Al contrario de lo que muchos piensan, la fe cristiana no es la afirmación de ciertos contenidos proposicionales, sean estos dogmas o proposiciones bíblicas, sino un acto vital de confianza. No se postula la creencia en algo, sino que se invita a la confianza en alguien, esto es, confiar en el Dios Padre de Jesús. El cristianismo llama a un acto vital e integral de confianza en el Dios de Jesús. En este aspecto resulta extraño cómo, a pesar de que no hay ninguna percepción sensible de Dios, hay muchas personas que aceptan el llamado y toman su camino como acto de confianza. Incluso hay personas que parecen confiar más en Dios que en las certezas que se pueden alcanzar a través de otros medios, como las certezas científicas, por ejemplo. No hay saber ni conocimiento en la fe, pero se está dispuesto a arriesgar la vida, poniendo en juego los objetivos y las metas de ésta.
Sabemos hoy que la confianza, o el creer, es un hecho humano universal. La psicología plantea que para desarrollarse plenamente como ser humano es necesario adquirir una confianza primordial desde los primeros años de vida.1 Además de esta confianza fundamental, todo ser humano muestra fe cuando elige determinadas opciones de vida, pues al no tener certeza de que esas opciones le lleven realmente a la felicidad, sólo puede mirar o escuchar el testimonio de otros que han transitado por esas opciones y las avalan como válidas y exitosas. Estas dos maneras de evidenciar fe, una fe propiamente antropológica, son positivas y pueden justificarse racionalmente. Al contrario, la confianza específica en Dios ha recibido una dura crítica a su racionalidad desde la modernidad. Son conocidas las criticas ateas que afirman que la fe en Dios es alienante (Marx), neurótica (Freud) o incluso una mera proyección de las necesidades humanas (Feuerbach).
El cristianismo ha intentado superar estas críticas tomando diferentes alternativas. Una de estas alternativas establece una separación radical entre fe y razón, haciendo inmune la fe ante las críticas ateas. Sin embargo, este fideísmo es hoy difícil de mantener, pues a pesar de que en estos tiempos se pone en entredicho la supremacía de la razón, la irracionalidad que manifiesta todo tipo de fideísmo parece justificar la crítica atea más que defenderse ante ella. Es imperativo, por tanto, que el cristianismo actual supere el fideísmo y asuma la justificación racional de la confianza en Dios.
La justificación racional de las creencias cristianas ha sido asumida en el pasado por una apologética que, como la misma palabra dice, ha tomado una actitud defensiva frente a otras religiones y frente al ataque del ateísmo. Está apologética comienza “desde arriba”, señalando que la fe cristiana es justificable pues se basa en el testimonio de un testigo autorizado. Se prueban las cualidades trascendentes y divinas del mensajero, sea este Jesús o la Biblia como revelación, y de esta forma se pretende probar la veracidad de su mensaje. En el mundo evangélico/protestante se afirma que habría una evidencia racional externa, tanto en la vida de Jesús como en la revelación de las Sagradas Escrituras, que exigiría un veredicto confirmatorio a favor de la veracidad del testigo.2 Lo notable de esta evidencia es que presume de ser empírica y, por tanto, se cae en un cientificismo que más que llamar a la fe, llama a rendirse ante el positivismo historiográfico de pretensión científica.
Esta actitud defensiva y positivista de la apologética tradicional ya no puede sostenerse hoy. No sólo porque las presuntas evidencias empíricas no son tales, sino porque es todo el modelo del testigo autorizado, heterónomo y cientificista, el que ha perdido credibilidad.
Una alternativa para justificar la racionalidad de la fe cristiana en la actualidad está en comenzar “desde abajo”, señalando que es en la cuestión del sentido donde puede hallarse lugar para la fe. En el ser humano estaría radicalmente implantada, aunque no siempre explícitamente, la cuestión del sentido último de la vida, de la historia, del futuro y de la totalidad de la realidad, y es allí donde la fe cristiana puede probar su valor racional, desde los significados y las respuestas que el ser humano va encontrando en ella. Este modelo de apologética, que puede llamarse “antropológico”, no está exento de crítica, pero puede ser una buena alternativa en el momento en donde la heteronomía del cristianismo está en entre dicho.3
Hoy sabemos que la religión es un producto humano y el cristianismo, una de las religiones más grandes en la actualidad, sólo es una configuración más dentro de la variada gama de religiones y espiritualidades actuales. Una configuración que es posible defender racionalmente, pero no absolutizar; es más, la absolutización del cristianismo desde trincheras dogmáticas mina su credibilidad y se hace ofensivo en la era pluralista en la que vivimos. En este aspecto, la justificación racional del cristianismo sólo puede hacerse desde la debilidad de su propuesta y desde la transitoriedad de sus respuestas ante el problema del sentido. La imagen que el ser humano se hace de Dios es siempre antropomórfica y, por tanto, queda inevitablemente limitada frente a lo que Dios realmente es. La propuesta de Jesús se presenta como camino, nunca como meta. Es en el camino donde se van aclarando las preguntas y se van tanteando las respuestas. Es en el camino donde el cristianismo se hace válido como una opción razonable.
Todo esto nos deja finalmente en la paradoja de todo intento apologético del cristianismo. Pues si la fe cristiana puede justificarse racionalmente, ya no puede considerarse fe sino más bien saber. Por otra parte, si la fe cristiana no puede justificarse últimamente, ya no puede considerarse racional y, por tanto, no hay lugar para la apologética. Es necesario considerar, por tanto, que la apologética ya no será más “defensa de la fe”, sino, presentación de la plausibilidad y razonabilidad del camino cristiano. Ya no debemos caer en un racionalismo extremo que piensa que es factible probar la existencia de Dios a la manera de las pruebas científicas y matemáticas. Lo que se puede probar es la razonabilidad de la confianza en Dios ante las preguntas de sentido, no la existencia de Dios en sí misma. La fe es una confianza razonable en Dios, no una confianza racional a la que se llega silogísticamente dando lugar a una certeza absoluta. Desde este aspecto, sólo es defendible un cristianismo agnóstico, es decir, un cristianismo que postula una fe razonada y razonable, pero no absoluto ni definitivo. Un cristianismo que mantiene su identidad como camino de fe.
Publicado con anterioridad en Razón y Pensamiento Cristiano
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- El teólogo Hans Küng da cuenta de este aspecto psicológico de la confianza fundamental en su libro ¿Existe Dios?, Editorial Trotta, 1979, pág 616ss.
- Se pueden mencionar algunos exponentes estadounidenses de esta metodología apologética como por ejemplo Josh McDowell y Lee Strobel. Puede observarse con respecto a esto que esta expresión de la tradición apologética no responde ni a los orígenes de la apologética, en lo que Werner Jaeger denominó como el encuentro entre la paideia griega y el cristianismo primitivo, ni a la escuela clásica de la teología natural (D’Cart, Pascal, Leibniz, Paley, entre otros), sino que está más vinculada a las reacciones conservadoras (principalmente norteamericanas) contra la búsqueda del Jesús histórico que comienza a finales del s. XIX.
- Este tipo de apologética predomina en la tradición católica, donde incluso se ha llegado a abandonar el mismo concepto de apologética. En el ámbito católico es la teología fundamental, como subdisciplina teológica, la que presenta los fundamentos y las características de la fe cristiana desde el punto de vista meramente racional, analizando sus condiciones y desarrollando las diferencias esenciales con respecto a otras visiones del mundo y otras religiones.