«La enfermedad mortal de la religión
no es la ingenuidad, sino la banalidad.»
Johann Baptist Metz
Las cifras son tozudas y, desde una consideración de conjunto, el cristianismo, en su dimensión institucional, especialmente en la vieja Europa, se halla en franca regresión. Las sucesivas encuestas y estudios sociológicos, que se publican periódicamente a distintos niveles, evidencian este declive. Aumenta, pues, el número de personas que se definen como ateas, agnósticas o indiferentes en materia religiosa. Para muchos de nuestros conciudadanos, el cristianismo es algo caduco que poco aporta a la complejidad de nuestro tiempo.
Es evidente que la iglesia es poco significativa para la sociedad. Pero tampoco lo es para muchos de sus miembros. Un ejemplo de ello, es la insatisfacción con la dinámica eclesial y con teologías pretéritas, evidenciada en el trasvase de creyentes entre diversas iglesias. El seguimiento on-line de los servicios religiosos, durante los dos años álgidos del Covid-19, ha puesto en contacto a muchas personas con otros modelos litúrgicos y expositivos más cercanos a su manera de entender la fe y la comunidad. El resultado está siendo la vinculación, ahora presencial, con los nuevos modelos descubiertos.
Otros ejemplos los hallamos en el rechazo de la institucionalización de las estructuras eclesiales históricas y la identificación con las denominadas formas emergentes de iglesia. Aumenta el denominado grupo de cristianos sin pertenencia eclesial, creyentes que no renuncian a su identidad cristiana, pero desvinculados de la organización formal de la iglesia. Hay quienes se mantienen en el mundo de la virtualidad, mediante el seguimiento on-line de los cultos, evitando las tensiones inherentes de las relaciones interpersonales directas. Tristemente, en algunos casos, la renuncia a mantenerse en la praxis religiosa se explica por el abandono de la fe.
¿Qué explicación encontramos en la base de esta fenomenología? ¿Cuáles son las causas que la explican? Las respuestas a estos interrogantes no son fáciles ya que no debemos dejarnos llevar por respuestas simples; nos hallamos ante una situación compleja en cuya génesis se dan un amplio conjunto de factores.
A nivel contextual, característica de nuestra sociedad es la secularización y, por lo tanto, con un significativo desinterés por la cuestión religiosa. Los valores que impregnan la vida de la mayoría de las personas postmodernas pueden llegar a ser de orientación humanista, por lo tanto, con resonancias cristianas; pero, a tales valores se les percibe, incluso por parte de quienes los ejemplarizan, como alejados de sus orígenes espirituales.
La superficialidad es también una característica que ha invadido amplios sectores. Intrascendentes son determinados productos culturales, mucha de la información que se comparte en las redes sociales, la trivialidad de muchas conversaciones, la ausencia de profundización la hora de analizar los hechos y sus causas… La pregunta que nos formulamos es hasta qué punto esta característica afecta también el mundo eclesial, convirtiéndolo en insustancial para las mentes más exigentes.
En el ámbito específico de la comunidad de fe, se identifica un cierto anclaje con contenidos y formas que se han mantenido al margen de la evolución teológica de los últimos decenios. Ejemplos de ello pueden ser la literalidad en la hermenéutica bíblica, el divorcio entre una visión mítica de la fe y las aportaciones incuestionables de la ciencia, la marginación de ciertos derechos universales como la plena igualdad a nivel de género, un lenguaje críptico para los no iniciados…
Quizá en todo ello subyace la expresión del teólogo Johann Baptist Metz: «La enfermedad mortal de la religión no es la ingenuidad, sino la banalidad». La ingenuidad tiene que ver con el candor, la falta de malicia, la sencillez, la inocencia, la puerilidad… Mientras que la banalidad se asocia a lo trivial, lo insustancial, la frivolidad o la vulgaridad.
El discurso religioso alcanza estos tintes de intrascendente en una serie de supuestos como es el caso del mantenimiento de explicaciones míticas frente a los postulados científicos en cuestiones como los orígenes del universo, de la vida o de la conciencia en el ser humano. También la pretensión de considerar historia objetiva los relatos bíblicos presentados mediante otros registros literarios como la poesía, la fábula, el género epistolar, la apocalíptica… Ello comporta no comprender teológicamente determinados acontecimientos, considerándolos como hechos acaecidos o pendientes de suceder en un horizonte escatológico con visos de ficción.
Crece, en muchos sectores, el acercamiento literal a las páginas de la Biblia, negando toda hermenéutica, en especial el método histórico-crítico. Toda explicación de la realidad, incluyendo el acercamiento al texto bíblico, es interpretación y el fundamentalismo es una de ellas. Difícilmente, un mensaje religioso puede alcanzar credibilidad cuando se sitúa en posicionamientos alejados o contrarios al consenso científico.
El cristianismo deja de ser significativo cuando no aporta nada positivo a las necesidades de todo orden de la persona, especialmente a las de orden trascendente. Escribe el antes citado teólogo alemán: «La religión puede tornarse banal si, en sus comentarios a la vida, no hace sino duplicar aquello que sin ella se ha convertido de todas formas en consenso de la Modernidad.»
Es el riesgo de una contextualización radical al modelo de pensamiento secular. En un intento de evitar la intrascendencia del mensaje, este se adapta de tal manera a los presupuestos predominantes de naturaleza social, política, filosófica… que las cuestiones espirituales quedan desdibujadas. Tanto que muchas personas se radicalizan en los posicionamientos del fundamentalismo tradicional, otros se orientan a la espiritualidad de otros modelos religiosos, especialmente orientales y un buen número a las nuevas espiritualidades laicas.
Finalmente, el mensaje resultará irrelevante si no supera el umbral de los derechos humanos básicos. ¿Qué significación puede otorgarse hoy a una alternativa de vida que excluye a la mujer de los órganos de decisión y de ciertos ministerios? ¿Qué valor se concede a los modelos que excluyen a determinados colectivos? ¿Qué atractivo puede tener el cristianismo para aquellos a los que, de algún modo, excluye o limita?
¿No estaremos contribuyendo al resultado de las encuestas a las que hacíamos referencia al inicio del artículo?
Jaume Triginé
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