Tengo que ver cómo vez tras vez, semana tras semana, desde los artículos de un columnista de un medio digital de amplia difusión, se falta al respeto a un amplio número de creyentes. Si para él es posible, cita con nombres y apellidos (como parte de un listado de herejes a los que hay que eliminar) a quienes tienen una forma de pensar distinta a la suya. Resulta irónico que tras el título Brisa Fresca hallemos en realidad los pestilentes aires de la intolerancia.
Otros muchos no somos mencionados directamente, pero al no compartir los mismos postulados teológicos del columnista, somos caricaturizados e insultados, relegándonos incluso de la fe cristiana. Afortunadamente ningún articulista nos va a mover del amor de Dios.
Su modus operandi es manipular datos y proyectar en ellos ideas que les son ajenas o provienen de otra parte (cualquiera que haya pasado por un seminario de cierto nivel aún de los de su misma corriente, si son honestos, lo advertirán). No deja espacio a la reflexión; o acatas lo que él piensa o estás al borde de la condenación (en definitiva es eso). En este sentido se mueve en el terreno del insulto a la razón del lector, pues del mismo modo que manipula sus fuentes pretende manipular al lector poco versado. Pero como decimos, en sus escritos, aunque con lenguaje puritano, también encontramos el insulto explícito a las posiciones teológicas contrarias a la suya. Posiciones que son intelectualmente honestas y que son compartidas por muchas personas desde lo más íntimo de ellas. Merecen respeto.
Escribo esto porque me ofende que con malas formas y falta de ética ataque mi fe y conozco a otros que se sienten igualmente denigrados. De hecho escribo estas líneas tras leer las impresiones que otra persona ha manifestado al sentirse así. Puede que algunos de los razonamientos teológicos que comparto junto a otros creyentes que están en el punto de mira del articulista, estén equivocados (afortunadamente soy salvo por la Gracia de Dios no por ningún tipo de gnosis) pero no merecemos ser insultados; porque la fe de todo hombre merece respeto y la razón también. Considero la fe como un don de Dios (Ef 2,8), como algo sagrado, un regalo divino. Asimismo la razón también lo es. Por gracia vivo la fe y la pienso (como reza aquel título de John Stott “Creer es también pensar”). Siento que esta parte tan íntima de mí es escupida por este sujeto desde el falso altar de la pureza doctrinal en el que se ha colocado para actuar despóticamente. ¿Cómo un hermano en la fe puede hacer tal cosa?
Desde luego tiene derecho a opinar en su columna o donde quiera y defender sus posiciones. Es una libertad que quiero para él como también la quiero para mí. Sin embargo, sus formas despectivas –que podrían calificarse de “poco cristianas”– no favorecen el diálogo ni tampoco la fraternidad (aunque lógicamente, hablando claro, para él alguien como yo, que piensa distinto, no puede ser considerada una persona cristiana; peor aún, debe verme –si es que está leyendo esto– como un agente del mismo diablo).
Pretende imponer sus convicciones por el uso de la violencia verbal (o eres de los míos o eres un apóstata, un pseudoevangélico, un liberal y un hereje). Miedo me da que con su columna esté adoctrinando o formando clones de su misma intransigencia. El colmo de su actividad farisaica (arrogancia doctrinal) es llamar fariseos a todos los demás sin la más mínima autocrítica de lo que está haciendo él mismo. Estas formas que emplea impropias de una plataforma amparada por la Alianza Evangélica, le han hecho ganar según diversos foreros (los que le comentan los artículos) el calificativo de inquisidor (una acusación fea por cierto pero que hace honor a su actividad) ya que como he explicado su pluma procura, con ciertos aires de megalomanía doctrinal y fijación obsesivo-compulsiva, anatemizar y perseguir mediante determinado tipo de bullying a los que no son de su corriente teológica. Quizá estas palabras suenen fuertes. Dice nuestro Señor: “hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes; porque en eso se resumen la ley y los profetas”; no sé si lo que este articulista busca es ofender al resto para recibir de ellos lo mismo. Uno recoge lo que siembra dice otro texto en Gálatas. En cualquier caso mis palabras aquí son bastante suaves como para satisfacer esa posible demanda. No estoy siendo escandaloso, no al menos desde la tabla de medir de esta persona. Tampoco pretendo serlo. Además no me gustaría caer en la difamación a la que tan fácilmente recurre él para hablar de otros (Máximo García, Juan Sánchez, etc.), aunque deseo expresar mi desahogo en libertad (quizá con algo menos de libertad que la que él usa, ya que considero que el límite de la misma está cuando comienza la libertad de otros).
Conozco muchos que comparten sus mismas posiciones teológicas. Sin embargo, son personas que permiten el diálogo, que no condenan de antemano, que emplean un lenguaje respetuoso cuando presentan sus argumentos apologéticos y tienden puentes. Actúan sanamente porque se puede y se debe hablar con respeto valorando la dignidad del prójimo y los planteamientos que defienden. No obstante, esto de tolerar posturas, tan de sentido común, no es una opción para estos paladines de la pureza doctrinal, porque creen que es una forma de obrar “humanista” (empleando el término no en su legítimo sentido sino como sinónimo de “satánico” como dicta cierta moda).
Quisiera hacer brevemente hincapié en que el susodicho falta al respeto en lo que escribe por sus formas, pero también por sus mentiras, porque miente. Hace apologética mintiendo, tergiversando información y recurriendo –por poner un ejemplo– a anacronismos disparatados para justificar su ideología. Caricaturiza a otros teólogos diciendo lo que éstos no dicen, porque vuelca sobre ellos ideas que no les pertenecen, y otras veces, los argumentos de estos autores son mal entendidos o manipulados o sacados de contexto para arrimar el ascua a su sardina. Desfigura ciertas concepciones teológicas y las disfraza haciendo de ellas algo irreconocible respecto a lo que realmente son. Es por esto que digo que insulta a la razón de los lectores (sean o no sean de su teología) y a los que con poca formación se tragan el pastel envenenado y dicen “amen”.
Por otra parte, quiero terminar diciendo que me preocupa seriamente que esta tendencia a perseguir y condenar a otros esté siendo tan fuerte en la actualidad. Ya no hablo del articulista en concreto sino de un movimiento más amplio. En cualquier foro de Internet o en las redes sociales encuentras creyentes que acusan a otros con ligereza de prostituir la Palabra, desacreditando e imponiendo su postura.
Intuyo que uno de los motores que mueve a gran parte del movimiento de los nuevos cazadores de herejes es un concepto extraño sobre los atributos de Dios, donde impera un dualismo entre la ira divina y el amor siendo finalmente este último el perdedor de la batalla. Dicen que el amor de Dios se ha convertido en un ídolo, y por ello abanderan la imagen de la cólera divina (¡el atributo vencedor! desde el cual se entiende su justicia). En definitiva “Dios no te ama”, te odia porque eres un depravado. Buscando entonces la manera de justificarse ante el dios de la ira para tener –ante tal inseguridad de la salvación– la certeza de que son parte de los “elegidos” (por una gracia que sí hace acepción de personas), los nuevos inquisidores arremeten con orgullo, sin amor y sin gracia, contra lo que no se amolda a su supuesta (y cuestionable) ortodoxia. Dice Ignacio Simal que “los ‘cazaherejes’ son en realidad ‘cazafantasmas’, pues tratan de dar caza a las proyecciones espectrales que hacen en ‘los otros’ de sus propias dudas y temores. No le falta razón.
Estos son los peligrosos agentes de las nuevas divisiones que nos vienen encima. No es de extrañar que algunos de ellos vean con añoranza, como “una ventaja”, aquello de apedrear a quienes consideran falsos profetas tal como dictaba la legalidad veterotestamentaria (como nuestro articulista fugazmente dejó caer con ¿humor? en su habitual red social durante media hora antes de eliminarlo). Al igual que ellos, los que demandaron crucificar a Jesús, estaban convencidos de prestar un servicio a Dios. Esta teología que abanderan, que solo sirve para condenar, juzgar y someter, discriminando y creando odios, no tiene nada de evangélica pues ha perdido el horizonte del amor y la libertad. Lo extraño es que esta cruzada sin misericordia (que ya está bien surtida de plataformas y recursos propios) tenga además su lugar en medios que procuran ser equilibrados para dar voz a diversas sensibilidades evangélicas, rompiéndose así el nivel de moderación de la balanza.
Al articulista en cuestión y a los de su misma actividad, les deseo paz y bien. Que Dios les bendiga y restaure lo que tienen dañado. Les animo a que sigan expresando sus convicciones, pero desde el respeto, la tolerancia y el diálogo sano sin necesidad de difamar ni de manipular datos.