En cuanto a vosotros, no habéis recibido un Espíritu que os convierta en esclavos, de nuevo bajo el régimen del miedo. Habéis recibido un Espíritu que os convierte en hijos y que nos permite exclamar: “¡Abba!”, es decir, “¡Padre!”. (Rom. 8:15 BTI)
Algunos predicadores -no todos, gracias a Dios- son especialistas en promover entre los que les escuchan el «régimen del miedo». Sus prédicas generan miedos irracionales entre sus seguidores.
Miedo a Dios, porque promueven su faceta más castigadora. Miedo a «Satanás», que siempre está al acecho para infiltrarse por alguna grieta de nuestra alma. Miedo a los apocalipsis varios que vienen sobre nuestro mundo. Miedo al infierno, al que van todos los desobedientes a sus reclamos. Miedo a la disidencia, miedo a la duda… Y así podríamos seguir con una infinita retahíla de miedos, nombrables e innombrables, que esos mensajeros de Fobos alientan, siendo ellos mismos proyectores de sus propios miedos en los que les atienden.
El texto que hoy nos ocupa nos habla de libertad y de filiación. Nos indica que es mala señal cuando en un acto de sinceridad confesamos que tenemos miedo, y que éste se halla en estrecha relación con el contexto religioso en el que participamos. Por ello, el apóstol hace, al menos, tres afirmaciones: 1) el Espíritu de Dios no está interesado en crear un ejército de esclavos; 2) hemos sido liberados del régimen imperial del miedo; y 3) somos hijos de Dios, lo que produce un sentimiento de confianza en aquel que es el Padre bueno -si queréis, también Madre- protagonista de la nombrada parábola del Hijo Pródigo.
El Dios de Jesús de Nazaret nos quiere adultos, libres y llenos de confianza filial en su persona. Su gracia preside nuestras existencias, y en ella podemos ser liberados del miedo en medio de la comunidad del pueblo de Dios. Pueblo de Dios llamado a ser una familia de hermanos y hermanas que se aman y se cuidan los unos a los otros. De tal manera son llamados a hacerlo que en la fraternidad creyente se crea un ecosistema que nos libera de los miedos que la realidad y ciertos discursos religiosos pretenden generar en nosotros.
En este momento me viene a la memoria aquellas palabras del Jesús «juanino» cuando dijo: «Os dejo la paz, mi paz os doy. Una paz que no es la que el mundo da. No viváis angustiados ni tengáis miedo» (Jn.14:27 BTI).
Soli Deo Gloria
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