Después de proponer la justificación por la fe, sin las obras de la ley, Pablo plantea una pregunta: Si las obras no nos salvan, ¿por qué hacerlas? ¿Por qué no seguir pecando? (Romanos 6).
En una sociedad de mercado con una concepción utilitarista de la vida; en una sociedad en la que todo (o casi todo) está marcado por el interés, y la máxima aspiración es obtener réditos de lo que hacemos, y cuantos más mejor, estas preguntas tienen sentido.
En realidad, lo que se plantea aquí es el «para qué» y no el «por qué». Es decir: si Pablo abunda hasta la saciedad en que la salvación es un regalo de Dios, y que gracias a la vida de Jesús más allá de su propia muerte el creyente descansa en la confianza de que Dios le ama sin calcular las consecuencias cósmicas de su amor, de forma testaruda —se equivoque el ser humano cuanto se equivoque—, y que ha provisto la solución divina al callejón humano y sin salida; si todo esto lo obtiene el creyente sin mediar obras que acrecienten su pronóstico de salvación; si las obras no tienen peso en vistas a la obtención de la vida eterna, ¿para qué esforzarnos en hacerlas? Fin de la transacción.
Esta manera de pensar es puro capitalismo espiritual, a mi entender: ¿A santo de qué voy a invertir capital (esfuerzos) para obtener una herencia que ya es mía por derecho de adopción? ¿Qué sentido tiene?
La visión que nos plantea Pablo, sin embargo, poco tiene que ver con el capitalismo, y sí con la economía sostenible (por seguir con el símil del paradigma económico). Es decir: Dios ha propuesto su ley a los seres humanos para que esto se «sostenga» lo mejor posible, no para que obtengan el rédito eterno de la salvación. La ley tiene que ver con el aquí y el ahora.
Sin una ética que ponga a la par los intereses de los demás con los míos, y me haga descubrir mis verdaderos intereses —lo que mejor me realiza como ser humano—, la existencia es pura supervivencia, la ley del más fuerte, la pura ley de la selección natural. Y creo que Dios no quiere eso para sus criaturas. Una forma de vida basada en el respeto a los demás y a sus intereses, y una ética que me permita descubrir y fomentar —con la ayuda del Espíritu— lo mejor de mí mismo (que es Dios habitando en mí), es lo único que puede hacer de este mundo algo «sostenible».
Por ello mi propuesta es ésta: aunque el cumplimiento de la ley no me lleva al más allá hace un poco más sostenible, más vivible, más realizable, más solidario y más ético el más acá…
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