“…¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos y acercándose al primero le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Respondiendo él dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro le dijo de la misma manera; y respondiendo él dijo: Sí, señor, voy. Y no fue” (Jesús de Nazareth en el Evangelio según Mateo 21: 28-30)
Dice un refrán popular, constatando la realidad, que “de todo hay en la viña del Señor”. El origen del mismo, no se nos escapa, está en el uso repetido de una metáfora, procedente de los Evangelios, en que se compara el mundo a una viña donde se nos llama a trabajar como colaboradores del proyecto de Dios de hacer otro mundo posible y deseable, conforme a Su voluntad. Más concretamente se compara esa viña al mismo Reino de Dios y se conecta la imagen directamente con una visión de la propia Iglesia, a partir de la cual se nos llama a convertirnos nosotros mismos en sarmientos fecundos conectados de forma íntima y solidaria con Jesús al que se llama la vid verdadera. Nada menos.
Pero, cuando uno echa un vistazo, se da cuenta de que después de más de 3.000 años de pueblo de Dios (y unos 2.000 de Iglesia,) aún queda mucho trabajo por hacer. Para empezar, que la viña parezca una viña y no un erial sembrado de matojos sueltos y desconectados. La búsqueda del Reino de Dios y su justicia pasa por el trabajo gozoso en la viña en la asunción profunda de que Jesús nos ha enseñado el amor de Dios y el amor al prójimo en Dios, en la fe y en la esperanza. Una actitud humilde y entregada cuya plenitud se expresa en las bienaventuranzas del Evangelio: pobreza de espíritu, sed de justicia, misericordia, transparencia de corazón, voluntad de paz y persecución sufrida por la justicia.
Pero, a menudo, todo queda en un asentimiento estéril y en una ética de buenas intenciones que, infructuosas, no se acaban de materializar nunca -porque nunca se ve el momento oportuno- y dejamos pasar el tiempo sin apenas darnos cuenta, corriendo el peligro de que llegue el día en que ya sea demasiado tarde.
Hay mucho trabajo por hacer en «la viña del Señor», en muchos frentes y lo que importa es que sea hecho pero el Padre, tu Padre, nuestro Padre, quiere que sean sus hijos los que labren esa viña porque es la herencia que nos ha dado y porque somos llamados a que la memoria acerca de quien es el verdadero propietario y creador de la viña no se pierda nunca. Una gran responsabilidad para la que las buenas intenciones son un abono insuficiente, cuando no mortífero.
Así que no basta tener la intención ni el convencimiento sino que es preciso ir de verdad a trabajar en la viña, “mojarse”, asumir profunda y concretamente nuestro compromiso con ese Reino de Dios que, a su modesta escala comienza a concretarse en la iglesia local aunque luego pueda -y deba- proyectarse mucho más allá hasta llegar a construir realmente espacios amplios que anticipen el Reino de Dios, una viña capaz de dar buen vino para toda la Humanidad y no cayendo en el sectarismo de cultivar parcelitas de calidades diversas y heterogéneas.
La Fe en Jesús que demanda el Evangelio es un compromiso vital y total con Su viña y con Dios mismo, Señor y dueño de la misma y no es de recibo regatear ni jugar a la ley del mínimo esfuerzo. Como dijera C.S.Lewis: “Dios no quiere, propiamente, nuestro tiempo o nuestra atención -ni siquiera todo nuestro tiempo o toda nuestra atención-. Nos quiere a nosotros. Si no habéis elegido el Reino de Dios y su justicia, con todo vuestro ser y asumiendo todas sus consecuencias, carece de importancia, en el fondo, lo que hayáis elegido en su lugar: el patriotismo o la cocaína, el dinero o la Ciencia, el trabajo o la holgazanería. Con cualquiera de ellos habremos malogrado el fin para el que fuimos creados y rechazado lo único capaz de satisfacernos verdaderamente.”
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