Posted On 06/06/2013 By In Opinión With 2037 Views

¿Cómo explicar esta nostalgia?

Acabo de asistir a una Conferencia del profesor Juan Martin Velasco, uno de los más reconocidos teólogos españoles en temas de espiritualidad y fenomenología de la religión. Lo más exquisito de su exposición ha sido ponernos en la perspectiva de su propia experiencia de Dios, muchas veces es más fácil hacer teología con cualquier otro soporte, especialmente entre los más eruditos, pero hacerlo desde la experiencia personal de la fe ha sido un lujo viniendo de un eminente profesor jubilado de casi 80 años.

Al principio de su exposición ha hecho una referencia que me ha llamado la atención, según Cioran, filósofo rumano: “No existe ni un solo instante en que no haya sido consciente de estar fuera del paraíso. No pasaría yo una «temporada» en el Paraíso, ni siquiera un día. ¿Cómo explicar entonces la nostalgia que tengo de él? No la explico, vive en mí desde siempre, estaba en mí antes que yo”. Para Martín Velasco esta cita refleja muy bien que en nosotros el anhelo de lo divino que le servía de referencia personal frente  una época en la que vivimos un “eclipse de Dios”, en expresión de Martin Buber. Titulo de un libro de Buber que se refiere a que la palabra Dios es la que soporta una carga más pesada, la palabra más manoseada.

Recordé una reflexión de la Confederación de Mujeres de la Federación de Iglesias Protestantes Suizas, que reunidas (18 marzo) para hablar de espiritualidad para el día de mañana recogían las palabras de  la pastora Brigitte Becker, de Zúrich, que decía que la espiritualidad es algo que tiene que ver fundamentalmente con lo que buscamos, con lo que queremos vivir: “La nostalgia es el motor que nos impulsa a la búsqueda de la espiritualidad”.

Esta coincidencia me ha animado a buscar en algunos de estos autores con más profundidad, porque creo que la pregunta sobre el fundamento de nuestra espiritualidad y como vivirla mejor está muy presente en nuestras comunidades protestantes. El veterano profesor acabó afirmando la necesidad de reconocer en esa nostalgia una “presencia”, que no es tanto para “ser mirada, sino que es la que descubre en nosotros la capacidad de ser mirada”. Me reconozco mucho en esta expresión, ya que identifico con la Gracia de Dios ese movimiento que hace en mi lo que en realidad estoy buscando, y que no es contemplativo, sino activo.

Es también porque la noción de nostalgia en ambos autores, pastora y teólogo, no es reductible a melancolía, sino que lleva en si el anhelo que me moviliza. La pastora Becker señala que la característica de la espiritualidad cristiana es el “soportar la ambivalencia entre la búsqueda y el hecho de permanecer en el mundo “provisional””. El profesor Martín Velasco señala que los seres humanos somos indicios de Dios y como tarea de la espiritualidad el reconocimiento de esos indicios en nosotros y en la realidad.

Entendida así la espiritualidad, con estas dos referencias, no es una serie de prácticas meditativas, es más bien una sed, un hambre, no se trata de generar los espacios de compensar nuestros excesos y tensiones, sino una apertura a los otros y fundamentalmente hacia uno mismo que refuerzan la lucidez y la responsabilidad vinculando claramente el cuidado propio y el cuidado de los demás, ya que en ello reside el encuentro con Dios. No la mirada, sino la necesidad misma de mirar y de ver. Indudablemente este ejercicio requiere de unas prácticas renovadas de celebración, de tiempo de silencio, de tiempo de encuentro, pero nada más lejos del ensimismamiento o de la autoayuda, nada más lejos de la meditación estéril de “gimnasio esotérico”. Cómo en el caso de los místicos la espiritualidad cristiana es inmersión en la realidad para su transformación que hace sus primeros pasos y balbuceos en la propia persona.

Buscamos y no encontramos, quizás porque ya el camino es suficiente cuando es un camino orientado y lúcido, motivado y sostenido, aunque pase muchos ratos entre la luz y la oscuridad, pero ya “habitados por una presencia” (Velasco) que no deja de interrogarnos, de encontrarnos y de alegrarnos y llorarnos en el encuentro con los demás.

Alfredo Abad
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