12 de febrero, 2021
Solamente que seamos medianamente sensibles a la situación de nuestros prójimos, constataremos el luto que preside en muchos de ellos, tanto en el mundo como en el seno de la Iglesia. Esa situación no pone en evidencia a Dios, nuestro Señor, más bien al contrario, pone en evidencia nuestra falta de entrañas de misericordia a la manera de Jesús de Nazaret, nuestro Salvador.
Debo confesar que lo que más me preocupa, de siempre, es la situación de los que integramos el pueblo de Dios, pues detrás de la apariencia de alegría que se puede constatar, por ejemplo, en una reunión de creyentes, se oculta mucho sufrimiento. Existe mucha sed de esperanza, de esperanza realizada aquí y ahora.
Y así surge mi convicción de que necesitamos hombres y mujeres que pongan notas de esperanza realizada entre nuestros hermanos y hermanas. Pero para poder ser proclamadores y hacedores de esperanza, debemos tener en cuenta que nuestra competencia es nula, ya que dicha labor solamente puede provenir de nuestra experiencia del Espíritu del Resucitado.
El profeta Isaías escribirá, “el espíritu del Señor Dios me acompaña, pues el propio Señor me ha ungido, me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones destrozados, a proclamar la libertad a los cautivos, a gritar la liberación a los prisioneros” (Isa. 61:1 BTI). Por eso escribía de la necesidad de la experiencia del Espíritu del Resucitado para proclamar y hacer esperanza en medio de nuestro pueblo. Nuestra competencia viene de la gracia de Dios, solamente de ella.
Reitero que necesitamos hombres y mujeres que sean mediadores de la gracia de Dios para con su pueblo; que sean de consolación para los enlutados, que a los afligidos les den gloria en lugar de ceniza, y que cubran de alegría sus espíritus angustiados (Isa. 61:2-3). Sí, hombres y mujeres que proclamen “el tiempo de buena voluntad del Señor, nuestro Dios” (Isa. 61:1a).
La resurrección del pueblo Dios provendrá, y proviene, de la proclamación y la realización de la esperanza de consolación y sanidad en medio de nuestros hermanos y hermanas. De esa constante y perseverante labor surgirán, de nuevo, voces de alegría; y con la alegría, la experiencia palpable de la resurrección a una nueva realidad, la realidad del destello del mundo nuevo que trae el Resucitado en medio de nuestras historias personales, y en medio de la Historia. ¡Aleluya!
- «Evité decirles, —verás, saldrás de esta—» - 28/10/2022
- Predicadores del “camino estrecho” | Ignacio Simal - 30/09/2022
- ¿La soledad del pastor? Deconstruyendo el tópico | Ignacio Simal - 16/09/2022