Posted On 27/04/2020 By In Opinión, Pastoral, portada With 19149 Views

¿Cómo podría ser posible que las relaciones sexuales prematrimoniales no sean pecado y algunas dentro del matrimonio sí? | David Gaitán

Los comportamientos bajo las sábanas han sido objeto de numerosos esfuerzos restrictivos por parte del cristianismo contemporáneo. Pocas organizaciones religiosas de este tipo han logrado escaparse a la tentación de indagar a sus fieles, e incluso buscar legislar sobre quienes no lo son, hacia cuál debería ser la actitud más pura o santa que debería adoptar la sociedad frente a este tema.

Miles de libros, sermones y homilías se han destinado a advertir a pequeños y grandes sobre los peligros de la impureza sexual y cómo ésta puede hacer mucho daño a los individuos y comunidades, además de preocuparse por dejar claras las prohibiciones pertinentes de orden sexual, con el fin de que no se retroceda un centímetro en las buenas costumbres morales dentro de las iglesias y fuera de ellas.

Esfuerzos que al parecer no han dado muchos resultados, pues en realidad, escándalos sexuales de líderes dentro de las organizaciones eclesiales Católica y Evangélica, son el pan de cada día [1], sin mencionar lo que ocurre con la grey en general, e incluso, sin entrar en detalle de lo aberrante que resultan estudios sobre violación o abuso sexual infantil y hacia mujeres dentro de los escenarios congregacionales [2]. Todo, debajo de la mesa, siendo guardado por el silencio cómplice de quienes defienden la integridad de los ministros, e incluso de las organizaciones, por encima de las necesidades y dignidades de las personas, haciéndolo desde las premisas, no hay que tocar al ungido, no hay que ridiculizar la iglesia.

¿Por qué si el mandato de Dios es la abstinencia, se presentan tantos casos de inmoralidad sexual dentro de las organizaciones religiosas y fuera de ellas? ¿No da Dios la salida o apoyo necesarios para que esto no ocurra? Y aunque tal abstinencia no es predicada en púlpitos, siempre y cuando la relación sexual se presente en el marco matrimonial, los casos de prácticas inmorales según el dogma religioso se dan en términos prematrimoniales y por parte de casados en relaciones adúlteras, ¿Por qué?

 

Desde la Biblia, sexo prematrimonial no es pecado

Para el profesor Héctor Benjamín Olea, biblista y exégeta, tanto en el Antiguo Testamento, como en Nuevo, la Biblia no se refiere explícitamente a que las relaciones sexuales prematrimoniales sean pecado [3].

Olea toma como referencia las Escrituras del Tanaj (Antiguo Testamento), escoge las más antiguas disponibles y en el idioma original en el que se encuentran. Para este traductor bíblico, la ley en Deuteronomio se refiere a que ninguna mujer que esté en estado de «nidá» (quien haya menstruado y no se ha sumergido en la piscina ritual de purificación), puede tener relaciones sexuales. Esto quiere decir que, indistintamente de si es casada o soltera, si se ha purificado en el ritual de inmersión en el agua, podrá hacerlo.

El asunto del señalamiento como pecaminoso no vendría entonces de las Escrituras, sino de las observaciones rabínicas al respecto. Según el profesor, los comentarios de los oficiantes religiosos judíos al respecto dejaban la posibilidad del rito únicamente a las casadas. Así, indirectamente, aquellas mujeres que han menstruado, pero que no han accedido al rito y sostienen prácticas de índole sexual, estarían desobedeciendo el mandato de purificación.

Esto podría tener una connotación económica, más que moral. Para el Doctor en Teología Juan Esteban Londoño, el tema de la virginidad en el Antiguo Testamento no pasa por el filtro de las buenas costumbres, sino por el afán de defender la economía y propiedad privada del hombre en medio de la sociedad patriarcal bíblica [4].

Según explica el teólogo, la sociedad judía debía asegurarse que la mujer entregada al hombre en unión matrimonial era virgen, para que no pusiera en riesgo la continuidad de la casta del macho de la tribu, trayendo como consecuencia peligros económicos.

Para la cultura de Israel, la mujer era una posesión más del hombre, un bien comparable al ganado, los esclavos, el oro o las semillas para los cultivos. Así, este debía asegurarse que los hijos que engendraría fueran suyos, pues estos representaban también riqueza. En el caso de hijas mujeres, la dote, en caso de hombres, fuerza de trabajo. No se podía poner en riesgo la heredad ni la honorabilidad de la familia.

De acuerdo a estas dinámicas, la práctica sexual antes del matrimonio era limitada, no por una carga moral, sino por condiciones completamente diferentes a las actuales en nuestras sociedades contemporáneas.

De hecho, según Londoño, el Antiguo Testamento está lleno de referencias de relaciones sexuales antes del matrimonio, entendido este último como una ceremonia frente a una autoridad religiosa. Desde el momento en el que conoció sexualmente Isaac a Rebeca, pasando por Ruth y Booz, hasta llegar a las narraciones del Cantar de los Cantares, en los que la voz de la mujer declara que busca a su amado por la ciudad, hasta traerlo a la casa de su madre, lo que lleva a presuponer que esta no era casada, al tener que hacerlo.

En el Nuevo Testamento, la discusión sobre la poca claridad de la prohibición hacia las relaciones sexuales prematrimoniales gira alrededor del significado de la palabra griega «porneia», la cual se ha traducido al español como fornicación.

Al respecto, tanto Benjamín Olea, como Esteban Londoño coinciden en que en el contexto histórico de la Palestina del Siglo I, el significado de «porneia» está más bien direccionado hacia la práctica de las relaciones sexuales con prostitutas, acción condenada incluso desde el Antiguo Testamento, pues atentaba contra la ley del Deuteronomio que prohibía el ejercicio de la prostitución en medio de las hijas y los de Israel.

Comentarios rabínicos sugieren que si se deja vía libre a la promiscuidad, esta podría derivar en prostitución, y por consiguiente, violar la ley deuteronómica de Dios; por eso sus recomendaciones en contra del sexo prematrimonial.

Otra aproximación a este término sugiere que era común en Palestina, en los tiempos del siglo I, que las sacerdotisas paganas acostumbrasen a tener relaciones sexuales como sacrificio religioso a otros dioses fuera del Dios judío. Esta sería una de las razones por las que los escritos neotestamentarios rechazan el sacerdocio femenino, evitando este tipo de prácticas ante una especie de posible sincretismo.

Asimismo, otra de las palabras que se usan al momento de condenar la inmoralidad sexual en todo caso, es la griega «epitimia», la cual se ha asociado a lujuria o pensamientos impuros. Para la pastora Luterana Nadia Bolz-Weber, el uso de esta palabra exclusivamente para referirse a deseos sexuales, dejaría muy mal parado a Jesús, al usarla en Lucas 22:15 al referirse a sus deseos de compartir la Pascua con los discípulos [5].

Según la ministra estadounidense, nuestra heredada creencia de la pecaminosidad asociada a la sexualidad humana, echa raíces en la vergüenza evidenciada en la desnudez de Adán y Eva en el relato del Génesis. Para esta autora, aquella mala percepción se funda en San Agustín y su construida propuesta del pecado original. Una exploración del filósofo religioso del Siglo IV, quien habría vivido un episodio vergonzoso al experimentar una erección en medio de su visita a un baño romano, le habría empujado en su vergüenza a encontrar respuestas teológicas condenatorias a la sana relación humana-sexo (Cita de Bolz-Weber [6]), heredando como consecuencia en el cristianismo la desacertada visión de cualquier expresión sexual prematrimonial como pecaminosa.

Así mismo, la concepción de pecado alrededor de todas las dinámicas sexuales, desde la masturbación, hasta la práctica de sexo antes del vínculo matrimonial; habría recibido un impulso decisivo desde el movimiento de templanza del Siglo XVIII en los Estados Unidos.

Dicho movimiento social político prohibicionista, comenzó con su guerra en contra del consumo de alcohol en el país norteamericano, logrando incluso modificar la Constitución de los Estados Unidos, hasta tocar otros escenarios, aportando a la prohibición de cualquier comportamiento sexual prematrimonial en medios religiosos (Cita de Bolz-Weber [7]).

En cuanto a 1 Corintios 7:8-9, el profesor Héctor Benjamín Olea resalta que en ningún momento es objeto de discurso del autor explícitamente el tema sexual en este pasaje, el cual tampoco contiene las palabras cuestionadas asociadas a fornicación [8].

Si para la Biblia el sexo prematrimonial no es pecado, ¿deberíamos dedicarnos como cristianos a la promiscuidad?

Al respecto, el biblista dominicano manifiesta su preocupación en cuanto a la promiscuidad como expresión de prostitución, “entiendo que las relaciones sexuales de tipo casual y sin compromiso, rebajan, banalizan y desnaturalizan las relaciones sexuales al no ser llevadas a cabo en un marco de responsabilidad, y digamos, de un proyecto de vida. En tal sentido es que se prostituyen, o sea, se degradan, deshonran y corrompen las relaciones sexuales”, expresa Olea.

“Siempre que dos personas solteras (sin compromiso alguno con otra persona) tengan una especie de acuerdo para conformar una pareja, un matrimonio, no considero que sea pecado el que tengan relaciones sexuales consensuadas antes de formalizarlo. Por otro lado, en el caso de que dos personas no sean casadas (entre ellas, y ninguna de ellas con otra), pero sin tener en mente el proyecto de conformar una pareja, la situación es otra, en virtud de que nos aproximamos a la idea de la prostitución aun cuando no medie un tipo de pago o compensación monetaria, aun cuando las relaciones sexuales sean consensuadas. Me siento comprometido con el ideal de que las personas tengan relaciones sexuales consensuadas pero responsables. Consecuentemente, para mí el pecado no está en si las relaciones sexuales ocurren antes de formalizar un matrimonio (en términos del papeleo legal), sino si las relaciones sexuales ocurren fuera de un compromiso de pareja”, añade.

Sin embargo, esta opinión no necesariamente es compartida por expresiones progresistas dentro del cristianismo. En “Desvergonzada”, la obra de la ministra Luterana Nadia Bolz-Weber, la autora propone que las relaciones sexuales unen a dos personas en un momento determinado de la vida. Su reflexión gira en torno a que la paga del pecado es la muerte (separación), así que la unidad sexual es lo contrario. En tal sentido, el verdadero pecado y su natural consecuencia es la vergüenza. Esto no quiere decir que la promiscuidad sea una opción saludable a seguir, sino que aún sobre el compromiso permanente y duradero, el sexo es una manifestación humana saludable.

Entonces, la autora estadounidense invita a que el sexo no se tome a la ligera, y no necesariamente se entregue con afán y/o superficialmente a cualquier persona, sino que sea una decisión que se asuma de manera informada y desde la reflexión, teniendo en cuenta que la unión sexual es muy profunda y puede dejar también consecuencias de la misma naturaleza.

La tarea de hacer una lista sobre qué es pecado y qué no, podría resultar engorrosamente infértil. La prohibición, en palabras de Bolz-Weber, ha tendido hacia prácticas doble moralistas, en las que, mientras en el discurso se condenan, debajo de la mesa se es esclavo de ellas, como ocurre en la actualidad con millones de cristianos alrededor del mundo.

Por eso, una alternativa realmente viable es la propuesta de Jesús con respecto a la ley. ¿Con mi acción estoy haciendo daño a Dios, a mi prójimo o a mí mismo? Si la respuesta es afirmativa, entonces estoy pecando, de lo contrario, no.

Por eso, todas las acciones del ser humano deberían pasar en primera instancia por el tamizaje de la autorreflexión, para que la decisión tomada, en vez de culpa y vergüenza, traiga consigo paz y bienestar. Nadie tiene el derecho ético de decirnos qué hacer o qué no desde las restricciones religiosas, el llamado del mensaje de Jesús en el Evangelio es a la libertad individual y a la salvación comunitaria. Cualquier cosa que atente contra esto, ofende a Dios y es pecado.

Así, todo tipo de comportamiento sexual en medio de una relación de pareja estable o extramatrimonial, incluidas prácticas como la masturbación, el sexo oral, uso de juguetes sexuales, coito anal y relacionados, deberán ser abordados desde la responsabilidad y la reflexión personal y el diálogo de pareja.

 

Relaciones sexuales prematrimoniales vs adulterio

En cuanto a la condena bíblica del adulterio, tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo, hay un consenso entre teólogos. La Biblia definitivamente lo condena.

En cuanto a las motivaciones, comienzan las discrepancias, ya que esta no es moral, sino que, al igual que en el caso de la virginidad de las jóvenes al momento de contraer matrimonio, las razones son económicas.

El adulterio viola el principio de la propiedad privada, es una agresión a las posesiones del hombre, por eso la condena bíblica es tan vehemente. Pero se comete adulterio es contra el hombre, no contra la mujer.

Juan Esteban Londoño explica que el adúltero peca contra el esposo de su amante, mientras la mujer contra su marido. En ningún caso el hombre comete adulterio contra su esposa, o la amante contra la esposa de su pareja en la relación extramatrimonial. Incluso, en el relato bíblico, hay hombres que tienen dos o más mujeres.

Sin embargo, un elemento adyacente importante a considerar, es el del divorcio. En el AT la flexibilidad sobre este, no es la misma que establece Jesús. En el primero, se podía dar carta de divorcio por parte del hombre, obviamente, por nimiedades; en el segundo, el Maestro de Galilea eleva la opción de hacerlo, sólo por infidelidad.

Según algunas propuestas teológicas, la razón de esto, es que el carpintero de Galilea estaba protegiendo a la mujer de quedar en estado de indefensión que la llevaría a la desgracia. En los tiempos bíblicos, cuando una mujer era repudiada por su marido, difícilmente podría volver a encontrar una pareja. La situación era muy difícil para ella, puesto que el encargado de sostenerla económicamente, era el esposo. Al quedar ella excluida de su hogar, no tenía otra opción que la prostitución, la mendicidad o morir de hambre [9].

En el evangelio de Mateo, capítulo 5, Jesús se refiere al adulterio, en línea de su propuesta proteccionista hacia la mujer. Advierte que si un hombre la ve y la desea en su corazón, ya pecó con ella. Esta sentencia no necesariamente sería moral en el sentido de la infidelidad solo con el pensamiento, sino que va más allá. Sobre los roles de poder.

Era tal el grado de sumisión de las mujeres hacia la figura masculina, que seguramente ninguna sería capaz de seducir a un hombre casado, sabiendo que la consecuencia de su acto podría ser la lapidación. Entonces, desde la superioridad social, era el hombre el que proponía la relación adúltera hacia ella, quien generalmente se encontraba en un caso de indefensión y cuya negativa podría acarrearle consecuencias negativas, incluso físicas.

Jesús entonces elevaría la ley hacia la mente, con el fin de evitar que incluso sus seguidores se atrevieran a pensar y mucho menos proponer un acto de adulterio que seguramente terminaría en tragedia, dejando las peores consecuencias a la mujer.

Nuestros días son totalmente diferentes a aquellos, y aunque no están necesariamente las implicaciones económicas presentes en medio de un hecho de adulterio, el daño que se puede generar alrededor de este es muy grande, tanto para la pareja, como para los hijos. Esto, desde el presupuesto del acuerdo de exclusividad y lealtad.

Así como propone el psicólogo clínico Marco Antonio Meza-Flores, hay una diferenciación entre infidelidad y engaño. Generalmente es el segundo el que más daño produce, algunas veces irreparable.

Entonces el pecado del adulterio reposa justamente en ese daño. Lecturas teológicas contemporáneas se plantean interrogantes como, ¿y si ese daño se saca de la ecuación cuando hayan relaciones no exclusivas o monógamas a través de la concertación, el diálogo y la negociación? [10]

Pero aunque tener relaciones sexuales dentro del matrimonio presupone un escenario libre de pecado, hay algunas que puedan resultar nocivas. No solamente aquellas que se realizan con un tercero sin el conocimiento o consentimiento del cónyuge.

Se trata de esas relaciones sexuales en las que los roles de poder de uno de los miembros de la pareja abusa del otro, realizando prácticas que no son de su agrado o con las que no está de acuerdo, obligándole a hacerlas, usando para ello la fuerza física, la violencia psicológica o la manipulación emocional.

Hace varios años, en el marco de un evento de sanidad interior en la denominación pentecostal a la que pertenecía, escuché el testimonio de varias mujeres casadas, quienes, de acuerdo a sus relatos, evidenciaban haber sido víctimas de abuso sexual, incluso, en la noche de bodas. Casos de violación hay muchos en medio de matrimonios cristianos y estas prácticas deben ser condenadas desde cualquier punto de vista, no solo como pecado, sino como delito penal. Un papel firmado por una autoridad no es un salvoconducto para cometer acciones en detrimento de la integridad del cónyuge.

 

Nota final

Que nuestro acercamiento al Evangelio nos permita iniciar, si es que no lo hemos hecho, un proceso de autodescubrimiento y desarrollo saludable de nuestra sexualidad, para que podamos disfrutarla sin culpa ni vergüenza, tal como Dios lo quiso cuando creó la humanidad.

Esto no tiene nada que ver con libertinaje, como algunos seguramente lo calificarán. A diario me encuentro con personas que me dicen cosas como, “¡Claro!, como el sexo no es pecado, pongámonos a copular a lo loco, igual no nos vamos a condenar”. Este tipo de pensamientos evidencian vez tras vez el pensamiento binario que tanto daño le hace a nuestra sociedad. Aquel tipo de pensamiento que establece que algo es totalmente bueno o totalmente malo, sin considerar los matices, la escala de grises, o incluso la gama de colores. No, amados, la vida no es en blanco y negro.

Ya no pecamos, no por miedo a un infierno o esperando como recompensa un cielo, aún a costillas de otros. No lo hacemos porque hemos construido valores y principios desde la libertad y siguiendo el consejo bíblico. No pecamos porque no queremos dañar a nuestro prójimo, ni a nosotros mismos, ofendiendo a Dios en el proceso. No queremos pecar porque amamos y el amor nos mueve, nos impulsa, nos potencializa.

Es hora que el cristianismo institucional revise sus dogmas y brinde ayuda a miles de jóvenes alrededor del mundo que luchan para no pecar de acuerdo a estándares moralistas religiosos desde acciones que ni siquiera son pecado. Es hora de escuchar a la ciencia, de brindar herramientas desde la libertad y quitar el yugo a millones de personas que están, literalmente, viviendo un infierno de culpa y vergüenza por acciones que consideran malas, pero que son naturales.

Que nuestro dogma no nos apague el amor y que entendamos las palabras de Jesús cuando nos enseñó que la ley es para las personas y no las personas para la ley.

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[1] Gaitán, David. Soy Pastor y me abrí una cuenta en la aplicación de citas. Colombia: TeoUnder. Virtual. 2019
[2] Cinally, José Luis. La Iglesia al Desnudo. Argentina: Placeres Perfectos. 2017
[3] Olea, Hector. La Biblia y las relaciones sexuales prematrimoniales. Una investigación bíblica crítica, no un artículo de ética cristiana.  República Dominicana. Virtual. 2018
[4] Londoño, Juan. Sexo, virginidad y matrimonio, una destrucción teológica. Colombia: Locademia de Teología. Virtual. 2018
[5] Bolz-Weber, Nadia. Desvergonzada. USA: JuanUno1. 2020
[6] Greenblatt, Stephen. How St. Augustine invented sex. USA: The New Yorker. 2017
[7] Burns, Ken. Prohibition. USA: PBS. Documentary. Undefinied
[8] Olea, Hector. Pablo y las relaciones sexuales prematrimoniales.  República Dominicana. Virtual. 2018
[9] Gaitán, David. Divorcio y nuevo matrimonio entre cristianos. Colombia: Casa del Árbol de Almendro. Virtual. 2019
[10] Gaitán, David. Dios nos da tanto amor, que podemos compartirlo con varias personas, cristianos en relaciones abiertas. Colombia: Periodismo y Opinión. Virtual. 2018

David Gaitán

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