La UEBE es una de las denominaciones evangélicas vinculadas a la Reforma del siglo XVI, junto a la IERE, la IEE y las Asambleas de Hermanos, que han vertebrado el protestantismo español durante los siglos XIX y XX. Las iglesias vinculadas a la UEBE y las asambleas de hermanos fueron el referente numérico más relevante en territorio español hasta la eclosión de otras denominaciones, especialmente de corte pentecostal y carismático, a partir de último tercio del siglo XX.
Una denominación, la UEBE, que ha pasado por fases diferentes, que en la actualidad afronta un cambio de ciclo. La pregunta es: ¿está preparada para ello? No cabe duda de que ha llegado el momento. No es optativo, ni responde a una programación prevista con la suficiente antelación, si bien el desencadenante, la jubilación de su secretario general, era algo conocido desde hacía tiempo. Cambios de ciclo que, por otra parte, han venido produciéndose en esta denominación cada cuarto de siglo más o menos. Veamos.
Con la llegada de Everett Gill a España en el año 1922, representando a los bautistas del sur de los Estados Unidos (Southern Baptist Convention), se cierra el ciclo de los bautistas suecos y se abren grandes expectativas entre los pequeños núcleos de bautistas que se congregan en varias regiones del país. Expectativas que no pudieron cumplirse de inmediato, en primer lugar, debido a la más devastadora caída del mercado de valores en la historia de la Bolsa en Estados Unidos, tomando en consideración el alcance global y la larga duración de sus secuelas, que dio lugar a la crisis de 1929, también conocida como La Gran Depresión o Crack del 29; un cataclismo económico y social que enlazaría con la Guerra Civil Española y la II Guerra Mundial, cuyo final se produce en el año 1945.
En febrero de 1947, veinticinco años después de la llegada de Gill, se reanuda el apoyo del Foreign Mission Board en España, con la presencia del misionero John David Hughey, quien reorganiza e imprime a las iglesias de la UEBE una identidad bautista, siguiendo el modelo de los bautistas del sur de su país de origen; un modelo que se va fortaleciendo y consolidando a lo largo de los años siguientes, hasta que a principios de la década de los 70, transcurrido otro cuarto de siglo, un grupo de jóvenes líderes nacionales, bajo la presidencia de José Borras, protagonizan un nuevo ciclo de renovación y “nacionalización” de la obra bautista[1], que condujo a la autonomía y madurez de la Unión, superado el período de tutela de la Misión Bautista en España.
“El tránsito producido entre el año 1989 y 1990 marca el cierre de este ciclo dentro de la Unión Evangélica Bautista Española”[2]. El sello distintivo del nuevo período a que da paso es el nombramiento de un secretario general en la persona del valenciano Manuel Sarrias Martínez, en dedicación a tiempo completo, dando por finalizada la etapa presidencialista de la UEBE, para centrar el grueso de las responsabilidades, incluida la representación oficial de la Unión y su gestión de las finanzas, en la figura del nuevo ejecutivo. Este período, con sus luces y sombras, marca el último cuarto de siglo de la historia de la Unión Evangélica Bautista Española y da paso a un nuevo ciclo, lleno de incertidumbres.
De la última etapa se derivan varios hechos relevantes. Uno de ellos, tal vez el más evidente, ha sido el progresivo distanciamiento de la Misión americana, conducente a la total autonomía económica de la Unión; otro hecho destacado, un manifiesto cambio de paradigma en la identidad colectiva de las iglesias que integran la Unión, al derivar algunas de ellas a posicionamientos eclesiales y doctrinales que sobrepasan el marco consensuado en las etapas anteriores a la par que se admitía la incorporación de congregaciones fuera del arco doctrinal históricamente respaldado por la estructura denominacional; un tercer elemento a tener en cuenta, ha sido la laxitud mostrada a la hora de aceptar pastores procedentes de tradiciones teológicas no identificadas con los signos distintivos de la denominación, así como el nombramiento de pastores sin ningún tipo de formación teológica, en función de afinidades personales u otros intereses locales; por otra parte, digamos que en este ciclo se ha echado de menos algo sustancial: un proyecto capaz de generar ilusión y motivar a las iglesias a ser Unión, especialmente en el terreno misionero y de evangelización. A esto hay que añadir la ausencia de una figura carismática con la habilidad de mantener una línea identitaria y la capacidad de domeñar los desvíos eclesiales o doctrinales y mantener así los signos de identidad bautista que dejaron de herencia nuestros mayores.
Ahora, superado el último cuarto de siglo, tanto los órganos como las instituciones de la UEBE se enfrentan a un nuevo ciclo. Uno de los consejos más necesarios a tener en cuenta ante este reto lo ofrece el evangelio de Mateo 9:16, 17: “Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo… Ni echan vino nuevo en odres viejos…”. Guste o disguste, ha llegado el tiempo de la renovación. Renovación de personas, posiblemente, pero sobre todo, renovación de ideas, de proyectos, de objetivos. Se necesita una imaginación creativa, que tenga la habilidad de arrojar las aguas sucias sin lanzar con ellas al niño recién bañado. Y en este empeño, se requiere el concurso de líderes generosos que se distingan por ser inclusivos.
La sociedad del siglo XXI no es la misma de inicios ni de mitad del siglo XX. Hay otros retos, otras demandas, otros compañeros de viaje, otros recursos…; en definitiva, una sociedad muy diferente. Los órganos de la UEBE que respondan a esos retos y demandas deben conocer muy bien de donde venimos, quiénes somos, cuáles son nuestras señas de identidad, pero a la vez han de saber manejar los tiempos, hablar un lenguaje inteligible para las nuevas generaciones. Es cuestión de equipo, pero al frente del equipo deberá ponerse, ineludiblemente, un líder con carisma, que conozca bien nuestras raíces, que las ame, que se identifique con ellas, y tenga la pericia de dirigir sin dirigismo, de guardar la viña sin arrasarla y que esté libre de ataduras que pudieran condicionar su actuación. Y una recomendación: mandato limitado a un tiempo máximo de dos períodos de cuatro años.
Antes de nada, la UEBE debe tener conciencia clara de dónde viene y hacia dónde se encamina. Dar palos de ciego en las circunstancias actuales puede suponer firmar la sentencia de muerte de la Unión para transformarla definitivamente en una Federación de iglesias semejantes, pero sin identidad y proyectos comunes.
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Nota: El autor de este articulo es autor a su vez de Historia de los Bautistas en España e Iglesia bautista. Comunidad de creyentes, así como de otros muchos artículos sobre el mismo tema. Sobre este mismo asunto elaboró su tesis doctoral. Es profesor de esta asignatura en la Facultad de Teología Protestante. UEBE.
[1] Véase Máximo García Ruiz, Historia de los Bautistas en España UEBE (Valencia: 2009), pp. 439-520.
[2] Ibid, p. 528.