Posted On 16/05/2014 By In Biblia, Ética, Pastoral With 9314 Views

Cuando Dios permite más de lo que podemos soportar (II)

Al final del anterior escrito decía que iba a tratar las dos razones principales por las que creía que el cuadro completo sobre el sufrimiento no era considerado en su totalidad. Si existen tantas experiencias que contradicen la idea de que todo creyente es probado para avanzar y madurar en su fe no se entiende, sin más, que se pasen por alto. La primera de las dos razones es caer en el literalismo y la generalización en textos como el que sigue:

Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir.” (1 Corintios 10:13. NVI).

De esta forma se suele llegar a la siguiente conclusión:

Aunque Satanás usa todos los métodos posibles para tentarnos y causar nuestra caída, Dios no permitirá que seamos tentados más de lo que podamos soportar (1 Corintios 10:13). El proveerá una “salida” para que podamos resguardarnos. En otras palabras, Dios ha provisto un límite a la prueba. Además, nuestro Señor, quien fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15), ha prometido estar con nosotros siempre, y con esta ayuda podemos sin duda vencer la tentación. [i]

Cuando se produce un choque entre la realidad y lo que un texto de la Biblia aparentemente dice se escoge de forma automática lo que las Escrituras sostienen porque, se argumenta, es la Palabra de Dios y Dios no puede estar equivocado. Acto seguido, o bien se ignoran los hechos o se les da una explicación rápida (en nuestro caso tal vez se deba a falta de fe, a lo mejor es que no fueron bien aconsejados), y la conclusión vuelve a ser la misma: siempre hay salida, se madura con la experiencia, finalmente se sale victorioso. Ni por un momento se piensa que podríamos estar equivocados en nuestra interpretación y que el uso de la generalización, esto es que debe cumplirse siempre y en todos los casos lo que allí se dice, puede ser un error.

Esta conclusión además está determinada por la aparición del deseo, la segunda razón, de que las cosas deben ser así, Dios jamás hará que caigamos, la prueba podrá ser soportada. Hemos proyectado un deseo sobre la realidad y como consecuencia la hemos alterado… pero es que los hechos son muy “tozudos”.

Si rechazo o niego que puedan darse los casos que citaba en el primer escrito no estoy haciendo otra cosa que mirar para otro lado. Se diga lo que se diga y se citen los versículos que se citen la tierra es redonda, no es plana ni tiene esquinas. ¿Qué decir entonces sobre lo que Pablo escribió en este famoso texto? Tenemos dos posibilidades.

Por un lado que, igual que otros escritores del Nuevo Testamento, buscaba dar palabras de aliento, proveer fuerzas para afrontar las duras pruebas. Tenemos que tener siempre en cuenta que se trata de cartas que el apóstol escribía a determinadas iglesias y por ello su preocupación pastoral siempre estaba presente. ¿Sabría él de personas que habían negado la fe ante las tragedias o incluso la persecución? Pienso que sí, es más, es posible que ante él mismo sucediera cuando se convirtió en el primer perseguidor autorizado de la historia del cristianismo.

La segunda explicación, y que es compatible con la anterior, es que Pablo, y otros autores del Nuevo Testamento, habían tenido una experiencia única con Dios.

Pablo vivió en uno de los períodos bíblicos en los que las obras poderosas de Dios se dieron de forma abundante. Él mismo había visto al Jesús resucitado y había sido protagonista de experiencias tremendas de su acción. Entremezcladas con estos hechos milagrosos se fueron dando sus vivencias de dolor, de angustia y de prueba. Para él la existencia, poder, soberanía y victoria de Cristo sobre todo estaban claras. Las pruebas eran ciertamente de dolor, angustia y tentación pero no llevaban las carencias por las que pasarían otros cristianos a lo largo de la historia. Estas carencias son una ausencia de los actos de poder de Dios, terribles experiencias de soledad y silencio divino. Serán, como digo, tiempos de silencio en vidas que sólo han escuchado de oídas que Dios hizo, que liberó y sanó pero ellos, sumidos además en el sufrimiento, no experimentan nada de esto. Por ello el planteamiento de la propia existencia de Dios llegará a ser motivo de auténtica angustia.

Realmente para este tipo de creyentes Dios es un Dios ausente y que parece no mover ni un dedo. Para Pablo y otros autores de las Escrituras no, son experiencias muy distintas y la consecuente diferencia de percepción vivencial y de fe es enorme.

¿Es cierto que Dios nunca nos exige más de lo que podemos soportar? Mi experiencia ha sido muy distinta. He visto a gente doblegarse bajo el peso de la tragedia insoportable, matrimonios deshacerse después de la muerte de un hijo, culpándose entre ellos por no haber cuidado del niño adecuadamente o por ser responsables de algún defecto congénito, o simplemente porque los recuerdos compartidos se hacían insoportablemente dolorosos. He visto que la gente que sufre tiende a hacerse más cínica y amargada que noble y sensible. También he visto cómo esa gente se ha hecho celosa de los que la rodean, incapacitándose así para participar en la rutina de la vida diaria. He sido testigo de cómo después de que el cáncer o un accidente automovilístico segara la vida de una persona, cinco miembros de la familia dejaran de ser las personas felices y normales que eran antes del accidente, terminando funcionalmente sus vidas. Si Dios nos está probando, a estas alturas debería saber que muchos de nosotros no pasamos la prueba. Y si su intención es imponernos una carga que podamos soportar, demasiadas veces le he visto calcular mal. [ii]

Se vuelve a infravalorar el impacto emocional. Si alguien llegara con un bate de beisbol y nos golpeara con todas sus fuerzas en la rodilla es de esperar que ésta se rompa. Lo contrario sería milagroso. Es posible que con tiempo y el cuidado médico adecuado la persona pueda volver a andar con cierta normalidad, pero si de nuevo alguien llegara y nos volviera a golpear esa rodilla con otro bate, y no tuviéramos acceso a la medicina, muy probablemente quedaríamos cojos de por vida. Esto también ocurre en el aspecto emocional. El ser humano también se rompe por dentro. La restauración bajo impactos traumáticos se hace muy difícil aun contando con los recursos adecuados.

Tal vez se afirme que esto es un cuadro sin esperanza, yo no lo creo por lo que diré al final, y además ¿De qué sirve decirle al que ya ha perdido la fe que todo lo puede en Cristo que lo fortalece? ¿Al que vive sumido en un trauma emocional profundo y dilatado en el tiempo que Dios no lo iba a dejar pasar por donde precisamente lleva años pasando?

Aún en los casos en los que la persona ha realizado el proceso de restauración, cuyo último paso se dice es la “aceptación”, y ha experimentado el consuelo de Dios y la aparición de fuerzas en donde no las había, ha podido quedar marcada e imposibilitada para siempre en algunos aspectos esenciales de su vida.

Si hemos perdido un hijo su ausencia siempre será una constante. Se aprenderá a vivir, pero siempre se echará en falta su abrazo, su risa, su presencia. Es verdad que tendremos el consuelo del más allá, pero es que a nosotros nuestro hijo nos hace falta en el “más acá”. Por ello, decir sin más que el sufrimiento sirve para madurar al creyente es una declaración demasiado pobre, y en no pocas ocasiones muy cruel, y no tiene en consideración una gran cantidad de variables (edad, sexo, madurez, experiencias pasadas, el drama o dramas vividos, etc.). En ocasiones a lo más que se puede llegar es a que la persona continúe con una fe titubeante, lo cual sin duda ya es una gran victoria.

Dicho lo cual, sigo creyendo que el cristianismo es la fuerza terapéutica más poderosa que existe. Con tiempo y buenos consejeros los resultados llegan a ser asombrosos en no pocos casos. Además provee una esperanza de que no todo acaba aquí, Dios es el que posee la última palabra en un mundo donde el ser humano ha decidido tratar al prójimo con todo el desprecio que puede contener su interior podrido.

Para las personas que fueron tentadas más allá de sus fuerzas, la sanidad, la restauración y el consuelo serán algo que reciban en la otra vida porque, lo puedan creer o no, es imposible que exista algo tan poderoso que los pueda apartar del amor de Cristo.

Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.” (San Pablo).

i Paul R. Martin, James E. Book, y David D. Duncan. 2002. Dios y los ángeles. Global University, Missouri, USA, p. 245.

ii Kushner,Harold S. 2008. Cuando a la gente buena les pasan cosas malas. Editorial Los libros del Comienzo, Madrid, p. 47.

Alfonso Pérez Ranchal

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