Posted On 09/06/2021 By In Historia, Opinión, portada With 1642 Views

Anthony Benezet y la lucha de los cuáqueros contra la esclavitud | David Galcerà

Como otros movimientos que surgieron dentro del protestantismo, los cuáqueros surgen en la Inglaterra del siglo XVII. Como fecha fundacional podríamos considerar las experiencias que George Fox dijo tener poco antes de 1650, año en que entró en prisión por sus ideas. Es esta época un tiempo en que los grupos protestantes se multiplican, transforman y se enfrentan entre ellos. Muchos reclamaron la libertad de conciencia para sí, pero no siempre la respetaron para los demás. De ahí que, como afirmó Ernst Troeltsch, los valores de convivencia y tolerancia como marco necesario y común acabaran implantándose más como una consecuencia no buscada que como algo perseguido desde el inicio. Los cuáqueros se enmarcan también en el  sueño de una época cristiana en Inglaterra, pero también en el de su despertar amargo. Sufrieron esa desilusión tras la subida al poder de Cromwell y el alejamiento de los valores que representaba al principio. Fueron perseguidos en Inglaterra; también en América, donde lo fueron por los puritanos que huyendo de la persecución se convirtieron en perseguidores.

Los cuáqueros fueron abanderados en la lucha contra el comercio de esclavos y la liberación de quienes estaban en esa condición. Obviamente, en estas páginas el retrato de ese empeño humanitario no puede por menos que ser  general y simplificado. Hubo disensiones entre ellos respecto al método mejor para acabar con la esclavitud.  Y, lo más importante, tampoco hay que olvidar que no sólo había cuáqueros que se opusieron a la liberación, sino que también hubo los que tuvieron esclavos. Tras marchar de Inglaterra,  muchos cuáqueros fueron a Barbados y allí, como otros colonos, fueron dueños de otros hombres. Por ello, puede decirse que los cuáqueros fueron liberadores tras  analizar su propia conducta respecto a otros seres humanos. El mismo Fox visitó  Barbados, y defendió la humanidad de los negros, pero  no abogó abiertamente por la abolición de la esclavitud. Sí lo hizo, en cambio, su compañero de viaje William Edmundson. Y la primera protesta abolicionista data de 1688, en el meeting de los cuáqueros en Germantown, Pensilvania. Pero el clímax del abolicionismo pertenece ya al siglo XVIII.

Una de las figuras cuáqueras destacadas es Anthony Benezet (1713-1784). En estas páginas pretendo homenajear su persona y su labor. Fue uno de los principales impulsores del movimiento abolicionista y su semilla fue fundamental en lugares como Inglaterra. Escribió  Some Historic Account of Guinea;  A Short Account of the Part of Africa inhabited by the Negroes; Observations on the Enslaving, Importing and Purchasing of the Negroes; A Caution and Warning to Great Britain and Her Colonies. Benezet provenía de una familia hugonote francesa. Muchos miembros de ella padecieron persecución por su fe. Tal vez por esa razón, Anthony Benezet sintió un gran impulso a defender a los negros hechos esclavos. Su familia se trasladó a Holanda, después a Inglaterra, hasta que definitivamente llegó a América. Allí Benezet se hizo cuáquero. Empezó dando clases para negros en su casa en 1750, hasta que fundó una escuela en 1770. Declaró que entre blancos y negros no había ninguna diferencia de capacidad para poder aprender y ser instruidos.

En el siglo XVIII hay una clara conciencia de que se debe terminar el sufrimiento humano provocado por el mismo hombre. Según Descartes, uno podía dudar teóricamente de su existencia hasta llegar a  la evidencia de la existencia en tanto que pienso (dudo). Más complicado era demostrar la existencia de los otros. Como decía Primo Levi, para quien sufre todo eso es una sutileza: la primera evidencia del ser humano que lo saca de cualquier posible solipsismo es la certeza del sufrimiento común. Y ese sufrimiento común a menudo va ligado al mal que nos hacemos unos a otros. Esta es una cuestión ineludible en el siglo XVIII al abordar el tema del sufrimiento.

Los sociólogos I. Wilkinson y A. Kleinman, en A passion for Society: How we think about Human Suffering (2016),  destacan el desplazamiento que se opera desde el “el arte de sufrir”, término acuñado por el puritano disidente Richard Baxter en la segunda mitad del siglo XVII, al “sufrimiento social”, término acuñado en el siglo XVIII por el poeta William Wordsworth en Descriptive Sketches (1793), donde se hace eco de la trasformación de la vida del campo en la primera fase de la Revolución Industrial. El sufrimiento en el siglo XVII era integrado en una explicación providencialista, a veces dentro de la vocación general (general calling) de la salvación, a veces dentro de la vocación particular (effectual calling) de cada uno. A partir de la segunda mitad del siglo XVII, en época del mismo Baxter, el providencialismo sufrió una  crisis, en buena medida por el fracaso del sueño de una república cristiana en Inglaterra y la frustración de algunos grupos religiosos en sus aspiraciones de acelerar o llegar al final de los tiempos. Todo esto y la dificultad de explicar el sufrimiento cuando más quería explicarse, en una teología exhaustiva como la puritana, posibilitan el pase a una nueva concepción de aquél que eclosiona en el siglo siguiente. Sin olvidar la Providencia, entra en juego la dimensión social. El mismo Baxter, de quien se hace eco Benezet, criticó la esclavitud. Pero ahora la evidencia del carácter social de buena parte del sufrimiento humano marca un cambio de énfasis y un análisis más amplio. En los análisis de Benezet vemos cómo el antiguo hugonote ataca las formas de comercio que sustentan la esclavitud, mostrando que economía y moralidad no pueden separase, y que han de producirse cambios en la forma de vivir y procurar el bienestar.

Benezet tuvo la virtud de denunciar la esclavitud desde el punto de vista de los relatos de quienes practicaban u observaban las condiciones del tráfico de esclavos. Hizo una atenta descripción de los pueblos de África, de la condición de los esclavos una vez eran raptados, así como de su viaje hasta llegar a su nuevo destino como esclavos. De esta manera, Benezet intenta acercar a los lectores lo que estaba pasando en lugares remotos. Consideraba que con sus descripciones podía despertar en la imaginación del lector una empatía o compasión hacia el oprimido. Sigue así la estela de  las novelas sentimentales de la época, como las de Richardson o Rousseau, que pretendían fomentar la empatía con el sufrimiento; o de las teorías ilustradas sobre la compasión, como las del mismo Rousseau o Adam Smith, que apelaban a la imaginación como medio de hacer presente el sufrimiento ajeno o lejano y despertar la compasión.

Para Anthony Benezet, hay una común dignidad humana; todos somos hechos a imagen de Dios. La Declaración de Independencia americana explicita la evidencia de que los hombres son iguales y que tienen derecho a la felicidad. Pero Benezet critica que esto no se aplicaba a los negros. M. Ignatieff, en The Warrior’s Honor (1998), ha señalado cómo la sociedad liberal se fundó en la idea de una humanidad común, pero en la cual las minorías por razones de raza, género, religión, etc., no sólo eran muchas veces ignoradas políticamente, sino también excluidas, de modo que, de facto, la humanidad común se queda en un mito que sólo deviene real en el transcurso de la historia.

La traducción de los derechos del hombre o derechos naturales en derechos políticos sólo es posible cuando los posibles sujetos de derechos son  vistos como agentes con capacidad de autonomía. A Jefferson, aunque reconocía la humanidad de los negros, le costaba imaginárselos como agentes morales libres con posibilidad de participar políticamente. Lynn Hunt, en La invención de los derechos humanos (2009), ha señalado que los derechos humanos, para ser reconocidos, primero tienen que ser “concebibles”, pensables, en unos sujetos que los lleven en sí.

Para Benezet, la compasión no es sólo un sentimiento; es un acercamiento al ser humano para que sea visto como tal con todas sus implicaciones. La supuesta falta de capacidad moral se debe al embrutecimiento al que han sido sometidos los negros. Los blancos esclavistas  convierten o quieren presentar a los negros como indignos de la libertad y de los derechos naturales de la humanidad. No cabe confundir una circunstancia social con un hecho natural, algo que Marx en el siglo siguiente denunciará como ideología. Es más, como Montesquieu, Benezet pensaba que la esclavitud degradaba tanto al libre como al esclavo. Hegel radicalizaría este planteamiento posteriormente en su famosa dialéctica del amo y el esclavo diciendo que en realidad el amo, al depender del esclavo, es también esclavo del otro. De todos modos, como Condorcet y otros ilustrados, Benezet defendió una liberación gradual y progresiva de los esclavos para poder recibir una educación que les permitiera desenvolverse mejor como seres libres.  En esta liberación gradual debía incluirse también reparación material para que pudieran dotar de contenido a su libertad. Benezet apunta también a la deuda histórica con los ancestros que sufrieron esas injusticias. No se trata, por tanto, sólo de mera compasión moralista; se trata de cambiar estructuras de dominio opresoras por otras que favorezcan la vida digna de los seres humanos.

            Anthony Benezet muestra que hacer apologética es también mostrar los verdaderos valores cristianos, y entre ellos está el denunciar los cristianos que traicionan esos valores. No es aceptable hacer apologética si de lo que se trata es de hacer un relato embellecido, destacando los casos de personajes heroicos cristianos y silenciando los menos dignos de alabanza como, por ejemplo (y por poner otro tema), sucede a veces cuando hablamos del cristianismo y el nazismo. La apologética que no hace propaganda, sino que denuncia, y en el tiempo presente de lo denunciado, es la que practicó Benezet, influyendo en otras figuras importantes del cristianismo abolicionista. Clarkson, por ejemplo, quien en su obra se hace eco de aquél, apeló también a la imaginación del lector para que se pusiera en el lugar del que sufre;  mostró con ilustraciones las condiciones de los barcos en que viajaban los esclavos. En su obra apela a los textos bíblicos de juicio como denuncia de los cristianos que mantienen la esclavitud o miran a otro lado. Vemos lo mismo si leemos los testimonios de antiguos esclavos convertidos al cristianismo como es el caso de Olaudah Equiano y Ottabah Cugoano. Las denuncias de Benezet son recogidas también en un escrito de Wesley contra la esclavitud de 1774. Y Willberforce lo tiene en mente en un discurso en el Parlamento inglés en 1792 en su batalla política contra la esclavitud.

La influencia de los cuáqueros también estuvo muy presente en el movimiento abolicionista francés. Ya el mismo Voltaire había alabado años antes a los cuáqueros en sus Cartas filosóficas. J. Hector St. John de Crèvecoeur, al viajar al nuevo mundo, escribió Letters from an American Farmer donde se preguntaba, explícitamente en su última  carta: “What Is the American, This New Man?”. En su descripción del país alababa a los cuáqueros y escribía sobre la esclavitud. La obra fue un bestseller cuando llegó a Inglaterra en 1782. Tuvo una gran repercusión y puso a la vista de todos a los cuáqueros como abanderados en la lucha abolicionista. Brissot, futuro revolucionario francés, que acabó guillotinado en el Régimen del Terror,  estaba en Londres y fue muy influido por esta obra y sintió también una gran admiración por Anthony Benezet.  Brissot fue uno de los fundadores de la primera sociedad francesa para los amigos de los negros en Francia.

Anthony Benezet, al acercarse su muerte, se consideraba indigno de presentarse ante su creador. Sólo quería ser recordado como maestro de la escuela que fundó. Pero su lucha pacífica por los derechos de los negros fue tan ampliamente reconocida que en su entierro hubo una multitud de negros, y también de blancos, acompañando su féretro, como pocas veces se ha visto en Filadelfia.

 

David Galcerà

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