7 de marzo, 2021
Seleccionamos nuestros recuerdos. Es un hecho. Y al seleccionar, puestos a elegir, escogemos los buenos recuerdos. Aquellos que nos dejaron buen sabor de boca. Normalmente es así.
Sin embargo, debemos reconocer que los recuerdos que nos ayudan a encauzar nuestra existencia son los que podríamos calificar como «malos«. Aquellas historias pasadas que traen a nuestra memoria fracasos, meteduras de pata e incoherencias. Y la memoria que selecciona fracasos dice de nosotros que somos barro, frágiles cuencos hechos de lodo que en cualquier momento pueden ser rotos. Recordar fracasos nos ayuda a saber que de haber llegado a algún sitio óptimo es por pura gracia, no por nuestros méritos. Y por otra parte, se nos hace saber porque caminos no debemos viajar a no ser que queramos tropezar de nuevo en la misma piedra. Los fracasos pasados son nuestro particular pedagogo.
Por todo ello, en la Escrituras, el pueblo de Dios es invitado a recordar, y no olvidar, que desde el día que salió de Egipto hasta que llegaron a orillas del Jordán, habían sido constantemente rebeldes y tercos al proyecto liberador del Dios del Éxodo (Deut. 9:7). De tal manera fue así, que la donación de la tierra prometida no es por su justicia y compromiso con Dios, sino por la gracia de ese mismo Dios que les había liberado e Faraón.
Aprendamos de nuestra biografía como pueblo, y como individuos. Los malos sucesos experimentados a lo largo de la vida, y sus consecuencias, nos sirven de escarmiento para no volver a repetirlos (1 Cor. 10:6). ¡Crezcamos en humanidad a través de la memoria!
Soli Deo Gloria
- «Evité decirles, —verás, saldrás de esta—» - 28/10/2022
- Predicadores del “camino estrecho” | Ignacio Simal - 30/09/2022
- ¿La soledad del pastor? Deconstruyendo el tópico | Ignacio Simal - 16/09/2022
