Me llamo David, tengo 48 años, y mi maravillosa familia me deja vivir con ella: Mariona –mi compañera de abordaje y piratería-, Pablo, mi hijo músico – de los buenos buenos de verdad- y Luca, un perrito que me hace reír todos los días y que es la viva imagen de Curro el de la lotería (ahora son las 4 a.m. y lo tengo encima de mis piernas, tan tierno… acaba de suspirar durmiendo) Esa es mi familia “nuclear”, además de 5 hermanos y dos sobrinos que son como la atmósfera de mi planeta. Gracias a ellos respiro, gracias a ellos el mundo puede girar todo lo que quiera y yo sentirme seguro.
Y no sé… no podía dormir ya que quería escribirte. A ti que no te conozco pero que eres un o una profesional sanitaria, tan extraña que no sé cómo te llamas, tan cercana que eres parte de esa atmósfera cálida que me cobija y protege. Por ti salgo a aplaudirte a las 8 de cada tarde, y después charlo un rato con mis vecinos que son gente mucho más cálida de lo que creía y que por ti, ahora estoy conociendo mejor. Por ti, aunque no por la razón que suele escucharse por la televisión. Yo no creo que seas un héroe. No, no lo eres en absoluto.
Tú eres como yo, una madre o un padre, hijo seguro, hermana, sobrino, amiga, nieto, pareja amante, amiga, vecino y compañera de trabajo. Tú eres como yo, con ojos en la cara y temblores en las piernas por este tsunami que nos ha está barriendo. Sí, no eres contra el mal un Batman oscuro, ni un invencible Superman, ni agarras los coronavirus con telarañas que salen de tus muñecas, y mucho menos ninguno de esos personajes de Marvel que al final salvaron el Universo porque ya empezaba la gente a aburrirse de tanta “película”.
No, tú eres DE VERDAD, CON MAYÚSCULAS, uno de nuestros sanitarios que trabaja en el hospital… en ocasiones con miedo. Miedo porque en alguna ocasión te has visto en la tesitura de tener que combatirle sin capa ni antifaz, ni gafas de protección o mascarilla –por cierto, algún día habrá que preguntarse por tanto villano que te abandonó en la primera línea de batalla con las manos vacías-. Temor de que se te pegue, que se quede contigo, que te ataque a ti y te utilice como caballo de Troya para meterse en todos los que pueda. Sí, a veces te entra pánico que seas tú, precisamente tú quién lleves al maldito bicho a tu reino, a tu familia, a tus hijos y a tus mayores. Por eso puede que duermas mal y ya no los abrazas como siempre, al regresar a casa, no los besas como quisieras, no los estrujas como te nace. No, el amor lo empujas para adentro por amor a ellos, porque son tu amor y tu vida entera, y lo mejor para ellos es que no se acerquen a ti hasta que no te duchas y pones tu ropa a asar en la lavadora.
No, no te aplaudo porque seas una heroína de papel caché o un forzudo que todo lo puede, sino porque eres como yo, y entonces me asombro de lo que estás haciendo. Me alucina, me trastorna, me deja perplejo, me interpela, me extraño, y me vuelve a asombrar: ¿de dónde te sale, a pesar de todo, la fuerza para que estés donde estás cada día? No, los superhéroes no existen… pero ahí apareces tú, que eres como yo, que atemorizada te levantas y te diriges al hospital a ocupar tu puesto. Tú, que eres como yo, te pones en pie por mí sin conocerme, te expones por mí y trabajas hasta la extenuación por mí aunque no me hayas visto jamás ¿Cómo es posible? Tal vez sea ese fuego que la humanidad ha ido pasando generación tras generación, ese fuego interior que nos salva de nuestras calamidades, ese fuego que parece apagado en tiempos de derroche pero que vuelve a arder en la desgracia. Un fuego escondido que te impulsó un día a ser sanitario, y con el que ahora estás iluminando el mundo.
Por cierto, sé que si yo caigo tú me cuidarás, y aunque no te conozca, aunque apenas pueda ver tu cara tras la máscara, te digo que te veré, que te reconoceré y sabré cuánto estás soportando para que no me doblegue el virus. Y te doy las gracias por mostrarme que en medio de la fragilidad, de la mía y de la tuya, un ser humano puede ser no un superhéroe, sino un hombre y una mujer con el corazón encendido y los brazos abiertos.
Ojalá llegue a apreciarte en lo que vales, y a aplaudirte todos los días de mi vida. Siempre –y mucho más a partir de ahora- tuyo, David.