Te convido a creerme cuando digo futuro. (Silvio Rodríguez, 1969)
Con esta oración de una canción hermosa de Silvio Rodríguez, cantautor cubano, quisiera iniciar esta reflexión en una época tan llena de expectativas y búsquedas como es la Navidad. La estación se ha transformado en un ansioso período que provoca evocaciones ciertas, pero promueve también materialismos idolátricos y consumismos desenfrenados. Quizás una insistencia, una vez más, reclamando visiones esperanzadoras, con valores e ideales más altos, sin distorsionar nuestro optimismo, ni llamarnos a utopismos falsos, sea atinado en estos días. Me aferro a una terca convicción de que es posible seguir soñando un futuro mejor.
Cuando leo y releo artículos en revistas internacionales, con análisis acuciantes sobre el mundo globalizado, y vuelvo a reencontrarme con el pensamiento de teólogos y teólogas que expresan ideas con preocupaciones legítimas sobre la condición humana y el destino de toda la creación, siento una alegría que me alienta. Por otro lado, los signos de los tiempos con sus indicadores económicos, ecológicos, sociales, políticos, morales y espirituales me alertan sobre reacciones de zozobra, desánimo y derrota. Entonces, me detengo para evitar el cinismo, el escepticismo, la desidia, la amargura, la apatía y la indiferencia, que paralizan y aturden.
En tiempos de incertidumbre y desconcierto hay que enarbolar la bandera de la esperanza, que nos invita a creer a pesar de todo. Como escribe nuestro querido hermano, Gustavo Gutiérrez, en El Dios de la Vida (Lima: CEP-IBC, 1989,18): “Creer es una experiencia vital y comunitaria, el misterio de Dios debe ser acogido en la oración y el compromiso, es el momento del silencio y de la práctica”. En esta búsqueda desde la fe hay que caminar hacia senderos de verdadera paz con justicia, hacia la reconciliación y el amor en un mundo tan diverso y plural como el que nos ha tocado vivir. Es una llamada a un compromiso ético y solidario, para vencer todas las barreras que impiden la plena libertad en una sociedad global de vida y bienestar.
En el diálogo teológico encuentro la pluma y la voz de Jurgen Moltmann que, desde su propia vivencia, comparte en su libro Experiencias de Dios (Salamanca: Sígueme, 1983), unas reflexiones muy sentidas, llenas de esperanza, sin soslayar las angustias y dolores de una sociedad que ha sufrido el atropello, la tortura, el holocausto y la violación de los derechos que se vivieron en la Alemania Nazi. Incluso, Moltmann se aferra a una “experiencia mística”, que afirma la presencia de Dios en medio del dolor y del martirio.
Otra aportación importante proviene de la hermana del alma, Dorothee Soelle. Su obra teológico-poética está marcada por un profundo sentido de lo que yo llamaría una “mística profética”, con sesgos pronunciados de indignación, resistencia y una militancia a favor de la paz, consistente y sólida. Además, nos enseñó a vencer la amargura desde su teología feminista comprometida y tierna que modeló con un peregrinaje transparente de fe, esperanza y amor, admirables. De ella tenemos libros preciosos y desafiantes. Solo citaré dos: Reflexiones sobre Dios (Barcelona: Herder, 1996) y The Silent Cry. Mysticism and Resistance (El gemido silente. Misticismo y resistencia, sólo en versión inglesa, Minneapolis: Fortress Press, 2001).
El libro Reflexiones sobre Dios es un intento apasionado y valiente por compartir su fe en Dios, dando margen a los y las que son escépticos, sin un propósito apologético o sectario. Se trata de su propio desafío y de decirle al mundo que desde la fe hay formas de creer que no sólo son válidas, sino pertinentes. Recuerdo haber conversado con ella en 1994 sobre este tema en un restaurante portugués cerca de la zona portuaria de Hamburgo, donde residía. Con su peculiar manera de expresarse parecía insistir en su redoblada “paciencia de la espera” con una alegría de vivir, a pesar de haber salido del hospital después de una crisis médica. Con porfía seguía proclamando que Dios sigue allí “oculto en el mundo”, luchando por “hacerse visible.” El resumen de esa terca manera de hacer teología y de alinearse con la resistencia de los y las que esperan, se resume en un párrafo que me resulta aleccionador y conmovedor. En su libro El gemido silente. Misticismo y resistencia, nos dice la hermana Dorothee: “Hay seres humanos que no sólo oyen ‘el gemido silente’, que es Dios, pero también lo hacen escuchar como la música del mundo que aún hasta hoy llena el cosmos y el alma.”
Por tanto, en esta búsqueda que nos afirma la fe y la esperanza me abrazo a la ternura de dos seres humanos extraordinarios que iluminaron mi vida y me llenaron con su amistad y compañía de mucha esperanza: Julia Esquivel de Guatemala y Moisés Rosa Ramos de Puerto Rico. Con la primera trabajé en Centroamérica en aquellos años de guerra y terror. Ella me inspiró con su dulce rostro de creyente comprometida con la justicia del reinado de Dios. Julia convirtió la cruz y el martirio de su propio pueblo guatemalteco y centroamericano en la resurrección de la esperanza, “la certeza de la primavera”, como ella misma lo afirmara. ¡Y su verbo sigue vigente y claro!:
En lo más oscuro y sórdido, en lo más hostil y áspero, en lo más corrupto y asqueante, allí obras Tú. Por eso tu Hijo bajó a los infiernos, para transformar lo que NO ES y para depurar LO QUE CREE SER. ¡Esto es esperanza! (Julia Esquivel, Amenazado de Resurrección. Edición bilingüe, Elgin: Illinois, 1994, 106)
Y unido por lazos de hermandad, opciones, vocaciones y sentimientos, me abrigo con la poesía de mi hermano del alma, Moisés Rosa, presente ya en la vida de Dios. Evoco esta oración y me siento impelido con sollozos que no quiero contener:
Danos una conciencia limpia, para que el mal no nos venza nunca, y que en nuestra Navidad seamos capaces de escucharla, como lo hicieron en Belén unos humildes pastores…una canción de paz, que anuncie que tú has nacido en nuestro mundo, y en el pesebre de nuestro corazón. ¡Ven, Emanuel! ¡Ven, Emanuel! (Moisés Rosa Ramos, El álbum de casa, Guaynabo: Editorial Casabi, Inc, 2002, 331-332).
Con esas reflexiones y en esa compañía eterna de amigas y amigos buenos, saludo a los que me aman y amo en esta Navidad de 2013. Vayamos hacia el futuro, siguiendo una estrella que no se apaga en este siglo XXI, que nos reclama la imaginación la conciencia, y la voluntad…para creer y vivir.