Posted On 10/11/2023 By In Cultura, Historia, Opinión, portada With 1293 Views

CASIODORO DE REINA, ¿MORISCO O MARRANO? | Alfonso Ropero

CASIODORO DE REINA, ¿MORISCO O MARRANO?
RAÍCES JUDÍAS DE LOS REFORMISTAS ESPAÑOLES

 

¿Fue Casiodoro judío o moro? Sabemos tan poco de su infancia y juventud que es casi históricamente imposible saber si fue lo uno o lo otro. La mayoría de los historiadores que se han ocupado de biografiarle dan por buena su adscripción morisca, en base al único testimonio del que disponemos, ofrecido por Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912)​​, quien en su Historia de los heterodoxos españoles, define a Casiodoro como un «morisco granadino» en base a la descripción de un informante de la Inquisición al embajador Álvaro de la Quadra —por morisco se entiende los árabes que, después del triunfo de las fuerzas cristianas, se quedaron en España y se convirtieron el cristianismo.

¿Fue Casiodoro de Reina, el traductor de nuestra versión bíblica más querida un morisco convertido?

Gordon Kidner y Doris Moreno, entre otras autoridades, ceñidos a los datos estrictos de la historia, mencionan la ascendencia morisca de Casiodoro, aunque sin negar la posibilidad de que fuera judío. Pero las pruebas históricas son las que son y no se aventuran a más, quizá por no advertir la relevancia de esta cuestión, que bien merece la pena una investigación ulterior. No hay nada denigrante ni extraño en la ascendencia morisca de Casiodoro. En las primeras redadas, juicio y posterior sacrificio de los reformistas sevillanos nos encontramos con unos seis moriscos, entre ellos Juan González, que había llegado a ser uno de los principales predicadores del grupo secreto de Sevilla e íntimo amigo de don Juan Ponce de León, quien había sido el primero en ayudar a Julián Hernández a introducir en Sevilla los libros de propaganda protestante burlando la vigilancia de los guardias de la ciudad. A pesar de la desaparición de los procesos inquisitoriales de Sevilla, diversos elementos sacados de la correspondencia del tribunal hispalense permiten dibujar a grandes rasgos el perfil teológico de aquel morisco que fue uno de los principales propagadores de esta corriente religiosa difundida en Sevilla, influida por las doctrinas de Lutero y Calvino. Juan González fue un predicador brillante y un ferviente defensor de los principios de la reforma calvinista que difundió a través del ministerio de la palabra, en particular a partir del momento en que el canónigo magistral de Sevilla y principal animador de la comunidad protestante secreta, Juan Gil, comúnmente llamado doctor Egidio, fue condenado a guardar silencio después de su encarcelamiento y juicio inquisitorial entre 1549 y 1552. Juan González, fue condenado por luteranismo junto con seis miembros de su familia, entre ellas sus dos hermanas María y Catalina González, que compartían ampliamente la profesión de fe de su hermano y asistían a miembros de la iglesia secreta de Sevilla[1].

Sabemos también que muchos moriscos expulsados en 1609 abrazaron el protestantismo a su llegada a Montpellier o a Lunel en el sur de Francia[2]. Esto no tiene nada de extraño, pues como ocurrió entre la sociedad judeoconversa, existían convergencias doctrinales en el rechazo de la Iglesia institucional y en fundar en los textos, la Biblia para los protestantes y el Corán para los musulmanes, la negación de la autoridad magisterial de Roma. Ante la salvación, defendían posturas afines con la concepción de la impotencia del hombre ante la trascendencia de los designios divinos. Otros puntos de contacto  y acuerdo era el rechazo de la intercesión de los santos y la veneración de las imágenes. En estos puntos, tanto protestantes como musulmanes podían hallar posturas muy cercanas, incluso comunes, lo que explica, en ciertos casos, que cristianos moriscos se decantaran hacia una forma más depurada de sentir religioso como lo proponía la confesión reformada. «En una época marcada por el auge de los estatutos de limpieza de sangre, que constituían una evidente barrera para acceder a ciertos cargos y honores, el mensaje profundamente novedoso de los reformados y su defensa de una nueva iglesia, alejada del ritualismo romano y despojada de su jerarquía, constituía un poderoso atractivo para los cristianos nuevos»[3].

 

Casiodoro judeoconverso

Es de notar que ningún documento procedente de la documentación inquisitorial sobre Casiodoro de Reina lo menciona como morisco. Los inquisidores presentan a Caisodoro de Reina como natural de dos lugares diferentes: Granada en Andalucía, y Montemolín en Extremadura. En sus escritos Casiodoro firma con el nombre de «hispalensis», lo cual lo relaciona con la ciudad de Sevilla.  El profesor Manuel Mañas Núñez nos aclara un poco este enigma del origen natalicio al mostrar que Casiodoro era oriundo de Reina, la antigua Regina (aunque realmente era de Montemolín), en el sudeste de Extremadura. No era, pues, andaluz, por más que se autodenomine hispalense, igual que Cipriano de Valera y Arias Montano, «lo que ocurre es que buena parte de la Baja Extremadura dependía entonces del Reino de Sevilla y ambos humanistas [Reina y Valera] eran sevillanos de adopción, pues en Sevilla estudiaron y en su monasterio de San Isidoro del Campo se establecieron»[4].

En cuanto a su origen étnico, todo apunta al más que probable origen judío de Casiodoro de Reina. Primero, su ingreso en la Orden de los Jerónimos, una de las pocas órdenes religiosas que no exigía el estatuto de limpieza de sangre, lo cual explica la presencia de judeoconversos notorios como el maestro García Arias[5], Cipriano de Valera y Antonio del Corro. En segundo lugar, su enlace matrimonial con Anna de León, hija de Abraham de León Nivelles, de familia de mercaderes sefarditas conversa, la cual le ayudó mucho en sus peripecias y contrariedades en tierras europeas —los conversos solían reconocerse y ayudarse entre sí. A esto hay que añadir su excelente conocimiento del idioma hebreo, tal como demuestra en sus escritos y en su versión de la Biblia en español a partir de las fuentes hebreas y griegas. Pero el mayor argumento de peso, casi de evidencia testimonial, es el dato autobiográfico que el propio Casiodoro nos ofrece en su Comentario al Evangelio de Juan. Es en el prólogo de este comentario escrito en 1573 escribe: qui sacris oraculis, quorum studiis ab ineunte aetate addictus fui: «aquellos oráculos sagrados, a cuyos estudios estuve apegado desde temprana edad»[6].

«Cómo —se pregunta Arturo Eduardo Terrazas— ¿puede alguien que no sea de origen judío conocer, ya desde edad temprana, las Sagradas Escrituras? Y más teniendo en cuenta lo difícil que era aprender hebreo en los siglos XV y XVI. En un pasaje del mencionado Comentario de Juan, Casiodoro menciona una reflexión que solo a un converso español se le podía ocurrir: «Por qué los evangelistas, siendo ellos mismos judíos, siempre que se refieren a los detractores los califican de judíos, como si ellos no se reconocieran como tales»[7].

Considero que estos datos y consideraciones son más que suficientes para despejar nuestras dudas sobre la ascendencia judía de Casidoro, hasta el punto de darla por cierta, sin lugar a dudas.

 

El primer protestante sevillano

Durante siglos, se ha considerado a Rodrigo de Valer, el germen del luteranismo en Sevilla. Fue considerado como el primer mártir protestante sevillano por personajes como Cipriano de Valera[8]. Se afirma que Valer ejerciendo de predicador laico habría convertido al luteranismo al ya mencionado canónigo magistral de la catedral de Sevilla, Juan Gil, latinizado doctor Egidio, cuya actividad dios lugar a diversos grupos conventículos heterodoxos de Sevilla. A este se unió más tarde, entre otros, Francisco de Vargas y, sobre todo, el doctor Constantino de la Fuente, sucesor en la magistralía catedralicia de Egidio, predicador imperial y líder también del famoso círculo reformado sevillano.

De Rodrigo de Valer se dice fue un campesino adinerado nacido en Lebrija a finales del siglo XV, donde poseía campos de olivos, un molino y una casa. Las investigaciones y los relatos sobre la vida de este personaje no dejan claro si su ascendencia era conversa o, por el contrario, si podríamos considerarlo cristiano viejo. Ciertamente los judíos no poseían tierras ni campo de labor. Lo tenían prohibido por ley. Quedaban confinados en las ciudades y pueblos, y especialmente en los guetos, y restringidos a trabajar en unos oficios muy concretos.

La primera parte de la vida de Rodrigo de Valer (finales del siglo XV-1522) transcurrió en su Lebrija natal, casado con Ana Bernal de Arroyo. Se ha objetado que la vinculación con una cierta nobleza rural de buena posición económica se deba al intento de alejarlo de lo que es más seguro que fuese un descendiente de judeoconversos[9], de hecho, su esposa, Ana Bernal de Arroyo, probablemente era descendiente de conversos afincados en Jerez de la Frontera.

Juan Gil Fernández, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla, autor de una monumental obre sobre los conversos de Sevilla, en base a fuentes notariales, dice que su primer apellido, Valer, conllevaba connotaciones poco «limpias» y el segundo, Marmolejo, tampoco constituía una prueba de ascendencia cristianovieja por los cuatro costados[10]. Por otra parte, a diferencia de lo que dejaban pensar sus biógrafos, Reginaldo Montano y Cipriano de Valera, Rodrigo de Valer residió poco en Lebrija a partir del estimado momento de su conversión y vivió la mayoría del tiempo en Sevilla, donde pudo más fácilmente entrar en conocimiento con las doctrinas reformadas procedentes de Alemania[11]. La probabilidad de su ascendencia conversa es bastante alta, pero ya sabemos que esta parte de la biografía de aquellos hombres solía ocultarse convenientemente[12].

De Valdés a Cazalla

De Juan de Valdés, Cipriano de Valera, Constantino de la Fuente, Francisco de Enzinas, Agustín de Cazalla y otros, no hay ni la menor duda de su ascendencia hebrea lo que, al menos para mí, nos está diciendo que las ideas reformistas en España fueron acogidas favorablemente por una clase muy determinada de la sociedad española, la judeoconversa, cuya sensibilidad religiosa se movía por los cauces de la lectura y autoridad de un libro, la Torá para los judíos, el Corán para los musulmanes, y la Biblia para los conversos de un grupo u otro: marranos y moriscos. Para ellos la Biblia, el libro sagrado revelado por Dios, constituía el elemento de continuidad de su experiencia religiosa acostumbrada desde su infancia a la veneración del libro que les informaba y sostenía en la fe. Las creencias promovidas por los predicadores evangélicos y reformistas satisfacían sus necesidades espirituales a la vez que les devolvía la dignidad como personas y creyentes que tenían que sufrir casi a diario el menosprecio de los cristianos viejos, fiados en una fe supersticiosa e inculta. La vertiente mística de su fe, es decir, la exaltación de la religiosidad interior y la unión con Dios mediante la fe y el estudio de su Palabra, representaba una protesta y un reproche altivo de la religiosidad castiza fiada en ritos y ceremonias y mediadores humanos. Su unión mística con Dios les hacía sentirse espiritualmente superiores, pese a que se acarreaban la crítica de sus enemigos, que les acusaban de infravalorar los ritos y costumbres eclesiales, la devoción a los santos y la recitación de oraciones aprendidas de memoria. Por eso los alumbrados practicaban la oración mental, interna, sentida como algo propio entre ellos y Dios y no esos rezos aprendidos de carrerilla que para muchos solo tenía un sentido mágico, sin ningún tipo de comprensión espiritual ni doctrinal. Así que los marginados cristianos nuevos sentían que en realidad eran los elegidos por Dios, el pueblo que adoraba a Dios verdaderamente en espíritu y verdad. Por eso los místicos, incluso los más ortodoxos, siempre fueron sospechosos por las autoridades religiosas. Demasiado independientes, demasiado soberbios, que parecían negar le mediación de la iglesia y sus sacramentos. Pero sí, los cristianos nuevos, los conversos, gracias a su fe ilustrada sabían que no dependían de ningún hombre, monje, fraile u obispo, para acercarse directamente al trono de la gracia, sin más mediador que Cristo Jesús. En su fuero interno menospreciaban esas celebraciones religiosas que les parecían teatrales y sin valor espiritual. Aunque estos sentimientos los guardaban para sí, conteniendo su verbalización ante extraños, sus enemigos, los cristianos nuevos adivinaban, intuían lo que corría por sus mentes. E incordiaban a aquellos advenedizos judíos y moros con «duelos y quebrantos», es decir, con comidas compartidas en la que cada cual se jugaba ser juzgado respecto a su religión.

La conversión conllevaba aceptar el credo, la doctrina cristiana en su totalidad, pero no solo eso, también conllevaba la adopción del modo de vestir y comer de los cristianos viejos, lo cual suponía introducir en la dieta conversa la carne de cerdo, animal considerado impuro tanto por judíos como por musulmanes. Todos sabemos los prejuicios que cada cultura tiene respecto a determinados alimentos y carnes. El cambio de credo no podía resultar tan insoportable y repugnante como tener que comer carne de un animal considerado impuro desde tiempos inmemoriales. Negarse a comer carne de cerdo comportaba la acusación de crimen de herejía y de apostasía[13]. Así que para no verse sometidos a procesos inquisitoriales tenían que hacer de tripas corazón y comer carne de cerdo como señal buen cristiano.

De Don Alonso Quijano el Bueno nos dice Miguel de Cervantes que todos los sábados desayunaba «duelos con quebrantos». Esta expresión, propia de Cervantes, traía de cabeza a los lectores y exégetas del Quijote, pues nadie sabía a qué tipo de plato extraño podía referirse. Hoy se sabe que se refiere a huevos con tocino, o torreznos, un plato muy apreciado por la mayoría de españoles. Y aquí viene lo importante en lo que a nosotros respecta, según nos lo aclara Américo Castro:

«Desde el punto de vista cristiano nuevo, comer tocino era motivo de “duelos y quebrantos”, expresión que se usaba normalmente en otros casos para decir que alguien estaba «dolido y quebrantado» física y moralmente; y desde el punto de vista del critiano viejo, el tal manjar era “merced” de Dios, encomio que concuerda estimativamente con calificar Lope de Vega el “tocino” de nombre “hidalgo”. Cervantes —un zorro socarrón y genial» se abstiene de precisar si el comer tocino era duelo y quebranto para el futuro Don Quijote… Lo indudable es que el tema del conflicto tocinil hace oír sus grasos sonidos ya en los primeros compases de esta sinfonía humana»[14].

Al ser acusados de no comer carne de cerco los judeoconversos intentaban exculparse alegando razones que no fuesen directamente religiosas. La más común tocaba a la salud. Francisco de Burgos, monje Jerónimo en el monasterio de Guadalupe en 1485, aseguraba que la carne de puerco le volvía enfermo. Otros aseveraban que el puerco les daba asco, o náuseas. «A puerta cerrada los cristianos nuevos lamentaban como su sociedad tocinófila les hacía jugar el hipócrita en estos asuntos. Entre ellos inventaron nombres irónicos para describir los platos preparados con puerco, como el revuelto de torrezno y huevos que ellos parecen haber denominado “duelos y quebrantos.” Se suponía que aunque comer estos revueltos les causaba dolor, también les ofrecía cierta protección contra la voz pública, especialmente si los comían durante el sábado, la fiesta semanal judía por antonomasia»[15].

 

La sociedad española en su mayoría, tan tocinófila ayer como hoy, con sus rancios abolengos, permaneció ignorante y contraria a las ideas evangélicas reformistas, acostumbrada como estaba a una religiosidad de manifestaciones externas, que hoy llamamos religiosidad popular, consistente en romerías, procesiones, culto a los patrones y patronas —santos y vírgenes— celebrados cada año en la fiesta grande de cada ciudad o aldea. La reforma evangélica no pudo triunfar en aquella sociedad  inculta y cerrada en sí misma, porque no veía en ella ningún punto de contacto con su anhelo o experiencia religiosa. Los cristianos nuevos, en especial los de ascendencia judía, se sintieron atraídos en mayor o menor número por las ideas reformistas que circulaban ampliamente por Europa, porque en ellos se daba un trasfondo de congenialidad favorable a ser aceptado y profundizado, pero en España comenzó muy pronto ese proceso de confesionalización consistente en unificar religiosamente a un pueblo o nación bajo un mismo credo e iglesia, utilizando para ellos todos los recursos del estado, tanto educativo como represivo; lo que no lo conseguía lo conseguía el otro.

 


[1] Michel Boeglin, “El licenciado Juan González (1529?-1559), predicador morisco en Sevilla
y discípulo del doctor Egidio”, Estudis. Revista de Historia Moderna, 38 (2012), pp. 235-255.

[2] Louis Cardaillac “Morisques et protestants”, Al-Andalus. Revista de las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y Granada, 36-1 (1971), pp. 29-62.

[3] Michel Boeglin, ob. cit., p. 238.

[4] Manuel Mañas Núñez, “Luteranos extremeños: Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera”, en Rosa María Mártinez y César Chaparro, coord., El mundo de Carlos V: 500 años de protestantismo. El impacto de la Reforma en la Europa imperial y actual; Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste (aut.), 2018, pp. 155-182

[5] Tomás López Muñoz, La Reforma en la Sevilla del siglo XVI, pp. 139-143. CIMPE, Sevilla 2016, 2ª ed.

[6] Casiodoro de Reina, Comentario al Evangelio de Juan. Trad. de Francisco Ruiz de Pablos. Editorial MAD, Sevilla 2009.

[7] Arturo Eduardo Terrazas Calderón, Casiodoro de Reina, hebraísta del siglo XVI: Red de conversos y la traducción de la Biblia.  Tesis doctoral, Facultad de Filología y Comunicación,  Universitat de Barcelona, 2022.

[8] Cipriano de Valera, Tratado del papa, pp. 183-187. Clásicos Andaluces. Fundación Juan Manuel Lara, Sevilla 2010.

[9] Antonio González Polvillo, Luteranismo en Sevilla, Universidad de Almería.  http://www2.ual.es/ideimand/luteranismo-en-sevilla/

[10] Juan Gil Fdez., Los conversos y la Inquisición sevillana. Ensayo de Prosopografía. Universidad de Sevilla, Sevilla 2000-2003, 7 vols.

[11] Michel Boeglin, «Valer, Camacho y los “cautivos de la Inquisición”. Sevilla 1540-1541», Cuadernos de Historia Moderna, 32, (2007), p. 118.

[12] Para un estudio ponderado y crítico de Rodrigo de Valer, véase Tomás López Muñoz, La Reforma en la Sevilla del siglo XVI, pp. 60-70. CIMPE, Sevilla 2016, 2ª ed,

[13] Vincent Parello, “Biblia e InquisiciónCriptojudaísmo y alimentación en la España moderna”, Hispania Sacra, LXXII 146 (2020), 403-408.

[14] Américo Castro, Cervantes y los casticismos españoles, p. 26. Alianza Editorial, Madrid 1976. Sancho, tipo característico del cristiano viejo en la pluma de Cervantes, decía que él era cristiano viejo por los cuatro costados como demostraba su ingesta de tocino.

[15] David M. Gitlitz, “Conversos, ollas e inquisidores: Duelos y quebrantos”, Uriel Macías y Ricardo Izquierdo Benito, eds., La mesa puestaleyescostumbres y recetas judías, pp. 89-106. Universidad de Castilla-La Mancha, 2010.

Alfonso Ropero Berzosa

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