El reconocimiento de la diversidad juvenil atraviesa por el conocimiento de las trayectorias de vida, experiencias y adscripciones de los individuos que transitan por un determinado rango etario bajo el cual se generan autorrepresentaciones y heterorepresentaciones para la conformación de un modo de juventud. Bajo este argumento se puede resumir la tesis de maestría de Alan Llanos, Entre lo sacro y lo mundano. Música, creencias y vivencias de jóvenes indígenas cristianos en San Cristóbal de Las Casas, quien aborda como objeto de estudio a los jóvenes músicos indígenas cristianos en la ciudad mencionada.
San Cristóbal de Las Casas es un escenario “natural” para analizar la diversidad religiosa. La complejidad de su sociedad atravesada por el factor étnico, la conflictividad social devenida desde antes del movimiento zapatista de 1994, los asentamientos humanos producto de las expulsiones y la migración de las zonas rurales a la periferia de la ciudad y la pluralidad religiosa en un municipio con poco menos de 200 mil habitantes, entre otras cosas, son el atractivo para cualquier estudio antropológico. “San Cris” –como le decimos con aprecio todos quienes hemos vivido ahí– es un escenario donde tiene lugar el turismo nacional y extranjero bajo el amparo de una ciudad habitada por coletos e indígenas.
Frente a un imaginario romántico que sitúa al indígena en el campo y en la nostalgia de la madre tierra, Llanos pondera la agencia juvenil para observar el modo en que convierten el escenario Sancristobalense en parte de sus experiencias. Ahí nacieron, crecieron y se adscribieron al cristianismo evangélico del que ahora son parte y donde sitúan sus vivencias y el significado de muchos de sus actos. Por medio de la música se “incorporan” a la sociedad que los había excluido por cuanto son jóvenes, indígenas y evangélicos, una triple vulnerabilidad en un contexto donde la exclusión y el racismo aún forman parte de lo cotidiano.
La propuesta de Llanos es original en tanto que se incluye en una discusión que no se ha convertido, hasta ahora, en un tema trillado por los investigadores o especialistas. Se inscribe en los estudios sobre jóvenes evangélicos y los cambios que presentan como generación. Suma para ello el factor étnico que ofrece el sureste mexicano. A partir de una trilogía, la relación música–juventud–etnicidad, Llanos contribuye a entender la transformación de la religiosidad en el mundo contemporáneo y cómo las formas de legitimación de lo religioso no transitan necesariamente por las instituciones, sino que existen de forma paralela a ellas. Es decir, hay distintas maneras en las que lo sagrado acontece y tiene lugar en la vida de los jóvenes.
No obstante, cabe preguntar si lo “sacro y lo mundano” –dicotomía trabajada por Llanos– son fronteras disímiles donde los individuos van de un lado a otro; si se trata de un mismo espacio donde las prácticas y los significados que los jóvenes les dan a éstas, son los elementos que definen la separación de las fronteras; o si más bien, son campos superpuestos sin distinciones observables a simple vista, pero separadas a partir de marcos de referencia primarios, es decir, en el momento en que los jóvenes evangélicos deben actuar de acuerdo con los principios en los que han sido socializados en base a sus creencias. Por ello, a pesar de las contribuciones realizadas por Llanos y otros tesistas –donde me incluyo–, queda la pregunta sobre cómo abordar el universo juvenil evangélico a partir de un modelo particular que considere el trabajo interdisciplinario.
Llanos se suma a una hipótesis generalizada donde la agencia supera las estructuras, donde la condición juvenil evangélica no se limita a sus lugares de socialidad cristiana, donde la creencia no es la variable determinante “sino un añadido que interactúa con otras esferas y campos de acción juvenil, que sin embargo, otorga a la experiencia vivida una particularidad que repercute en las vivencias cotidianas que se pudiesen llegar a tener…”. Cada vez más los estudios sociales han considerado la religión como una variable no determinante. De seguir esto así, ¿qué implica para la antropología de la religión? ¿El fenómeno religioso deja de tener importancia por sí solo? Si se responde afirmativamente, ¿qué ruta tendrán los estudios del fenómeno religioso? Si hay un dejo de nostalgia por él –el fenómeno religioso–, ¿cómo abordarlo y qué observar en él?
Nota: El presente texto resume los comentarios en el marco de la defensa de la tesis que tuvo lugar el 26 de agosto de 2014. Alan Llanos es Maestro en Antropología Social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, sede Distrito Federal.
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