Posted On 31/01/2021 By In Al Alba With 705 Views

Asumir nuestra humanidad en Dios | Ignacio Simal

31 de enero, 2021

Las personas que oran a través de los salmos emprenden un proceso de aprendizaje de lo que significa ser humano con todas su contradicciones. Aprenden a sincerarse con Dios y con sus prójimos. Se muestran a todo el mundo tanto cuando tocan el «cielo», como cuando tocan el «infierno». Caminan por la vida sin máscaras de rasgos piadosos que oculten su debilidad, intensamente humana ella.

Me gusta el libro de los salmos. Me seduce la falta de pudor por parte de los poetas de Dios. Se desnudan delante nuestro sin sonrojarse. Nos muestran sus dudas, nos dicen sus confesiones más íntimas, escriben, sin ambages, sus imprecaciones contra un mundo que no les gusta, expresan tanto su alabanza como su queja a Dios. Tocan el cielo y el infierno, y en ocasiones al mismo tiempo. Y así nos muestran la realidad de la existencia humana.

Y todas sus letras, de maneras distintas, nos invitan a acercarnos al Cristo de Dios. Nos invitan a airarnos con él por la dureza de corazón de los «santos» , llorar con él ante la tumba de Lázaro, agonizar con él en Getsemaní y, a pesar de todo, no romper el hilo de la comunión con su/nuestro Padre que está en los cielos. Pero sobre todo, nos invitan a arrojarnos a sus brazos, a fin de que él -que siempre nos entiende- enjugue nuestras amargas lágrimas originadas por nuestra propia impotencia para dar la talla como seguidores de su persona.

Cuando hemos recorrido el camino que nos indican los salmos, concluimos, a través de la gracia de la fe, «que los sufrimientos presentes [sean del alma o del cuerpo] no tienen comparación con la gloria que un día se nos descubrirá» (Ro. 8:18). De tal manera que, haciendo nuestro el último salmo (150), desgarramos nuestras gargantas diciendo a voz en grito:

“¡Aleluya! Alabad a Dios en su santuario, alabadlo en su majestuoso cielo; alabadlo por sus proezas, alabadlo por su grandeza. Alabadlo al son de trompetas, alabadlo con cítara y arpa; alabadlo con danza y pandero, alabadlo con cuerdas y flautas; alabadlo con címbalos sonoros, alabadlo con címbalos vibrantes. ¡Que cuanto respira alabe al Señor! ¡Aleluya!” (Sal. 150:1-6 BTI).

Y así, aprendemos a asumir nuestra humanidad en Dios.

Ignacio Simal Camps
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