Siempre han vivido entre nosotros, no obstante, nunca han sido controlados. Al parecer, estos seres, aterrizan a montones cada vez que en el cielo se hacinan nubes grises. Es difícil lograr reconocerlos porque, sin ser buenos, viajan camuflados de buenas intenciones. Se incorporan formando parte de las más comunes apariencias. Visten convencionales trajes. Calzan zapatos no de élite. En sus rostros suele aparecer la misma estampa, pura y dulce, de los que andan con propósitos decentes.
Por nombre usan seudónimos que no captamos si de sopetón se nos presentan. Muestran sonrisas apacibles. Sus ojos, casi siempre en tonos transparentes, reflejan una paz irresistible. Sus palabras son imanes puros de tan dulces.
Os lo advierto. No caigamos en sus trampas. Son diablos camuflados en perfiles de ángeles terrestres. Encuentras uno cuando menos te lo esperas y te asalta, ya sea sentado, junto a tu mesa en el trabajo, subiendo en ascensor tras tu cogote. También bajando, a la vuelta de la esquina o frente a frente mientras lees los diarios, o comprando en el mercado.
Más siempre, eso dicen, pueden ser reconocibles por un simple detalle: llevan un regalo sorpresa entre las manos.
Aconsejan que, a la más mínima sospecha, lo mejor es esquivarlos, huir, salir corriendo, no plantarles cara ni enfrentarlos. Los que aceptan su presente reciben una bomba de efecto retardado: la tentación misma, camuflada de ángel falso.
Cuando han hecho su agosto, ganando entre nosotros la batalla, emprenden el camino de regreso con las manos levantadas y uves de victorias entre sus dedos. Los ves alzando el vuelo, perderse en la grisura concentrada del espacio. Se presentan ante su jefe en las tinieblas. Dan cuenta de todo lo que han hecho. Y si alguna vez fracasan, son especimenes que vuelven, están incapacitados para aceptar una derrota.
Me lo han dicho. Os lo cuento. Quizá, tonta de mí pues ahora caigo, por vivir ansiosa de regalos, ya me habré tropezado con algunos y me habrán explotado, en pleno rostro, sus múltiples engaños. Sin embargo, hay arreglo. Acudir a la Luz misma verdadera, al Rey nuestro Señor que la gobierna, pues nada se esconde que él no sepa y suplicar que de nosotros se haga cargo, nos restaure de los chascos, nos componga. Él tiene en sus manos la victoria. ¡Qué poco tiempo les quedan a los diablos! ¡Qué equivocados están en sus propósitos!
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