A mis estudiantes de la Comunidad Teológica Evangélica de Chile, 1983
Esta mañana recuerdo momentos cruciales de aquel 11 de septiembre de 1973. La memoria me lleva al momento en que recibimos la noticia en la ciudad de Jerusalén, donde asistíamos a un congreso internacional representando a nuestra Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en los Estados Unidos y Canadá. Yo personalmente me quedé casi aturdido, y profundamente conmovido por la muerte del presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, quien fue asediado y atacado en el Palacio de La Moneda literalmente, por las fuerzas armadas de Chile. De allí en adelante se desataron sucesos lamentables que van desde la masacre y las torturas al pueblo hasta la desaparición forzada de tantos ciudadanos. La impunidad predominó y todavía hoy siguen sin esclarecerse cientos de casos que aguardan ser aclarados y que se haga justicia.
Por años seguimos de cerca la situación chilena bajo la dictadura de Augusto Pinochet. Repercutían historias y relatos de atrocidades casi increíbles. En varias ocasiones tuve la oportunidad de visitar Chile para compartir con las iglesias y procurar tener informaciones de primera mano sobre lo que acontecía allí. La propia situación que vivíamos en Centroamérica era la otra realidad de una guerra que nos desafiaba cotidianamente y nos reclamaba la energía emocional, espiritual y física, que hoy en la distancia nos parece casi una pesadilla.
Yo era rector (1978-1982) del Seminario Bíblico Latinoamericano en San José, Costa Rica. Además de responder a la crisis centroamericana teníamos estudiantes de todo el continente. Y las dinámicas en Suramérica, particularmente en Argentina y Chile, no nos daban tregua. Estas situaciones provocaron un acercamiento cada día más intenso y cercano con instituciones de educación teológica en Latinoamérica y el Caribe. El ISEDET en la Argentina y la Comunidad Teológica Evangélica de Chile pasaban por desafíos serios en lo económico y por el clima de represión en que vivían por las dictaduras militares más cruentas que ha conocido la historia de América Latina. Entonces, nos acercamos más las instituciones ecuménicas comprometidas con la educación teológica de la región. Y con el apoyo moral, espiritual y económico de agencias ecuménicas solidarias norteamericanas y europeas, creamos así el FEPETEAL (Fondo Especial para la Educación Teológica Ecuménica en América Latina).
Habiendo terminado mi período como rector del Seminario Bíblico Latinoamericano, recibí una invitación de la Comunidad Teológica Evangélica de Chile, a través del Dr. Helmut Gnadt, rector de la CTE, para fungir como profesor invitado de historia del cristianismo. Eso fue en 1983. Debo confesar mi atrevimiento en aceptar dicha invitación, pero también debo darle crédito a mi esposa Raquel que respondió en la afirmativa. Junto a Nina, quien cumplió sus tres añitos en Santiago y Margarita, que cumplió su primer añito de vida también en Santiago, nos embarcamos en esa aventura que resultó, por la gracia de Dios, una gran bendición en nuestro ministerio. Además, de los cursos en la CTE nos desplazábamos a distintos lugares de Chile, acompañando a la Iglesia Pentecostal del país y al recordado Obispo Enrique Chávez quien nos apoyó y acogió con mucho cariño.
Debo confesar que la fuente principal de apoyo espiritual y moral vino de mis estudiantes aquel año 1983. En medio de una crisis tan seria y desafiante me proveyeron una inspiración y compañía que jamás olvidaré. Viajaba yo a dictar cursos en Valparaíso, Viña del Mar y Concepción cada semana, y allí estaban mis estudiantes puntualmente con cuaderno en mano, dándome una lección de consistencia y resistencia, que desafiaba todos los múltiples obstáculos que se interponían en el camino. En muchas ocasiones nos sumamos a las protestas callejeras, siendo los y las estudiantes los que me animaban a participar.
A partir de 1984 me hice cargo de la Pastoral de Consolación y Solidaridad de Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) y continuamente acompañaba a las iglesias chilenas en su caminar en medio de tiempos sombríos y difíciles. Apoyamos, además, iniciativas internacionales para denunciar la violación de los derechos humanos en Chile.
No puedo olvidar aquél momento en la 3ra.Asamblea General del CLAI en Indaíatuba, Brasil, cuando la delegación chilena en pleno pasó al frente para recibir una gran ovación al celebrar el retorno de la democracia en Chile. Y allí volcamos nuestros pensamientos y recuerdos por tantos hermanos y hermanas que lucharon y ya estaban en la presencia del Señor. Dimos gracias a Dios por esa compañía que les proveyó a las comunidades de fe chilenas, y todo ese pueblo pobre, humilde y digno que resistió con dignidad una dictadura feroz y despiadada.
Recientemente me volví a encontrar con algunos de ellos en la 6ta. Asamblea Anual del CLAI en La Habana, Cuba. ¡Y recordamos tantos momentos de dolor y alegría; sufrimiento y esperanza!
Hoy desde aquí les envío un tributo de respeto, admiración y profunda devoción a mis estudiantes de la CTE de Chile de aquella clase de 1983. Les extiendo un abrazo afectuoso lleno de gratitud. Estoy convencido de que ustedes me enseñaron mucho más de lo que yo pude enseñarles académicamente en el aula. Lo compartido con tanto amor perdura.
Sigo pensando que nuestro Chile lindo seguirá luchando por la verdad y la justicia cumplidas. La recia voluntad y esa fuerza que conforma la vida colectiva nacional chilena, seguirán marcando rumbos frente a los retos que tienen por delante.
Y a mis amadas iglesias chilenas, gracias por lo vivido y compartido. Siempre estamos en deuda con ustedes. En nuestra solidaridad y en ese cariño que siempre nos han prodigado queda para siempre un lazo de amor indisoluble.
¡A Dios sea la gloria!