de vida. Y creo, creemos, que hoy se pueden establecer comunidades que, en el mismo vientre del Imperio, experimentan la suspensión de los poderes de las tinieblas y de los príncipes de este mundo. Y ello sin dejar de sufrir el enfrentamiento con los poderes que rechazamos, y las consecuencias que decir ¡no! al sistema corrupto suponen.
Y digo -decimos- que ello es posible porque el Señor ha resucitado, y desde lo alto ha enviado su Espíritu a fin de lograr su objetivo último: que los pueblos se hagan discípulos del Mesías Jesús sin ningún tipo de coacción y proselitismo fundamentado en el miedo. La resurrección del Cristo, y la inhabitación del Espíritu en los seguidores de Jesús no son meras doctrinas, sino que son datos que hacen la diferencia entre el seguir conformando nuestras existencias al presente sistema, y las condiciones de posibilidad que proveen para introducirnos, ya, en el mundo nuevo de Dios. Entonces, sólo entonces, Jesús y su comunidad de discípulos serán una buena noticia para nuestro cansado y agotado mundo.
Por todo ello, cada día nos dirigimos a Dios diciendo: «Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra lo mismo que se hace en el cielo. Danos hoy el pan que necesitamos. Perdónanos el mal que hacemos, como también nosotros perdonamos a quienes nos hacen mal. No nos dejes caer en tentación, y líbranos del maligno» (Mat. 6:9-13 BTI).
Soli Deo Gloria
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