Posted On 22/10/2015 By In Teología With 4818 Views

Creer creyendo otro modo de creer: Bultmann

El hecho de que seamos cuestionados, juzgados y bendecidos por Él, es a lo que nos referimos cuando hablamos de un acto de Dios. [1] (R. Bultmann)[2]

De lo que no se puede hablar, mejor es callarse. (L. Wittgenstein) [3]

K. Rudolf Bultmann, criticado otras veces admirado, admirado otras veces criticado. Nunca es un opinión sin la otra. Es que su teología es con él o contra él. ¿Por qué? Por un simple hecho, se atrevió a preguntar: ¿Qué sentido tiene hablar de Dios? Porque para él hablar de Dios, siempre es «hablar sobre Dios»; y hablar sobre Dios es imposible. Dios no puede ser objeto o dato externo ansiolítico que indemniza la curiosidad del sujeto. Acertadas es la síntesis que aquí proporciona, sobre la intención filosófica pastoral de Bultmann, J. Martín Velasco al señalar que «Tal situación es imposible porque Dios, por ser infinito, es la realidad que lo abarca todo. No se puede hablar de Dios porque no se le puede objetivar sin perjuicios».[4] En su artículo, aquí comentado, el tono personal atraviesa todo su escrito. Y es así como comienza concluyendo que hablar de Dios por el simple hecho de hablar sobre Él, no tiene sentido alguno. Y no se trata meramente, de demostrar si se puede o no hablar sobre Dios, literal «El que se mueve por razones para creer en la realidad de Dios, ese puede estar seguro de que no ha comprendido nada de la realidad de Dios; y el que pretende afirmar algo sobre la realidad de Dios, basándose en la demostración de Dios, discute sobre un fantasma». Anteriormente he hecho la mención,[5] —siguiendo en perspectivas de Paul Tillich—,[6] que las afirmaciones teológicas son, en gran parte, afirmaciones existenciales, ya que incluyen al pronunciarse, no se dicen sin mí, son exposiciones de mi ser, nunca puedo estar por fuera de mis afirmaciones.

Para señalar la dificultad de hablar sobre Dios de modo objetivo, Bultmann lo ejemplifica sencillamente con la dificultad que existe para hablar sobre el amor, «hablar de Dios es tan difícil como hablar sobre el amor». Es imposible, ya que tal abstracción se comprueba únicamente si el amar fuese palabra-acto del que ama. Sin acto no hay existencia. Del mismo modo, si se habla sobre Dios, sin endiosar [dar un trato divino] como acción, tampoco existe Éste.

Por si no fuese suficiente ejemplificar la imposibilidad de hablar de Dios con la imposibilidad de hablar del amor, Bultmann, citando al padre de la Reforma, Martín Lutero, —en su comentario a Génesis—, señala que no se puede hablar de Dios por una razón teológica mayor: es pecado. En pocas palabras la intención podría sintetizarse en: hablar de Dios es dominarlo y dominarlo es preguntarse por su voluntad, y someterla a mi voluntad es pecar. Según Bultmann, en la misma línea que el reformador, el pecado de Adán no fue la trasgresión que respecta al fruto; por el contrario, fue haberse empedernido con Dios, es decir, preguntar «¿debía Dios haber dicho?» El hombre no puede, ni debe representar en su cabeza la omnipotencia divina. Incurrir en Dios es pecar contra Él. Genialmente, expresa Bultmann, que el hablar de Dios debe reservarse para Dios, literalmente, «Hablar de Dios desde Dios, es algo que evidentemente sólo puede concederlo el mismo Dios».

Simple, el que habla es un hombre y habla de Dios como hombre. Por esta razón Bultmann, en reiteradas ocasiones, señala que para hablar de Dios es preciso hablar de uno mismo.[7] Cuando hablamos de Dios «hablamos de nuestra propia existencia». Y me atrevo a decir aquí, bajo cierto bagaje bibliográfico psicológico, que hablamos de Dios desde nuestros excesos y privaciones.[8] Sinceramente, yo no quiero engañarme a mí mismo. Es el mí mismo contra el sí mismo el que me lleva a estas afirmaciones. Por eso, pregunto y busco un Dios para mí y desde mí ¿inscripto en mí desde un vía metanoética? imposible saberlo. Ya anteriormente, y a la luz de la teodicea, renuncié a pensar las cosas como si fuera Dios, es decir, esa suerte de yo mayúsculo. Me conformo felizmente al igual que Bultmann en decir únicamente que Dios es la realidad que determina nuestra experiencia. Y que la experiencia, es a su vez, como plantea el poeta y dramaturgo O. Wilde «el nombre que le damos a todos nuestros errores».[9]

Tampoco, al igual que Bultmann puedo aceptar la idea de Dios, como lo completamente otro o completamente distinto de la «teología dialéctica», porque como afirma Bultmann del otro «no lo puedo ver como adversario». Más personalmente, aceptar que Dios sea algo fuera de mí, como pretende en su cristología Christian Duquoc. La única forma de comprender que Dios exista frente a mí es que mi existencia sea su mundo. Y es así como encuentro un significado a la expresión de F. Nietzsche «también Dios tiene su propio infierno; es su amor por los hombres». Es la única forma que encuentro para hablar de Dios con sentido para mí: un Dios padeciendo por el hombre, un hombre padeciendo por su Dios. Un Dios sosteniendo a su criatura y una criatura sosteniendo a su Dios. Y reconociendo paradójicamente con Kant, es imposible hablar del Hombre, es imposible hablar del Mundo, es imposible hablar de Dios. Todo esto se construye desde la propia existencia, porque todo lo que se encuentra al otro lado es inalcanzable. Es que no me atrevo a hablar de Dios diciendo que lo concibo desde la realidad, pues esta me excede y se expande por sobre mí. Bultmann escribe «No podríamos, pues, decir, por ejemplo: ya que Dios gobierna la realidad, es también mi señor; sino que sólo cuando se siente uno en su propia existencia interrogado por Dios, tiene sentido hablar de Dios como del señor de la realidad».

Únicamente, «hablamos de Dios cuando hablamos de nosotros mismos», y sólo podríamos hablar de nosotros mismos si hablamos de Dios. Pero existimos. Y cuando se “habla” y se “piensa” sobre algo se olvida de existir (J. Barylko).[10] Bultmann lo expresa de la siguiente manera «pues sólo en la acción somos nosotros mismos». Nuestro único deber es procurar actuar libremente según Bultmann, aunque más allá y en lo personal, únicamente encuentro libertad y actos libres, cuando vivo consciente de lo que apresa[11] mi existencia y procuro resignar mi existir, con la cuota justa de esta consciencia, no vaya a hacer que esta perturbe mi ser, en el intento de dominarlo.

Hacia el final de su artículo Bultmann cita a W. Hermann quien señala que «De Dios únicamente podemos afirmar lo que él hace en nosotros». Podríamos agregar aquí que el nosotros es según nosotros. Bultmann, por su parte, señala que este modo de obrar de Dios en nosotros, tiene que ser evidentemente donarnos la existencia pecadora, y el hecho de conferirnos dicha existencia nos convierte en justos. Donde se nos es propicia la libertad de obrar y hablar desde Dios. Y a nosotros, los que estábamos separado de Él y que únicamente podíamos hablar inútilmente de él, nos mira como perdonados. Aun así, Bultmann mantiene su postura y escribe literalmente «No sabemos nunca nada de Dios; no sabemos nunca nada de nuestra propia realidad; ambas cosas las tenemos únicamente por la fe en la gracia de Dios». Y la fe es eso, concebirse salvo, la afirmación de Dios en nosotros, la respuesta que se hace a su palabra dirigida a nosotros. Este creer, este tener fe, es para nosotros mismos, según nosotros mismos (la fe al igual que Dios no puede estar por fuera de mí). Ya que como expresa Bultmann «No hay apelación alguna a la fe de los otros, ya sea Pablo, ya sea Lutero». No puede ser la fe un sesgo, un punto de vista sobre el cual nos orientamos y sobre el cual descansamos, al estilo griego «Des moipoustokaikinaso tan gan»[Arquímedes de Siracusa 287-212 a. C.].[12] Tiene que ser una actitud constante de búsqueda sobre y desde nosotros mismos, como actos nuevos, como nuevas obediencias. La seguridad únicamente se encuentra en el acto. Es que nuestros actos y palabras únicamente tienen sentido por la gracia que perdona los pecados, y de ella no podemos disponer; sólo podemos creer en ella. Es así como J. Brantschen,[13] relee una frase —tal vez distante de nosotros—, de Agustín de Hipona, pero que cobra un gran sentido a la luz de la intención teológica de Bultmann. «Nuestro corazón está inquieto hasta descansar en Ti».

Si para Bultmann hablar sobre Dios es pecar contra Él, ha pecado irremediablemente y lo reconoce: «También estas palabras son únicamente palabras sobre Dios, y en cuanto tales, si Dios existe, pecado; y si Dios no existe, absurdo. Que tengan sentido y estén justificadas, no depende de ningún de nosotros».

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[1] El presente artículo es un ensayo en tono personal que corresponde al apartado escrito en 1925 por el teólogo alemán, Karl Rudolf Bultmann, ¿Qué sentido tiene hablar de Dios? Presente en su obra: Creer y Comprender I [Glauben und Vertehen]. Que recoge estudios dispares, que van del año 1924 a 1964, que como bien expresa J. Guerrero Carrasco: «El título que da el autor a la colección es una fórmula básica de su concepción: la fe es comprender la revelación y la existencia propia como si fueran una misma cosa».

[2] R. Bultmann. Nuevo Testamento y mitología. Págs.79-80.

[3] Así finaliza sus últimas palabras en su obra. Tractatuslogico-philosophicus. §7.

[4] J. Martín Velasco. El encuentro con Dios. Pág. 147.

[5] Artículo: Teodicea, el dolor de un justo: Job.

[6] Paul Tillich. Teología sistemática I. Págs. 344-347.

[7] Esta frase se encuentra prácticamente en todos sus escritos apologéticos a la desmitologización.

[8] No como algo despectivo, sino como algo neurocognitivo absoluto. Todo lo que podamos expresar, se debe a un proceso psico-bio-social. Y a todas las experiencias que conforman el complejo proceso de la formación de mi existencia.

[9] Citado por Darío Antiseri. El problema del lenguaje religioso. Pág. 59.

[10] Jaime Barylko. Del coito a la modernidad. En: Rev. de Filosofía Universitaria de Costa Rica. Págs. 69-72.

[11] Aquí no hay ninguna connotación patética o negativa en el sentido sartreano, la existencia es donación y para nada factor nauseabundo.

[12] Una de las frases más reconocida de Arquímedes reza: «Des moipoustokaikinaso tan gan» [Denme un punto de apoyo y moveré el mundo].

[13] Johannes Brantschen. Creer y comprender tras la muerte de Bultmann. Págs. 168-171.

Natanael Hildt

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