Nada molestaba más a los troyanos que los desastres inminentes que Casandra, sacerdotisa de Apolo, hija de Príamo, rey de Troya, que tenía el don de la profecía, se empeñaba en anunciar. Ante el mensaje repetido de la inminente caída de Troya, ningún ciudadano, confiados como estaban los troyanos en su fortaleza, quiso dar crédito a sus vaticinios y la ciudad cayó en manos de los enemigos. Las previsiones de Casandra no fueron suficientes para evitar el desastre; algunos, incluso miembros de su propia familia, pensaban que estaba loca. El don que Casandra había recibido del dios Apolo se convirtió en un motivo de frustración personal a causa de la incredulidad de sus conciudadanos, incapaces de ver y aceptar el peligro que se cernía sobre ellos, situación que no solamente fue la causa de la destrucción de Troya, sino que trajo a la propia Casandra muchos problemas.
Ciertamente se trata de un mito, pero los mitos suelen reflejar con bastante aproximación las virtudes y los defectos de los humanos. Por otra parte, los profetas, sean del Antiguo Testamento o de la vida cotidiana, especialmente cuando anuncian desastres futuros, no es fácil que sean bien recibidos, ni acostumbran a tener buena prensa. Y si no, que se lo pregunten a Jeremías, o a Isaías, o a Amós… Y, en tiempos más recientes, a Gandhi, Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King…
La literatura ha utilizado recurrentemente el mito de Casandra de muchas formas y en muy variadas ocasiones, y de ahí se desprende el término casandrismo que hace referencia a la función de aquellas personas que auguran terribles males o proclaman infaustas noticias que traen desgracias o producen sufrimiento o infelicidad. Preferimos que nos doren la píldora, que nos edulcoren la noticia, incluso que nos oculten cierta información que puede causarnos dolor. Del avestruz se dice, aunque no sea literalmente cierto, que cuando se ve en peligro esconde la cabeza debajo de la arena, pretendiendo eludir el peligro de esa forma. Por otra parte, es conocido el adagio de “matar al mensajero” cuando cumple con su cometido de trasladar noticias, si éstas son negativas.
En el terreno religioso, y más concretamente en el evangélico y, si se me apura, en el bautista en particular, concretamente en la organización que aglutina a la mayoría de sus iglesias en España, existe una enfermiza proclividad al casandrismo. Y viene a colación la referencia a raíz de mi artículo “Desde mi atalaya. 61 Convención de la UEBE”, publicado en este mismo medio, que ha provocado comentarios vertidos por los lectores a pie de dicho escrito; otros comentarios han llegado directamente (los coincidentes) o indirectamente (los discrepantes). Uno de los comentarios publicados, cuyo autor no es nada sospechoso de andar metido en guerras de tirios y troyanos, dice: “En la UEBE hay un ‘Caballo de Troya’ en el que, si no lo remediamos, acabarán habiendo más griegos que troyanos. Al tiempo”.
El pueblo troyano era un pueblo valiente, amante de sus tradiciones, defensor de su dignidad y autonomía, dispuesto a morir, si fuera necesario, por salvaguardar su soberanía. Mal lo tenían los griegos luchando extra muros, hasta que el ingenio militar entendió que la única forma de vencer la fortaleza de los troyanos era colarse de rondón dentro de las murallas e ideó el artilugio en forma de caballo en el que se introdujo un contingente militar capaz de sorprender y derrotar desde dentro la resistencia de Troya. Y por ahí andaban los tirios, comerciantes de origen cananeo, al abrigo de los griegos, dispuestos a sacar tajada de la operación.
La UEBE era un conjunto de iglesias bautistas que, a semejanza de los troyanos, se sentía orgullosa de su identidad, defendía sus tradiciones, respetaba la idiosincrasia de otros grupos denominacionales y luchaba conjuntamente por las libertades y, sobre todo, por la extensión del Evangelio. El descuido de unos y la ambición de otros, conjuntados griegos y tirios para lograr un mismo fin, hace ya algunos años que introdujeron su particular caballo de Troya dentro de ella y han ido enseñoreándose poco a poco de la antigua fortaleza, ocupando puestos de control unos, mientras otros hacían dejación de responsabilidades. Y, entretanto, los verdaderos artífices de la Unión Evangélica Bautista de España, en su mayoría, continúan silentes, contemplando impasibles como se va desmantelando el edificio que tantos años y tantos sacrificios costó levantar.
Y ahora viene el final de la historia. Aunque Casandra se desgañite, nadie, ni su propio padre el rey, le va a hacer caso. A Jeremías hay que aserrarle y Gandhi, Bonhoeffer o King son excesivamente peligrosos para seguir soportándoles. En definitiva, hay que matar al mensajero.
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