“Sentados junto al mundo de los empobrecidos,
llorábamos al acordarnos de la Utopía
anunciada por Jesús de Nazaret.
En los álamos de las grandes urbes
colgábamos nuestras guitarras.
Allí, los que nos esclavizaron, empobreciéndonos,
los que todo nos lo habían arrebatado,
nos pedían que cantáramos con alegría;
¡que les cantáramos canciones de Utopía!
¿Cantar nosotros canciones del Señor
en este modelo de sociedad que nos es extraño?
¡Si llego a olvidarte, Utopía,
que se me seque la mano derecha!
¡Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no te pongo, Utopía,
por encima de mi propia alegría!”
(Salmo 137:1-6 –versión contextualizada-)
Durante el tiempo de Adviento con su culmen, el día de Navidad, mi corazón se llena de nostalgia. Es una nostalgia que interpreto positivamente, ya que pienso en todo lo que significó y significa para los cristianos y cristianas el hecho del nacimiento de Jesús, Dios hecho humano.
No solo pienso en su nacimiento, también mi mente recuerda su vida, su mensaje, su cercanía a los hombres y mujeres excluidos del sistema de pureza de la religión que le era contemporánea y en la que fue educado. Hago memoria de la nueva sociedad que anunciaba y que él denominaba “reino de Dios”. Una sociedad justa, misericordiosa, fraterna, igualitaria y sin excluidos. Sociedad en abierto contraste con la que experimentamos cotidianamente después de diecinueve años de la inauguración del siglo 21.
Y es entonces cuando se arrima a mi hombro la nostalgia. Nostalgia de un mundo mejor, de un pueblo de Dios mejor a la manera de Jesús de Nazaret. Es en ese momento cuando me siento, junto con muchos de mis hermanos y hermanas, en el exilio. Un exilio no querido, ni deseado, sino un exilio impuesto. Somos exiliados en una Aldea Global donde se nos pide que cantemos con alegría a fin de espantar nuestro mal, olvidando así la utopía del “reino de Dios” y justificar, de esa manera, a los que nos esclavizan (no ignoramos los nombres de los que rigen “Babilonia”).
Pero no, no podemos cantar con el fin de diluir nuestros sueños y ansias de ver con nuestros ojos y palpar con nuestras manos la nueva sociedad que anunció Jesús de Nazaret. Ese otro mundo posible que muchos añoramos.
En medio de esta Aldea Global no perdemos la esperanza, ni el ánimo. Simplemente nos rebelamos a atender a sus mentiras, y seguimos en la lucha cotidiana creando sueños y mundos humanizadotes, pequeños en tamaño pero signos de que un modelo de sociedad diferente es posible. Los construimos a través de comunidades y de movimientos sociales que paso a paso nos abren la puerta al mundo nuevo. Entonces, cuando lo logremos podremos confesar que el Señor nos ha liberado de la esclavitud, ha cambiado la suerte de nuestro mundo. Entonces nos parecerá que estamos soñando, nuestra boca y nuestros labios se llenarán de risas y gritos de alegría (Sal. 126:1,2).
Mientras tanto diré -y espero que me acompañéis en la confesión-, “¡Si llego a olvidarte, Utopía, que se me seque la mano derecha! ¡Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no te pongo, Utopía, por encima de mi propia alegría!”.
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