Metz

Posted On 10/12/2019 By In portada, Teología With 2271 Views

Ante la muerte de Johann-Baptist Metz. Crisis de esperanza | Máximo García Ruiz

El reciente fallecimiento del teólogo alemán Johann-Baptist Metz (1928-2019) nos hace rememorar algunas de las aportaciones hechas por este teólogo universal que supo identificar el mensaje cristiano con el compromiso social, tanto desde el punto de vista espiritual como político. Su aportación teológica mantiene en perfecta cohesión la identidad del mensaje cristiano y su necesaria relevancia en el mundo. Metz puso todo su empeño en demostrar que es posible implantar una “teología política” desde una ideología cristiana, lo cual no significa ponerse en manos del poder político, o convertir la Iglesia en un agente estatal. Su denuncia de “los humillados de la tierra” se convierte en una denuncia para con el Estado e, incluso, para con la Iglesia.

Al establecer contacto con la teología de Metz no podemos por menos que rememorar la incipiente, pero ya con profundas raíces, teología de Dietrich Bonhoeffer quien, desgraciadamente, no tuvo tiempo para hacer más expedito el camino de regreso a Dios. La teología de Metz ha sido denominada como teología política, entroncada con el proceso de secularización que experimenta la sociedad europea a partir de la segunda guerra mundial.

Para entender a Metz no debemos perder de vista las dos grandes experiencias que marcaron su vida siendo muy joven. Una, cuando tenía 16 años, al ser movilizado por el III Reich y ver morir a muchos de sus amigos de la misma edad en un ataque de las tropas enemigas, cuando él se ocupaba de trabajos de retaguardia; la segunda, cuando tomó conciencia del horror de Auschwitz, del Holocausto judío en general. Ambos acontecimientos marcaron no solamente su vida sino el rumbo que habría de tomar su reflexión teológica.

Pero una de las grandes aportaciones de Metz es su capacidad para visualizar la “crisis generalizada de Dios”; una crisis que ha producido un hastío de las nuevas generaciones hacia la Iglesia, que se identifica con “hastío de Dios”, y se ha convertido en crisis de esperanza. Una esperanza que a él mismo le fue robada dejándole el eco silencioso de sus camaradas muertos en el campo de batalla.

Es evidente que Metz realiza una incisiva radiografía de la sociedad posterior a la gran hecatombe que asoló Europa de 1939 a 1945, puesta de manifiesto, especialmente, a partir de la recuperación económica de los diferentes estados europeos. Algo que ya había apuntado con tanto acierto y clarividencia Bonhoeffer, en medio del fragor de la guerra, produciendo en este teólogo luterano una profunda crisis personal.

B. Metz, a partir de Auschwitz, considera que la teología tiene que explicar el mundo de forma diferente. Le atormenta percibir que la teología no sea capaz de dar respuesta al horror de Auschwitz. Ya no caben los esquemas sistemáticos tradicionales de espaldas a la realidad social. La teología no puede olvidar, no tiene derecho a olvidar. Ha de mantener viva la memoria de todo lo que el ser humano es capaz de hacer. Hay que mantener vivo el recuerdo. Olvidar es volver a morir.

La teología conceptual, la reflexión acrítica, después de Bonhoeffer y Metz, es una entelequia que entretiene a quienes se niegan a abrir los ojos ante el mundo en el que viven. Con su aportación a la realidad social en forma de “teología política”, Metz trata de dar respuesta a la crisis de identidad que los procesos de secularización han puesto de evidencia.

Esa reflexión teológica, sostenida por el recuerdo del pasado, le llevará a la idea de que un tipo de respuesta necesaria es la solidaridad humana de alcance universal. Solidaridad sin odio y sin violencia. Metz parece concebirlo como una especia de compensación de los errores pasados, una catarsis. Para establecer su diagnóstico habla de anamnesis, conectando la idea con la filosofía griega.

Johann-Baptist Metz abre las puertas a la esperanza, al menos diagnostica que ese ha de ser, precisamente, el objetivo a lograr. Diagnostica la crisis que soporta la sociedad y, según se deduce, no se trata de una crisis económica, ni una crisis social, ni una crisis religiosa, ni aún siquiera una crisis de valores, que también; se trata de una crisis de Dios y, consecuentemente, una crisis de esperanza.

Lo terrible de esto es que ni la teología ni la sociedad saben dar una respuesta a esta crisis de esperanza. Metz lo intenta. Con su teología política hace una aportación transcendente encaminada a recorrer el camino de regreso hacia Dios en la persona de Jesús de Nazaret, que se vincula con otras reflexiones teológicas semejante a la propuesta por los curas obreros de Francia y España, surgidas en la década de los cuarenta y siguientes del siglo pasado; o, más cercana, la teología del pueblo de Argentina o la más extensa teología de la liberación. Todas ellas se muestran como esfuerzos por bajarse de los púlpitos, de abandonar las cátedras y salir a los caminos para reír con el que ríe y llorar con el que llora, es decir, para encarnar a Jesús de Nazaret en el pueblo. Es, en definitiva, un mensaje de esperanza.

Claro que la esperanza, esa que puede hacernos recuperar a Dios, tal vez se centre más, como apuntara H. U. von Balthasar o aún con mayor incidencia nuestro místico Juan de Yepes, en buscar una experiencia mística, con todo el riesgo que eso puede implicar. Es evidente que la liturgia no ha contribuido a allanar el camino de comunicación con Dios; la teología sistemática ha enrarecido el camino de regreso; el humanismo teológico se ha revelado como negacionista de un Dios que participa en la felicidad del ser humano; los sistemas religiosos se han mostrado impotentes para hermanar a los seres humanos bajo la tutela de un Dios de amor y misericordia.

Sólo nos queda la mística para poder recupera a Dios. Y, entre tanto, un recuerdo de gratitud a la memoria de Johann-Baptist Metz por haber contribuido a dejar expedito el camino de regreso a la esperanza.

Máximo García Ruiz

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