Església Evangélica de Catalunya – Iglesia Evangélica Española – Reflexión expuesta en el marco de la celebración del “Año Wesley, 2012” (20/05/12)
José Antonio Marina, el conocido filósofo español, escribió hace unos años un libro que llevaba por título “Por qué soy cristiano”. En dicha obra, entre otras cosas, podemos leer:
“Correlativamente, hay dos modos de escribir la historia del cristianismo. Una se interesa por la evolución de los dogmas, de la institución, de las creencias. Es la historia de la ortodoxia. El otro, más humilde, atiende al despliegue de la ágape, al modo de realizar el megalómano proyecto de construir mediante la caridad el Reino de Dios. Es la historia de la ortopraxia. Aquélla usa conceptos ontológicos, ésta conceptos prácticos. Aquélla es la historia de la teología, de las Iglesias, ésta es la historia de la santidad. Ponen el énfasis en cosas diferentes” (Marina: 68,69).
Podrá parecer raro que una breve exposición sobre la aportación del movimiento metodista a una sociedad en crisis de valores, comience citando a alguien sin relación con el metodismo, el filósofo José Antonio Marina. Pero creo que define muy bien lo que es, o puede llegar a ser la aportación del metodismo contemporáneo a nuestra sociedad: La aportación del metodismo, en mi opinión, no es una ortodoxia, sino una ortopraxia, ya que considero que la historia del metodismo es parte de la historia –cristiana- de la ortopraxia. Dicho en metodista, lo que aporta el movimiento que surgió con Wesley es la santidad. Y cuando hablamos de santidad no nos estamos refiriendo a cierta forma de moralismo, sino a valores que pueden afectar benéficamente a la convivencia social y, por lo tanto, a la estructura o modelo social de convivencia.
Como escribiera Esther López, en la revista Utopía, “los valores no están en crisis, en todocaso está en crisis nuestra capacidad para cultivarlos y hacer que los que son esenciales ocupen el motor de nuestras vidas”. Todos reconocemos, por ejemplo, que la vida individual o social no es concebible sin cultivar la amistad, la tolerancia, la solidaridad como condiciones deseables para su existencia[1]. El problema es que no acaban de ser “el motor de nuestras vidas”. Y la opción metodista, por cristiana, consiste en el arte de cultivar los valores esenciales en nuestras relaciones sociales y aportarlos práxicamente a la sociedad en la que vivimos y somos.
En esta, necesariamente breve, exposición quisiera apuntar a tres elementos que aporta el cristianismo metodista a una sociedad sumida en una profunda crisis a causa los mercados y al haber dejado a un lado los valores esenciales, y que afecta directamente a los ciudadanos. Ya no por el hecho de la crisis en sí, sino por la incapacidad que hemos mostrado –en el pasado, y en el presente- para educarnos en valores y que ahora sumándose a los efectos de la crisis sobre nuestras existencias individuales -la falta de trabajo, la ausencia de fuentes de ingreso, la imposibilidad de atender a las seudonecesedidades que una sociedad de consumo nos ha creado, y que en tiempos mejores atendimos, tal vez, sin discernimiento- vivimos en un estado de frustración, miedo y enfado.
Los elementos, entre otros, en los que reflexionaré son, en primer lugar, en el cultivo de la espiritualidad; en segundo lugar, el auténtico valor del “dinero”, corazón de los mercados; y en tercer lugar, sobre la propuesta final en la que los elementos mencionados desembocan. Y los voy a exponer atendiendo a dos sermones de John Wesley, originador, junto con otros, del movimiento metodista. La lectura que realizaré la haré en clave social, y en diálogo con los textos wesleyanos desde la realidad del siglo XXI.
El cultivo de la espiritualidad: el nuevo nacimiento (Wesley, sermón XLV)
Los hermanos Boff, Clodovis y Leonardo, escribieron en 1986 un magnífico librito que llevaba por título “Cómo hacer Teología de la liberación”, en su página 10 se puede leer: “Toda verdadera teología –y por ello su praxis- nace de una espiritualidad, es decir, de un encuentro fuerte con Dios dentro de la historia”.
Interpreto que ese “encuentro fuerte con Dios dentro de la historia”, del que surgirá una verdadera teología con su correspondiente praxis, es lo que Wesley denominará “nuevo nacimiento”. El ser humano ha nacido en un mundo empecatado, y por ello la educación recibida en los diferentes espacios particulares y sociales han circulado en la vía de adecuar su existencia a ese empecatamiento social sin cuestionarlo (vivimos en el mejor mundo de los posibles). Y cuando la sociedad no le provee de las herramientas necesarias que le permitan adecuarse a ese mundo empecatado, surge la queja, la protesta… Pero, curiosamente, ésta surge sin cuestionar la estructura social en la que ha sido moldeado. De ello tenemos buenas pruebas si escuchamos atentamente “las conversaciones de bar”. Oímos quejas, pero no cuestionamientos del modelo social que nos ha sido dado.
Para emprender un auténtico éxodo del Egipto en el que vivimos debemos “nacer de nuevo”, no solamente a nivel personal, sino también a nivel social. Es decir que tanto los individuos como las estructuras sociales deben “nacer de nuevo”, deben ser recreadas de tal manera que el ser humano, en tanto en cuanto individuo, experimente “un amor sincero, tierno y desinteresado por todo el género humano” (XLV, II, 5), y desamor por el mundo, es decir por las estructuras sociales deshumanizantes que nos han sido dadas y en las que hemos sido educados. Ello implica nuestro nuevo nacimiento y el de esta sociedad caduca que desemboque en un nuevo estilo de vida y en un nuevo modelo de convivencia social.
Esa “experiencia fuerte de Dios” en medio de la historia o “nuevo nacimiento” nos capacita, reitero, para que el amor hacia todos los seres humanos sea “algo natural y necesario” (XLV, III, 1). En ello consiste la santidad entendida al modo metodista. Juan, el evangelista, nos dirá que sin nacer de nuevo y sin el desarrollo posterior de la santidad es imposible “ver” y “entrar” en el Reino de Dios. Es decir “ver y palpar” el nuevo modelo de sociedad que surge del “nuevo nacimiento”. Por ello, en otra ocasión dije que la santidad, o es social o no es santidad.
Las estructuras sociales en las que vivimos son “demoniacas”, y por ello los cristianos desde la antigüedad han renunciado “al diablo y a sus obras”, y de esa forma han exorcizado el actual modelo de sociedad que somete a la esclavitud y a la muerte a millones de seres humanos, sufriendo así “infierno social” aquí y ahora, introduciéndose así en la esfera de la “salvación social”.
El referente singular para todo ello es la praxis y mensaje de Jesús de Nazaret. Ahora bien, cómo lograremos experimentar el nuevo nacimiento de una sociedad exorcizada de los “demonios” que la gobiernan. Atacando a lo que está en la base de nuestro mundo como valor de valores: el dinero como instrumento de “seudosalvación”.
El dinero, corazón inhumano de los mercados (Wesley, sermón L)
Es archiconocido el axioma metodista, originado en Wesley, “gana todo lo que puedas, ahorra todo lo que puedas y da todo lo que puedas”. El problema es que nos encontramos frente a frente con un lema fuera de contexto, y ello lo convierte en una frase simplemente bonita, citable, pero que le quita toda la fuerza, todo el mordiente que ésta tiene y no se advierte el potencial que posee para actuar como fermento de una nueva sociedad.
Wesley, en el sermón del que surge el lema antes citado, dirá: El dinero en manos de los cristianos, o de cualquier ser humano de buena voluntad –añadiría yo-, se convierte o debe convertirse “en pan para el hambriento, bebida para el sediento, vestido para el desnudo, posada para el forastero y el peregrino. Con él podemos, hasta cierto punto, suplir la falta que hace el esposo a la viuda; el padre a los huérfanos. Podemos defender a los oprimidos, aliviar a los enfermos, socorrer a los afligidos. Puede ser vista para los ciegos y pies para los cojos, y como la mano que levanta al que yace a la orilla del sepulcro” (L, 3). Palabras que cobran un sentido muy especial en una sociedad que el dinero se convierte no en educación, sanidad y protección social a los sectores más débiles, sino en salvación, entre otras cosas, de la mala gestión de los gobiernos y de la banca.
“Gana todo lo que puedas” dirá el originador del metodismo, pero que ello no implique ganar dinero a costa de nuestra salud, la vida es más que la comida, y el cuerpo más que el vestido (L, I,1). En segundo lugar, tampoco debe implicar la herida de muerte de nuestras mentes, defraudando, robando al prójimo o iniciar “negocios, que si bien son inocentes, no se pueden hacer limpiamente en nuestros días”. “No se deben buscar empleos –dirá Wesley- , por buenas que sean las ganancias, si tenemos que seguir las trácalas del ramo –no debemos perder nuestras almas por ganar dinero. (L, I, 2). Y en último lugar, no debe implicar el perjuicio de nuestro prójimo. Wesley dirá que, por ejemplo, “no podremos robarle –a nuestro prójimo- el fruto de sus tierras, ni sus casas ni terrenos …/… con cuentas exorbitantes, ya sea por servicios como médico, abogado o cualquier otro, tomando o exigiendo réditos prohibidos por la ley”, y añado a ello, que la ley no es necesariamente sinónimo de justicia. Hay cosas que la ley permite, pero que una persona de justa conciencia nunca haría. Atendamos por ejemplo al dramático tema de los desahucios por la imposibilidad de atender la hipoteca que tenemos con cualquier banco, y para más “INRI” permanecer, después del desahucio, con una deuda que nos esclavizará toda la vida.
“Guarda –ahorra-todo lo que puedas”, enunciará el lema con el que hemos iniciado esta sección de la exposición. ¿Cómo entender este axioma? El entendimiento del mismo pasa por no desperdiciar el dinero en satisfacer los deseos materiales, los deseos de los ojos y la soberbia de la vida. (L, III). El metodismo propone un estilo de vida sobrio, y la sobriedad nada tiene que ver con la austeridad a la que se nos exhorta, hasta la saciedad, desde los púlpitos de los poderes de este mundo. La sobriedad tiene que ver, según Wesley, con una vida sencilla que huye de invertir en lo superfluo, en hacer gastos considerables en lo innecesario o en adquirir signos de estatus social según el modelo de la sociedad imperante. Si así se hace, evidentemente que ahorrarás, pero con qué objetivo, cuál es el propósito de “guardar todo lo que puedas”.
La tercera parte del lema nos lo aclara: “Da todo lo que puedas” (L, III, 1). “Amontonar dinero –escribirá Wesley- no es ahorrar en la verdadera acepción de la palabra. Mejor sería arrojar el dinero al mar que enterrarlo; y depositarlo en un baúl o en el Banco de –España-, es tanto como enterrarlo”. ¿Cómo usar lo ahorrado? En primer lugar, Wesley nos dirá, atiende a todas tus necesidades (no seudonecesidades –debemos atender a lo dicho en la segunda parte del lema-); en segundo lugar, provee para tu familia; en tercer lugar, haz bien a los que son de la casa de la fe; y en cuarto lugar, haz bien a todos los seres humanos. Si lo hacemos así estaremos dando lo más que podemos, y, en un sentido, todo lo que tenemos. No debemos desperdiciar “nada en vida o en muerte, en pecado o en torpeza, bien para vosotros, bien para vuestros hijos. Dad a Dios todo lo que podáis, o en otras palabras, todo lo que tenéis” (L, III, 6).
“Nuestro reino, nuestra prudencia”, no se conforman al actual modelo de sociedad. Nada tenemos que ver con las costumbres que propicia este modelo de sociedad gobernado por los mercados y las grandes corporaciones.
Ahora bien, ¿dónde desemboca todo esto..?
Las iglesias como agentes sociales tangibles de transformación social
Detrás de todo lo dicho se persigue mostrar aquí y ahora una nueva forma de ser comunidad, un nuevo modelo (contramodelo social) de sociedad posible y realizable. Un modelo que subvierte el actual estado de cosas.
Las iglesias no deben conformarse con hacer propuestas, sino enseñar a través de su existencia que vivir de otra manera en medio de la aldea global es posible. La iglesias son llamadas, desde el entendimiento metodista del Evangelio, a ser una “aldea alternativa” a la aldea global.
En esa “aldea alternativa” se hace carne la auténtica solidaridad entre los seres humanos. Pero, ¿cómo entender el concepto de solidaridad? Tomo prestada la definición que propuso Luis de Sebastián, hace algunos años, en su libro “La solidaridad” (pág. 16): Solidaridad es “el reconocimiento práctico de la obligación natural que tienen los individuos y los grupos humanos de contribuir al bienestar de los que tienen que ver con ellos, especialmente de los que tienen mayor necesidad”.
Como personas, como cristianos, como metodistas tenemos “la obligación natural de contribuir al bienestar.., especialmente de los que tienen mayor necesidad”. El movimiento metodista desde sus orígenes hasta la actualidad siempre ha mostrado la realización práctica de la solidaridad, especialmente entre los sufrientes de la historia. Fue y debe seguir siendo una característica del ser metodista aquí y ahora.
En mi opinión, en las iglesias protestantes históricas –desde el punto de vista metodista- se dan las condiciones de posibilidad para convertirse en agentes sociales de transformación social en cobeligerancia –sin perder nuestra identidad cristiana- con otros movimientos sociales que luchan y viven por conseguir ese otro mundo posible, un modelo social alternativo al actual.
Cuando hablo de “condiciones de posibilidad” dentro del protestantismo histórico me estoy refiriendo al hecho de ser comunidades amantes de la libertad de pensamiento y expresión, profundamente democráticas, igualitarias –no discriminatorias- e insertas en la sociedad con una fuerte conciencia social que las capacita para ser fermento de un mundo nuevo.
Ahora bien, deseo poner el énfasis en las iglesias –por algo me confieso cristiano-. La Iglesia se compone de una red de comunidades que deben ser fundadas en el apoyo mutuo y la solidaridad entre ellas. Es decir, buscan el bienestar de sus hermanos y hermanas, especialmente de los que tienen mayor necesidad. Y ello, sin obviar a aquellos que sin ser cristianos –ello no es requisito para el ejercicio de la solidaridad– se encuentran en un estado de extrema debilidad socioeconómica. De tal manera que si somos capaces de construir un red de comunidades que persiguen el bien común –no el bien particular de cada una de ellas- y son radicalmente solidarias entre ellas, experimentaremos, en primer lugar, un efecto almohadilla para el sufrimiento que está causando la crisis sin precedentes que está sufriendo nuestro mundo –en palabras de Juan, debemos dar la vida por nuestros hermanos, porque “si alguien nada en la abundancia y, viendo que su hermano está necesitado le cierra el corazón, ¿tendrá valor de decir que ama a Dios?” (1Jn. 3:16,17) ; y en segundo lugar, mostraremos la posibilidad visible y palpable de que un modelo social alternativo al actual es posible. Seremos, como ya he dicho, “aldea alternativa” en medio de la aldea global en la que vivimos.
La Iglesia, las iglesias deben contestar implícita y explícitamente a las injusticias que suceden en nuestro entorno, en el cercano y en el lejano. En eso consiste el espíritu metodista, en eso consiste el espíritu cristiano. En la medida que llevemos a cabo el proyecto de Jesús de Nazaret, la Iglesia y las iglesias se convertirán en agentes de cambio social, y no en justificadoras y legitimadoras de un mundo conformado a la realidad de que “a los pobres siempre los tendréis entre vosotros”. ¡No solo protestamos, sino que actuamos de forma visible ante todos los que nos rodean!
Por ello, “piensa, y deja pensar”, “gana todo lo que puedas, ahorra todo lo que puedas y da todo lo que puedas –es decir, todo lo que tienes-”. Nuestra conciencia y el Espíritu de Jesús nos ayudarán a discernir el camino que debemos transitar a fin de alcanzar el mundo nuevo que esperamos y por el que luchamos sacando fuerzas de la gracia del Dios de Jesús. Un mundo nuevo que debe iniciarse en los espacios comunitarios que día a día vamos construyendo en la fuerza del Espíritu. Ya que no deseamos ser protagonistas de la historia de la ortodoxia, del pensamiento único, sino protagonistas de la historia de la ortopraxia, de la santidad social en aras de la construcción del “megalómano proyecto de construir mediante la caridad el Reino de Dios”.
Finalizo citando unos versos de una canción de Lluis Llach, y que refleja lo que, en mi opinión, debemos aspirar a ser, y es lo que nuestro mundo dolorido y sufriente está esperando:
“Però vindran
els nostres atletes que esperem fa temps
i ompliran
l’ample horitzó amb llum de dignitat.
Atletes de la pau, de les idees,
atletes del somni d’un món millor,
atletes del cor fratern, dels sentiments,
atletes del gest bondadós.
Aquests són els qui esperem! “
Lluis Llach, “Al carrer dels quatre llits” (Un pont de mar blava)
Aspirem a ser atletes que omplin l’ampli horitzó de llum de dignitat! Així ha de ser!
- «Evité decirles, —verás, saldrás de esta—» - 28/10/2022
- Predicadores del “camino estrecho” | Ignacio Simal - 30/09/2022
- ¿La soledad del pastor? Deconstruyendo el tópico | Ignacio Simal - 16/09/2022