Posted On 16/09/2014 By In Biblia, Ética With 29142 Views

Con el corazón rasgado

Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; Pero Jehová pesa los corazones.” (Proverbios 21:2 R60)

Uno de los conceptos más citados en el Antiguo Testamente es el de corazón, que aparece 858 veces en alguna de sus variantes: leb o lebab. Su recurrencia está presente asimismo en el lenguaje cotidiano de la iglesia, ya que continuamente hacemos referencia a él y lo vinculamos con nuestra práctica de la fe.

Siendo, por tanto, un concepto tan amplio y tan importante resulta interesante que el libro de Joel haga referencia a la conversión de Israel apelando a una imagen impactante: “un corazón rasgado.”:

 Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento.
Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo.” (Joel 2:12-13)

El contenido teológico del libro de Joel es ante todo un llamamiento al arrepentimiento como medio de conjurar los estragos que se avecinan, enviados por la justicia vengadora del Señor en el día escatológico del juicio. Considerando este mensaje concreto, el libro se encuentra inscrito en la línea general de la predicación profética. Sin embargo en Joel aparece un tema inédito respecto de otros libros proféticos: el anuncio del “derramamiento del espíritu” sobre “toda carne” como parte de las promesas escatológicas que, como sabemos por el libro de los Hechos, son promesas cristológicas como cumplimiento de los tiempos de Dios en Pentecostés. El anuncio de la posesión del de su pueblo por parte de Dios se da en el marco de esta amplia promesa de contenido escatológico-apocalíptico[1].

Es necesario recordar, por tanto, la gran variedad de sentidos del término corazón en la Palabra para poder comprender el alcance de la exhortación profética.

¿Qué es el corazón?

Para nuestra cultura, el corazón es el órgano que regula el sistema circulatorio, y de manera metafórica es el espacio de las emociones y de los sentimientos. Dice el refrán popular: “ojos que no ven, corazón que no siente”. No obstante, en el texto bíblico el corazón es ante todo el  espacio simbólico de lo humano. En el primer libro de Samuel capítulo 25 versículos 37 y 38 se relata que:

Pero por la mañana, cuando ya a Nabal se le habían pasado los efectos del vino, le refirió su mujer estas cosas; y desmayó su corazón en él, y se quedó como una piedra.
Y diez días después, Jehová hirió a Nabal, y murió”.

Aunque el corazón de Nabal desmaya, él muere diez días después. Estamos pues ante el ámbito de lo simbólico, la vacuidad del corazón y de los propósitos sucede antes del detenimiento natural del órgano vital. Así, en tanto que símbolo, es necesario detallar las aristas de su significado en base a la evidencia bíblica.

Este aspecto del corazón como el centro de la sensibilidad y de las emociones es descrito por el salmista como sigue: “Las angustias de mi corazón se han aumentado; Sácame de mis congojas”, y el proverbio 15:13 precisa que:

El corazón alegre hermosea el rostro; Mas por el dolor del corazón el espíritu se abate”. En el libro de Zacarías 10:7 se nos indica: “Y será Efraín como valiente, y se alegrará su corazón como a causa del vino; sus hijos también verán, y se alegrarán; su corazón se gozará en Jehová”. Y en el Cantar de los Cantares 3:11, a propósito de una boda se nos dice: “Salid, oh doncellas de Sion, y ved al rey Salomón Con la corona con que le coronó su madre en el día de su desposorio, Y el día del gozo de su corazón” (Salmos 25:17).

Nos encontramos, pues, que el corazón es entendido como medio de expresión de las congojas, las alegrías, las tristezas y el gozo. [2]

Pero el corazón también es el ámbito del deseo y del ansia. El Salmo 21 versículos 1 y 2 dice:

El rey se alegra en tu poder, oh Jehová; Y en tu salvación, ¡cómo se goza!  Le has concedido el deseo de su corazón, Y no le negaste la petición de sus labios”, y en el libro de Job 31: 6-9 se nos presenta como el deseo de los ojos, es decir, donde se manifiestan las pulsiones que pueden engañar a la razón: “Péseme Dios en balanzas de justicia, Y conocerá mi integridad. Si mis pasos se apartaron del camino, Si mi corazón se fue tras mis ojos, Y si algo se pegó a mis manos,  Siembre yo, y otro coma, Y sea arrancada mi siembra. Si fue mi corazón engañado acerca de mujer, Y si estuve acechando a la puerta de mi prójimo”.

Es necesario precisar que sólo por el contexto sabemos si el deseo en cuestión es aprobado o desaprobado. No se descalifica el deseo como pulsión humana, sino su intencionalidad. Por ello, en el libro de Números 15:39-40 se nos previene acerca de prostituir el corazón: “Y os servirá de franja, para que cuando lo veáis os acordéis de todos los mandamientos de Jehová, para ponerlos por obra; y no miréis en pos de vuestro corazón y de vuestros ojos, en pos de los cuales os prostituyáis…”.

Además, también encontramos que el corazón es el espacio de la razón y de las funciones intelectuales. En el libro de Deuteronomio 29: versículos 2 al 4, Moisés apela a que se le dé a Israel “corazón para entender”; dice el texto:

Moisés, pues, llamó a todo Israel, y les dijo: Vosotros habéis visto todo lo que Jehová ha hecho delante de vuestros ojos en la tierra de Egipto a Faraón y a todos sus siervos, y a toda su tierra,  las grandes pruebas que vieron vuestros ojos, las señales y las grandes maravillas.  Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír”.

Por otra parte, el corazón también es considerado como el ámbito clásico de la sabiduría en tanto que contemplación de la realidad a partir de la fe, lo cual queda claro en el libro de Proverbios 18:15: “El corazón del entendido adquiere sabiduría; Y el oído de los sabios busca la ciencia.”, y también en el Salmo 90:12 cuando se pide: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría”, aunque también puede albergar confusión y engaño, como leemos en Génesis 31.20, cuando Jacob le “roba el corazón” (así literalmente en la lengua original) a Laban: “Y Jacob engañó (le robó el corazón) a Labán arameo, no haciéndole saber que se iba”.

El corazón también se entiende como el ámbito de las decisiones, de los planes y de la conciencia. La literatura sapiencial nos proporciona varios ejemplos a este respecto. Proverbios 16:9 dice que: “El corazón del hombre piensa su camino; Mas Jehová endereza sus pasos”. Según el salmo 20:4 alberga el consejo: “Te dé conforme al deseo de tu corazón, Y cumpla todo tu consejo”. Es el plano de la conciencia donde se manifiesta el comportamiento ético y la voluntad, el Salmo 51:9-10 (NVI) apunta: “Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu”. Y en el libro de Génesis 34.3 “hablar al corazón” es la capacidad de persuadir: “Pero su alma se apegó a Dina la hija de Lea, y se enamoró de la joven, y habló al corazón de ella”. Por ello en Proverbios 23:26 se exhorta a dar el corazón, es decir a vivir éticamente de acuerdo con las directrices paternas: “Dame, hijo mío, tu corazón, Y miren tus ojos por mis caminos”.

En resumen, nos encontramos ante uno de los conceptos más fecundos y de mayor profundidad de significado en la Biblia. Cuando se habla de “corazón” se nos coloca de lleno en el ámbito de lo humano en todas sus dimensiones: los sentimientos y emociones,  las decisiones, los planes, la voluntad y la conciencia, la razón, la sabiduría, los deseos, las ansias, las necesidades, la persuasión y la moral. Es decir, todo lo que tiene que ver con el ser humano y su experiencia vital.

Conversión del corazón, conversión total.

Cuando el profeta Joel llama a la nación israelita a la conversión con todo el corazón, no se trata de algo exclusivamente emocional o centrado en los sentimientos. Su exhortación tiene que ver con una conversión total que abarca todas las dimensiones del ser humano, desde la razón hasta la conducta, desde lo que se siente hasta lo que se propone, desde lo que se desea hasta lo que se conoce o se sabe. Se trata de una conversión absoluta a Dios de todo lo que somos y con todo nuestro corazón.

Rásguense el corazón, no las vestiduras.

Y por si dicho llamado tan radical no fuese suficiente, el profeta refuerza su postura con una imagen muy potente en la que propone la rasgadura del corazón en contraposición a la rasgadura de las vestiduras. Antes de profundizar en esta dicotomía planteada es necesario recordar lo que el acto de “rasgar de las vestiduras” simboliza en la biblia.

En Génesis 44:10-13 se nos relata el encuentro de José con sus hermanos cuando van a buscar comida a Egipto debido la hambruna que se está sufriendo en Canaán. Ante la estratagema de José para confrontar a sus hermanos escondiendo una copa en los enseres de Benjamín, se nos dice: “Entonces ellos rasgaron sus vestidos, y cargó cada uno su asno y volvieron a la ciudad”. De este modo, “rasgarse las vestiduras” indica, en este contexto, una muestra palpable de evidente desgracia, de inevitable infortunio.

En el segundo libro de Samuel capítulo 13 versículos del 30 al 31 se nos narra el momento en que a David se le comunica una fatal noticia: “Estando ellos aún en el camino, llegó a David el rumor que decía: Absalón ha dado muerte a todos los hijos del rey, y ninguno de ellos ha quedado.  Entonces levantándose David, rasgó sus vestidos, y se echó en tierra, y todos sus criados que estaban junto a él también rasgaron sus vestidos”. En este texto, la tristeza, el luto y la lamentación se ilustran en el acto de rasgamiento del vestido.

En el libro de Jeremías 36 versículos 23 al 24, se nos presenta una escena en la que el rey Jehudí recibe una profecía de Jeremías en un rollo que es despectivamente quemado. A continuación el texto editorializa: “Y no tuvieron temor ni rasgaron sus vestidos el rey y todos sus siervos que oyeron todas estas palabras”, por lo que dicho acto se relaciona con una actitud de humildad o de arrepentimiento.

En el libro de Hechos de los Apóstoles capítulo 14 versículos del 9 al 15 se narra una acción de misericordia por parte de Pablo que es interpretada por los gentiles paganos como un acto portentoso de dioses paganos, confundiendo a Pablo y Bernabé con Júpiter y Mercurio. La multitud efervescente desea ofrecerles sacrificios ante el escándalo y la perplejidad de los varones de Dios: “Cuando lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud, dando voces  y diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay”. En este texto, “rasgarse las vestiduras” es considerada como una señal de luto, desgracia, humillación, lamentación, perplejidad, tristeza y arrepentimiento, es decir, como una forma de mostrar una condición del ánimo para que los demás la perciban. Es un acto exterior para mostrar el estado interior del ser humano en desgracia.

Al exhortar a que el rasgamiento debe ser del corazón y no de las vestiduras, el profeta está indicando que la conversión que Dios espera no es exclusivamente la de una apariencia externa, ya que, en lo que se refiere a la  redención, ésta no es garantía de nada. El profeta exhorta a rasgarse el corazón y a que los creyentes evidencien con todo su ser, con la totalidad de su vida e interioridad dicha conversión en todos los ámbitos, para que no sea necesario explicitar con algún rasgo aparente lo que a todas luces debería ser evidente.

Dios mira y conoce  el corazón

En este sentido se expresa Proverbios 17:3: “El crisol para la plata, y la hornaza para el oro; Pero Jehová prueba los corazones” y en 15:11 donde se afirma lo ineludible que resulta el escrutinio de Dios del corazón humano: “El Seol y el Abadón están delante de Jehová; ¡Cuánto más los corazones de los hombres!

En la vida y obra de Jesús se nos muestran las muchas situaciones que enfrentó en las que el corazón de los seres humanos con quienes se topaba es escudriñado. Se nos presenta a Jesús entristecido y enojado por la dureza de los corazones de sus interlocutores (Marcos 3:1-6), y dilucidando las intenciones de aquellos que lo desafiaban: Mateo 9:1-8, “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?” y Marcos 2:6, “¿Por qué cavilar así en vuestros corazones?”. Jesús desea que en el encuentro con él se manifiesten las verdaderas intenciones, y eso es lo que se afirma en Lucas 2:35 y en los relatos del menosprecio de los niños en Lucas 9:47-48, donde se indica que Jesús “sabía bien lo que pensaban” sus discípulos.

Este ocultamiento del corazón por parte de los hombres, la apariencia superficial de lo que no somos y de la condición de redimidos sin haberlo entendido del todo, es una conducta recurrente y persistente. El afán de justificarnos a nosotros mismos delante de los hombres es una tentación mayúscula, a pesar de que dicha postura es abominable para el Señor si nos tomamos en serio el evangelio: “Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación”. (Lucas 16:15).

Así que, ante Jesús y Dios nuestro Padre, no nos queda más alternativa que manifestar las intenciones de nuestro corazón. Hablar de frente, ser transparentes, cuidar nuestro corazón y que nuestras intenciones e ideas coincidan con nuestras acciones, evitando, en la medida de lo posible, las contradicciones. Que nuestro sentir coincida con lo que mostramos que sentimos, que nuestras decisiones reivindiquen lo que decimos creer, que nuestros planes estén en concordia con lo que consideramos prioritario en nuestras vidas, que nuestros deseos estén de acuerdo con nuestra ética, que nuestra conciencia esté en paz. Un corazón entregado  al Señor, para que aquellos que no conocen el evangelio nunca puedan hacerse la pregunta: ¿Dónde está su Dios?

Una iglesia transparente con el corazón rasgado, una iglesia congruente, será una iglesia unida, viviendo en comunión, porque no habrá nada que ocultar, ni rumores o presunciones, puesto que nuestras intenciones serán manifiestas y acordes con el evangelio.  Apelamos al espíritu para que nos guíe en este proceso. Como está escrito: “Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”. Romanos 8:27.

Mientras tanto: “Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Jehová; Levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos.” (Lamentaciones 3:40-41).

[1] Schökel, Luis Alonso y Sicre Jose Luis, Profetas, Volumen II, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1980.

[2] Wolff, Hans Walter, Antropología Del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca, España, 1975.

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