Posted On 19/01/2024 By In Opinión, portada With 722 Views

Alegría | Isabel Pavón

 

Lo que el hombre tiene en su interior,
bueno o malo, en su cara se refleja.
Cara risueña es señal de corazón alegre;
actitud retraída refleja pensamientos tristes.
Eclesiástico. 13, 25-26

 

La alegría es como una planta esponjosa y delicada que se riega con cariño. No siempre hace acto de presencia, pero se desarrolla bien si se la cuida, ya que las frías temperaturas sueltan sus hojas y las calurosas las deshidratan. Entre ternura y ternura aparecen sus brotes. Si se la mima no habrá nube de tristeza que entorpezca su floración. Requiere espacio, eso es imprescindible, y se reproduce con facilidad cuando  el ambiente es apropiado.

A la alegría le basta la luz dulce y limpia que propaga el amor. Fomenta la salud. Levanta el ánimo. Ilumina el rostro. Te hace ser paciente. Acompaña. Alimenta el sueño. Provee de seguridad la parcela del alma donde habita. Es escudo contra la depresión.

La alegría propia se alegra con la alegría ajena. Se encuentra en momentos imprevisibles, en los gestos cómplices, tras un monosílabo o en mitad de una frase. Está en el roce, en el mensaje oportuno, en un beso sorpresivo, en la mirada afable. De ahí que unifique a personas muy diferentes y las conduzca, cual río caudaloso, por el mismo sendero.

Bien se sabe que, al ser capaz de sobrevivir junto al sufrimiento, necesita protección contra el pulgón, o sea, contra los vampiros de la felicidad que van tras ella con el único fin de destruirla. Algún tipo de medicina habría que inventar para eliminarlos pero, a día de hoy, todavía no contamos con ese remedio que erradique la pena, ya sea inculcada o elegida por voluntad propia.

La alegría busca la paz y disfruta con ella. Aclara las ideas contradictorias y desecha lo que no ayuda para bien.

Por puro contagio llega a germinar en los interiores más insospechados. Si llama a tu puerta, no te resistas ni te crees sospechas, déjala entrar sin más reparo. No le pongas límites y,  cuando te habite, permítele que reine. Concédele un lugar preeminente y deja que abarque todo el espacio del que quiera hacerse dueña. No dudes. Disfruta. Si te lleva a gritar para expresar que la sientes, hazlo sin sentirte culpable de recibir este premio.

La alegría, por ejemplo, de tener amigos, de creer en los demás, lleva a la comprensión de los derechos del otro, incluso a venerarles. Está comprobado que si se la abona con proyectos comunes prolifera antes y sus semillas se reparten sin dificultad. Disfrutar de ella es un don.

La sonrisa, escribe Phyllis Diller con acierto, es una línea curva que lo endereza todo. A modo de esporas, se esparce. Provoca uniones inesperadas.

Este escrito va dedicado a todas las personas que viven con satisfacción, sea lo que sea que les venga en contra. A las que se ponen el mundo por montera. A las que se regocijan en la felicidad y se esfuerzan, por puro amor propio, en no perderla.

Publicado en Protestante Digital el 22 de junio de 2023

Isabel Pavón

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