Nota del autor: Recupero un articulo que escribí en el año 2010 por considerar plena su vigencia tres años más tarde.
El pasado 21 de abril (año 2010) George Weigel, el escritor y politólogo católico estadounidense, escribía una carta abierta a Hans Kung en respuesta a la “carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo” que éste había publicado y en la que se mostraba tremendamente crítico con el catolicismo vaticano.
Si bien en muchos sentidos la carta de Weigel es básicamente una defensa del catolicismo más apegado al Magisterio vaticano y producto de una polémica intracatólica que a la mayoría del protestantismo nos es extraña, nos parece muy importante subrayar la carga crítica de profundidad que lanza a través de su artículo contra las iglesias surgidas de la Reforma.
En primer lugar, Weigel acusará al protestantismo de amenazar el diálogo ecuménico y teológico debido al caos doctrinal que le afecta. Es una verdad innegable que el protestantismo no fomenta el pensamiento único en forma de un magisterio vinculante e inapelable entre sus iglesias. Esa es la riqueza del protestantismo en su apuesta por el libre examen de la Escrituras y por la libertad de pensamiento, su apuesta progresiva por la diversidad y por atender de una forma seria y responsable a los “signos de los tiempos”. De todos es sabido que el catolicismo oficial se lleva muy mal con la diversidad de pensamiento, y mucho más con la diversidad de pensamiento teológico.
Los protestantes no ponemos en dificultad el diálogo ecuménico y entendemos que es la teología católica vaticana la que ha puesto esas dificultades al no reconocer a ninguna de las confesiones cristianas originadas en la Reforma del siglo XVI el estatus de Iglesia. Es de conocimiento común la reticencia de la Iglesia Católica a ser iglesia miembro del Consejo Mundial de Iglesias y no pasar de la categoría de institución observadora del mismo. Por algo será.
En segundo lugar, Weigel afirmará que “el proyecto liberal protestante está en pleno colapso por su incoherencia teológica inherente”. Otra vez me refiero a algo consustancial al protestantismo: el respeto a la diversidad de pensamiento y a la conciencia de los individuos y de las iglesias. El protestantismo no padece ningún tipo de colapso, sino que la realidad de sus diferentes iglesias son resultado de su apuesta por la Escritura, la libertad y el progreso humano en sus diferentes vertientes. Por otra parte es algo altamente cuestionable que en algún momento existiera un “proyecto liberal protestante” que subsumiera a todas las tradiciones surgidas de la Reforma.
En tercer y último lugar, el autor de la carta abierta a Hans Kung, escribirá que las comunidades protestantes han adoptado una hermenéutica de ruptura con la Gran Tradición Cristiana. Nada más lejos de la realidad, ya que desde los inicios de la Reforma, sus protagonistas apreciaron la riqueza de la tradición eclesial si bien consideraron que la conciencia cristiana está ligada a la Palabra y no a la tradición de las iglesias y ésta última debe situarse bajo la mirada crítica de las Escrituras, y no al contrario. Es más, esa Gran Tradición Cristiana a la que Weigel se refiere –que no es otra sino la tradición catolica y romana-, desde mi perspectiva, entumece y amordaza la libertad a que la misma Escritura nos convoca a través del testimonio teológico diverso que el mismo canon bíblico nos presenta. En todas las tradiciones cristianas, incluida la católica, se da el fenómeno de la continuidad y la discontinuidad (ruptura) con el pensamiento teológico heredado. No existe en mi opinión una Gran Tradición Cristiana, sino tradiciones cristianas más o menos afortunadas.
Si algo debemos aprender, tanto protestantes como católicos, es que ninguna de nuestras tradiciones son autoritativas y vinculantes para el resto. Para llegar a ello necesitamos un poco más de humildad eclesial y teológica para reconocer la validez de nuestros respectivos entendimientos de la fe cristiana. De no hacerlo así repetiremos una nueva versión de la Guerra de Religiones que asoló Europa en siglos pasados. Una nueva versión que tomará la forma de una guerra de teologías y de compresiones de la fe que no utilizará cañones, sino excomuniones mutuas. Y en ello la Iglesia católica, en mi opinión, tiene la mayor cuota de responsabilidad.
¿Para cuándo la Iglesia católica se situará en pie de igualdad ante el resto de confesiones cristianas? ¿Hasta cuándo la Iglesia católica nos seguirá considerando iglesias de segunda o tercera división? Ahí se encuentra el nudo gordiano que pone trabas al diálogo ecuménico y no en otra parte.
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