“Las palabras tienen consecuencias”, escribe el activista protestante Jim Wallis en su blog “God’s Politics” en referencia a dos hechos que han conmocionado Estados Unidos: el asesinato del doctor George Tiller a manos de un antiabortista y el de un guardia de seguridad del Museo del Holocausto de Washington a manos de una persona que se creía racialmente superior por no ser negro o judío.
Wallis, a través de su artículo, denuncia ese tipo de discurso que incita al odio y ofrece un marco “racional” que justifica este tipo de acciones extremas en la mente de los que empuñan las pistolas para asesinar a un juez, a un médico o a cualquier otra persona. Un discurso que por estos lares se puede escuchar en emisoras de radio, en los púlpitos políticos o religiosos o leer en los diarios, ya sean convencionales o digitales.
También Frank Schaeffer, hijo del conocido líder evangélico -ya fallecido- Francis Schaeffer, en referencia al asesinato del doctor Tiller, afirmaba en un reciente artículo la responsabilidad de la derecha religiosa y los llamados movimientos pro-vida de Estados Unidos en el terrorismo doméstico que algunos grupos «cristianos» están llevando a cabo.
“Spain is different”, “Europe is different”, pensarán algunos. Eso no puede ocurrir en el Viejo Continente, diremos. No tenemos nuestros domicilios pertrechados de armas de fuego. Craso error. De no remediarlo, sólo es cuestión de tiempo que vivamos una especie de terrorismo de baja intensidad. Si no, estemos al tanto de los que, semana tras semana, surten de munición retórica a nuestros futuros “terroristas domésticos” desde sus posiciones políticas o religiosas y utilizando, como mejor saben, sus púlpitos virtuales, radiofónicos o físicos para publicitar sus soflamas contra el denominado “lobby gay”, contra los doctores y doctoras que practican un aborto a sus pacientes, contra las mujeres que optan, dolorosamente, por interrumpir su embarazo, contra el derecho inalienable que todo ser humano tiene para finalizar su existencia cuando la enfermedad irreversible y alienadora llama a su puerta, o nos advierten del peligro que corre nuestro país ante la “marabunta” que nos ha llegado -y sigue llegando- de África, de América Latina, de Asia o del Este europeo.
Concuerdo con Wallis cuando afirma que “estos últimos acontecimientos nos deben hacer pensar que ha llegado el momento que consideremos rechazar a aquellos que propagan el discurso del odio que establece el marco de la justificación de estos actos odiosos. Es hora de que públicamente caminemos lejos de aquellos que están cometiendo esta clase de pecados sociales y animan a otros a hacer lo mismo”.
En honor de la verdad debo decir que en el caso del asesinato del doctor Tiller la mayoría de los grupos pro-vida estadounidenses lo han condenado de forma rotunda, pero debieran tener cuidado, a la hora de defender y publicitar sus ideas -también aquí en España-, de no utilizar trazos gruesos en sus escritos y discursos.
Creo que la hora ha llegado, como sugiere Wallis en el caso de EE.UU., de romper filas con aquellos y aquellas que subripticiamente inoculan a través de sus escritos y discursos, y posiblemente desde nuestras mismas filas evangélicas, un mensaje que incita al odio y que podría producir, a medio plazo, una especie de kale borroka o terrorismo de baja intensidad contra los protagonistas de lo que ellos, como en el caso del aborto, califican de “asesinos de inocentes”. De no hacerlo, mal futuro nos espera, ya que “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. De no hacerlo, seremos corresponsables de lo que pueda ocurrir.
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