Posted On 17/11/2008 By In Pastoral With 1953 Views

Convivir con la depresión

Conferencia – coloquio, Fiesta Mayor Clot–Camp de l’Arpa, Barcelona

«La depresión tiene, además del dolor psíquico, una condición de oscuridad, de estrechamiento de todo horizonte, que suele salpicar o trasmitir toda su pesadez sobre quienes le rodean. La gran dificultad para la familia, o los amigos, es precisamente acompañar esos procesos con la cercanía (y empatía) suficiente y con la distancia necesaria. »

Esta conferencia es la respuesta a una cierta frustración: habíamos aceptado la propuesta de traer al periodista Fidel Masreal para hablar de su libro “Conviure amb la depressió”, en el cual habla de su experiencia con su madre, enferma de una depresión mayor. La idea era hacerlo en el marco del día mundial de la salud mental, celebrado el pasado 10 de octubre. Pero el autor del libro se ha marchado a vivir a Madrid y estamos hoy aquí. Espero que no sea una situación muy deprimente, sino una ocasión para pensar juntos sobre la coexistencia, la convivencia con la depresión, ese mal endémico de nuestra vida posmoderna.

Antes que hablaros como psicoanalista, desde mi experiencia clínica de acompañar por 15 años a pacientes en el diván, en su dolor o sufrimiento psíquico (ciudad de México) y antes que hablaros como psicólogo, desde una experiencia de trabajar con los discapacitados psíquicos de un Centro Prelaboral en el barrio de Gràcia (Barcelona), quisiera hablaros como admirador de un bello relato, “El Principito”, porque es un cuento infantil para adultos y porque no se avergüenza de confesar su tono melancólico, su afinidad con lo depresivo:

«¡Ah, principito!, cómo he ido comprendiendo lentamente tu vida melancólica! Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Este nuevo detalle lo supe al cuarto día, cuando me dijiste:
-Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una puesta de sol…
-Tendremos que esperar…
-¿Esperar qué?
-Que el sol se ponga.
Pareciste muy sorprendido primero, y después te reíste de ti mismo. Y me dijiste:
-Siempre me creo que estoy en mi casa..
En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol, pero desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas…
-¿Sabes?… Cuando uno está verdaderamente triste son agradables las puestas de sol.
-¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!
Y un poco más tarde añadiste:
-¿Sabes? Cuando uno está verdaderamente triste le gusta ver las puestas de sol.
-El día que la viste cuarenta y tres veces estabas muy triste ¿verdad?
Pero el principito no respondió.»

Como veis, el relato del Principito ya nos muestra que la depresión se puede decir, se puede nombrar y simbolizar en los gestos y la comunicación, sin que tenga que ser algo vergonzoso o una señal de invalidez. La depresión nos habla del dolor que no nace de la piel ni de los huesos, sino que viene de otro lado: es un dolor que refleja el malestar de la civilización contemporánea, como si cada depresivo fuera el síntoma de una sociedad, de unas formas de vida, que no van bien, que no pueden continuar del mismo modo. En cierto modo, la depresión, como mal endémico del siglo XXI, es la exigencia de un cambio radical en el estilo de vida, un llamado dramático para modificar esa vida marcada por el estrés, por las exigencias del triunfo a toda costa y el olvido de las cosas importantes.

Las cosas importantes, las cosas que importan ¿cuáles son? Es evidente que en la vida práctica, la depresión clínica tiene unos efectos desastrosos: la vida se ensombrece, se vuelve imposible comenzar o continuar las tareas más básicas, apremian las ansiedades o angustias como agujas punzantes, acechan los pensamientos más sombríos. También es cierto que la depresión se considera un problema grave por su efecto en la economía, sobre “la población económicamente activa” y, además, es verdad que la depresión es el objetivo de una industria farmacéutica que ha hecho que sus productos el signo de una época (“la era del prozac”).

Pero ¿cuáles son las cosas importantes? Un día el Principito preguntó “¿para qué sirven las espinas?” Estaba preocupado por su flor. Se había dado cuenta que su flor era frágil y vulnerable a pesar de tener 4 espinas:
«-Las espinas no sirven para nada; son pura maldad de las flores.
-¡Oh!
Y después de un silencio, me dijo con una especie de rencor:
-¡No te creo! Las flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden como pueden. Se creen terribles con sus espinas…»

Era la respuesta dada ante la impertinencia del Principito, porque estaba ocupado en cosas serias, en las cosas importantes. ¿Acaso no consiste en eso la adaptación adulta al mundo real, que nos lleva a creer que las cosas importantes son aquellas que hacemos como gente grande? Y ¿no es cierto que la sociedad sólo premia a quienes tienen los méritos de productividad, eficiencia, rentabilidad? Pero el Principito no se dio por vencido:

«-Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho más que sumas. Y todo el día se lo pasa repitiendo como tú: «¡Yo soy un hombre serio, yo soy un hombre serio!»… Al parecer esto le llena de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!
-¿Un qué?
-Un hongo.
El principito estaba pálido de cólera.
-Hace millones de años que las flores tiene espinas y hace también millones de años que los corderos, a pesar de las espinas, se comen las flores. ¿Es que no es cosa seria averiguar por qué las flores pierden el tiempo fabricando unas espinas que no les sirven para nada? ¿Es que no es importante la guerra de los corderos y las flores? ¿No es esto más serio e importante que las sumas de un señor gordo y colorado? Y si yo sé de una flor única en el mundo y que no existe en ninguna parte más que en mi planeta; si yo sé que un buen día un corderillo puede aniquilarla sin darse cuenta de ello, ¿es que esto no es importante?
El principito enrojeció y después continuó:
-Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho: «Mi flor está allí, en alguna parte…» ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran! ¡Y esto no es importante!
No pudo decir más y estalló bruscamente en sollozos. »

No estoy diciendo que quienes sufren de una enfermedad depresiva tienen siempre la claridad de lo importante o que tendríamos que entrar en una depresión para comprender lo importante. De hecho, la depresión tiene, además del dolor psíquico, una condición de oscuridad, de estrechamiento de todo horizonte, que suele salpicar o trasmitir toda su pesadez sobre quienes le rodean. La gran dificultad para la familia, o los amigos, es precisamente acompañar esos procesos con la cercanía (y empatía) suficiente y con la distancia necesaria.

Sin embargo, es cierto que la fuerza de “lo importante” o “lo verdaderamente serio” (en una sociedad donde la gente va a la suya y tiene poco tiempo para escuchar o para ir más allá de los tópicos y los prejuicios cotidianos) impide que podamos discernir lo importante, hace que no tengamos ojos y oídos para reconocer aquello que vale la pena.

Y sin embargo, ocurre y puede ocurrir el contacto, el encuentro:

«La noche había caído. Yo había soltado las herramientas y ya no importaban nada el martillo, el perno, la sed y la muerte. ¡Había en una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, un principito a quien consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí diciéndole: «la flor que tú quieres no corre peligro… te dibujaré un bozal para tu cordero y una armadura para la flor…te…». No sabía qué decirle, cómo consolarle y hacer que tuviera nuevamente confianza en mí; me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!»

Como podéis advertir, un obstáculo muy importante con respecto a la coexistencia con la depresión es la evitación del dolor “por principio”, es decir la “anestesia como principio de salud”. Esto quiere decir que buscamos anular toda sensación desagradable y se medicaliza todo síntoma desagradable. Lo que pasa es que nadie quiere que “haya sufrimiento” y se le anula por medio de cualquier atenuante. Pero lo que se evita en realidad es pasar por “el país de las lágrimas”, por esa experiencia de acompañamiento o de convivencia con la persona en las condiciones que tenga, cualesquiera que sean.

Esta dificultad para acompañar al otro en su condición, aceptando que su dolor psíquico es también una experiencia humana aún cuando sea una enfermedad, se relaciona con la misma dificultad para acompañar en cualquier condición, aún cuando no hay episodios depresivos. Quiero decir que el problema fundamental se halla en el aislamiento, el individualismo, la soledad de la gente. Y esa soledad se evita también, se le intenta atenuar por medio de muchos sucedáneos. Pero lo que faltan son las experiencias de encuentro, la construcción de redes de afecto, la posibilidad de comunidades de pertenencia o de acogida. Falta que hallemos o articulemos maneras de “domesticar la soledad”.

El concepto de “domesticación” lo aprendemos también del Principito: ¿recuerdan que conoce a un zorro y éste la enseña lo que significa “domesticar”?
«-No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»? -volvió a preguntar el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa «crear vínculos… »
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo…
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor… creo que ella me ha domesticado…»

Convivir con la depresión tiene que devenir en la convivencia con quien padece o sufre, es decir con “alguien”, con personas concretas cuya identidad no puede reducirse al esquema de una enfermedad o al prejuicio de la depresión es un signo de debilidad. Pero éste desafío nos coloca en realidad ante un desafío más general, que consiste en transformar nuestros modos de relación para que podamos construir una sociedad mejor, diferente. En éste desafío más radical, se requiere aprender a construir esos lazos de “domesticación”, es decir a tener la paciencia para conocer a la otra persona. Porque lo que no tiene la gente es “tiempo para conocer a la gente”. El zorro se lo explicó bien claro al Principito cuando le dijo que “los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos.”

Pero no sólo se trata de tiempo, sino de una estrategia de paciencia, de aproximaciones, de “timing” para acercarse y detenerse, para esperar y para estar atentos a lo que la otra persona necesita. En realidad, lo que descubriremos con la estrategia de la paciencia y la proximidad, es que se domestica la soledad por medio de la creación de vínculos o lazos de afecto. Y descubrimos que los vínculos se crean “perdiendo el tiempo”. Todo lo que hace valioso algo depende del “tiempo perdido” en ello.

Quisiera aquí recordar una idea muy interesante de Sigmund Freud, que en un texto suyo llamado “Duelo y melancolía” habla de la experiencia emocional que resulta de “la pérdida del objeto [de amor]” y del proceso de duelo necesario. Freud dice que hay un proceso de “re-estructuración” muy fuerte e importante, que no siempre es exitoso para que podamos “recomponernos” ante las pérdidas. En cierto modo, Freud muestra que la vida misma no acontece sin las pérdidas, sin los adioses y que el misterio del crecimiento está ligado a las posibilidades de procesar esas pérdidas. Es una tarea que requiere siempre el trabajo sobre los vínculos, que requiere que tengamos otra visión con respecto al sufrimiento psíquico, que requiere esa “domesticación de la soledad” que aprendemos del Principito:
«-Adiós -le dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella… -repitió el principito para recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa…
-Yo soy responsable de mi rosa… -repitió el principito a fin de recordarlo.»

Gracias y os invito a que comencemos una conversación, un breve coloquio.

Víctor Hernández

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