Posted On 04/05/2017 By In Opinión, portada With 5973 Views

Contra la religión

Los partidarios del laicismo, que solemos vigilar que la religión no se solape con el estado, tendremos que afinar la vista, no sea que nos estemos equivocando de iglesia. Los tiempos cambian y las religiones también, y en la sociedad líquida , cuando un elemento no cumple la función que se espera de él es sustituido por otro distinto que hace una labor semejante.

¿Cómo saber cuál es la religión actual y su papel político, que es justificar lo injustificable sin que nadie diga ni mu? No es la new age, com creen, pobrecillos, católicos y cientifistas (esos extraños siameses unidos por la espalda) ni el pseudobudismo corporativo. Hace tiempo que algunas mentes críticas indican que la religión actual es la religión de la salud. Sería lo más natural dado que la salud vende diversos “valores” a la vez al ciudadano individualizado de hoy: seguridad tangible, promesa de longevidad, valor compartido con la comunidad pero disfrutado personalmente, aceptación y prestigio social y salvación. A favor de ello existe incluso una prueba del nueve: el surgimiento de las correspondientes herejías en la forma de los antivacunas y otros movimientos parecidos.

A la religión de la salud nos han llevado de la mano tres extraños compañeros de cama: el catolicismo antiabortista, el cientifismo materialista y el consumismo capitalista. El primero, cuando postula que el valor supremo es la vida, cuando no es cierto: lo es la libertad; per la libertad de uno o de los demás se pierde la vida si es necesario, como mostraron Jesucristo y Espartaco. El segundo, por querer borrar de la razón humana cualquier vestigio de trascendencia; el ansia de trascendencia tiene horror vacui. y el tercero, porque el consumismo hace realidad la función del genio de la lámpara maravillosa: te lo puedo conceder todo ahora y aquí, la eterna promesa de la magia. La religión de la salud es una potente religión de sustitución que presenta una fortaleza que no hallamos en les religiones transcendentes: es indiscutible des de el punto de vista de la razón práctica.

La fortaleza imbatible de la religión de la salud — reforzada por el culto menor del naturismo esencialista —hace tiempo que ha sido identificada por el poder político. El poder se impone mediante dos funciones: asustar y halagar. La religión de la salud puede ser utilizada en uno y otro sentido según convenga; es por tanto poder en estado puro. Véase cómo el poder administrativo ha absorbido el reciclaje como propuesta de modelo de comportamiento cívico rescatándolo del ecologismo despojado de connotaciones críticas.

Pero la verdadera demostración del funcionamiento de la alianza impúdica entre religión y poder hoy día es, precisamente, ver cómo se relacionan entre sí. Hay un modo infalible de identificar el perverso mecanismo de utilización mutua entre poder político y poder religioso: cuando se toman medidas de gobierno que nadie se atreve a discutir porque están basadas en un fundamento religioso aceptado por todos. Así era en la edad media europea y así es en algunas sociedades musulmanas. Ahora acabamos de disfrutar de una pequeña muestra de esta santa alianza: el impuesto del Gobierno de Cataluña sobre los refrescos azucarados. Las izquierdas ecologistas lo han aplaudido, porque el ecologismo es devoto también de la religión y abomina de sus correspondientes demonios, los pérfidos cocacola y bollicao y nadie osaría decir que el rey va desnudo. Pero la medida es lo que antes llamábamos una alcaldada. Porque no penaliza a les grandes corporaciones fabricantes del producto sino a los bolsillos de los consumidores indefensos. La realidad atea es esta: cuando un centro de poder no puede contener a los que son más poderosos que é se abalanza sobre los débiles. Débil con los poderosos y fuerte con los débiles, he aquí el ejemplo del mal gobierno. El mal gobierno se ayudaba antes con la religión, y por lo visto, ahora también. No nos hemos movido de sitio. Qué útil es la religión, Dios mío.

Gabriel Jaraba

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