Ver para saber. Oír para entender. Tocar para creer. Oler para distinguir. Gustar para disfrutar. Cinco sentidos tenemos para desarrollarnos, para guiarnos, para elegir con libertad. La obra de Dios en nosotros es tan grande y hermosa que estos cinco sentidos no pueden percibir más que una ínfima parte. Soy consciente de ello. Apenas sé lo que recibo, no cuánto ignoro.
Por eso, doy gracias al Señor por todo lo que no veo de su obra, pues ocurren hermosuras que están y no distingo.
Doy gracias por los mensajes que no entiendo, porque oyendo, no alcanzo a comprenderlos.
Mi lucha por meter la mano en la herida de su costado me atormenta, pero doy gracias por lo que no puedo tocar y sin embargo, está presente y me enseña.
Doy gracias al Señor por su aroma real a mi lado, que muchas veces no noto a mi pesar.
Doy gracias por lo que todavía no gusto a causa de mi llenura de otras cosas y mi torpeza.
Doy gracias por todas las veces que mi cuerpo ha sido sanado sin que me diese cuenta.
Doy gracias por haber sido librada de peligros sin siquiera percibirlos.
Doy gracias por las personas que me quisieron, oraron, me cuidaron y nunca lo supe.
Doy gracias por todo aquello que, sin conocerlo, influyó en mi pasado y me hizo llegar hasta el presente sin alejarme del camino.
Doy gracias a Dios por lo que está por venir y no conozco ya que, sea lo que sea, formará parte de mi aprendizaje.
Doy gracias por no saberlo todo, por esperar sorpresas, por tener sueños y anhelarlos, por poder poner mi mente a la espera de nuevas expectativas.
Aunque no lo asimile todo al cien por cien, agradezco lo invisible.
Publicado en Protestante Digital el 25/10/2013
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